Gregorio Corrochano
Continuando nuestra información sobre el toro de lidia, solicitamos hoy la opinión del conde de Santa Coloma.
-Me agrada el tema -habla el conde- y me parece muy oportuno en vísperas de temporada. Estoy de acuerdo con Veragua. No es indispensable que el toro tenga cinco años; basta con que tenga todas las características de la edad: tipo, peso y poder. Es indiscutible que el toro a los cinco años está en la plenitud de su desarrollo. Por esto se fijó esta edad para lidiarlos; pero hoy la ganadería ha mejorado tanto, que a los cuatro años y cinco hierbas, un toro bien cuidado ha cerrado como si tuviera cinco. Yo he lidiado aquí toros de cuatro años que daban cinco en la boca, hasta el punto de que, para convencer a los veterinarios que aseguraban que los toros tenían cinco años, tuve que recurrir a los libros de la ganadería. Con los toros va ocurriendo en España lo que en el extranjero con los caballos. Hoy corren el Grand Prix de París caballos de tres años y aun de dos y medio a cuya edad nuestros caballos no sirven para nada. ¿Cómo se consigue esto? Cruzando, afinando, haciendo un estudio acabadísimo de las razas.
-¿Usted es partidario de cruzar?
-Mucho; muy partidario; creo que la sangre hay que renovarla para que no degeneren las razas. Por esto cuando yo adquirí la mitad de la ganadería de Ibarra –la otra mitad la compró Parladé- compré también una parte a Saltillo, para refrescar la sangre. Eso sí, tuve muy en cuenta la afinidad, porque ambas ganaderías proceden de la casta de Vistahermosa. A mí no se me hubiera ocurrido cruzar con miuras. Siempre dejo para sementales toros de Saltillo, y así tengo Saltillo puro y mezcla de Saltillo e Ibarra, que cada vez tienen más del primero.
-¿Vende usted sementales?
-De lo puro, no; de lo de Ibarra, sí. Ahora voy a enviar uno a Manolo Aleas.
-¿Es muy larga su vacada?
-De 900 cabezas; tengo 500 vacas de vientre. Saco de 10 a 11 corridas, que vendo a 2000 pesetas toro.
-¿Gana usted dinero con la ganadería?
-Sí, señor; en contra de lo que creí cuando la compré. Me hice ganadero por afición y sólo aspiraba a no perder dinero; pero me equivoqué en otra cosa: me habían augurado muchos disgustos con empresarios y toreros; no he tenido ninguno. A mí la ganadería no me ha dado más que satisfacciones y dinero.
-¿Cuál ha sido su mayor satisfacción como ganadero?
-Un día, en Sevilla, la gente, agolpada ante un escaparate donde estaba expuesta la cabeza de un toro mío lidiado por Gallito, comentaba la pelea del toro y la labor del diestro. Yo me mezclé con la gente, y allí, de incógnito, oí los elogios más hiperbólicos. Un hombre que había a mi lado me dijo tales cosas de mí, de quien aseguraba que era amigo, que acabé por darle un cigarro puro, so pretexto de que yo también era gran amigo de Santa Coloma y muy partidario de sus toros. Otra vez, también en Sevilla, salía yo de los toros; se había corrido ganado mío; los amigos me felicitaban; de pronto se me encara un tío que vendía mojama y camarones, y me dice: "¿E osté el amo de los toros?" "Yo soy". Y no hube acabado de decirlo, cuando el hombre había tirado la cesta, me había cogido por las piernas y me llevaba en volandas. Los toreros habían salido a hombros y no quería que yo fuese menos.
-¿Cuál es el toro más bravo que ha lidiado usted?
-El toro Chavito, procedente de lo de Saltillo, que mató Machaquito en San Sebastián. Se dislocó una paletilla al rematar en los tableros, y, a pesar de esto, dio una lidia admirable. En el tercio de varas ha sido el toro que más me ha gustado.
-¿Qué ganado sale mejor, lo puro de Saltillo o lo de Ibarra?
-Pues mire usted; más igual me sale lo de Ibarra; pero los toros más bravos, los que destacan, los de punta, son los otros.
-¿Se emociona usted mucho viendo lidiar sus toros?
-Muchísimo. La emoción más grande que he sentido en mi vida ha sido en el momento de abrirse el chiquero y salir un toro mío. Está explicado. La plaza es el resumen de toda una labor; en un momento nos jugamos el trabajo de varios años, y como no hay una garantía de que el éxito corone el esfuerzo, la curiosidad es enorme. ¡Luego, hay tanto amor propio en esto!¡Y tanto desengaño! Nunca me olvidaré de una feria de Córdoba. Asistía a los toros, acompañado del ganadero, que tenía muchas ilusiones puestas en aquella corrida. Salió el primero, que fue bravo, y el ganadero mandó que le reservaran aquella cabeza. Salió el segundo; se arrancó con bravura y poder a un caballo, y el ganadero, entusiasmado, sin calma para esperar, pidió también a gritos la cabeza de aquel toro. Como si el toro se hubiese dado cuenta de ello, desde aquel momento decidió no tomar ni un puyazo más, y llevó fuego. Tenía que ver al ganadero; desasosegado, hablándole al toro como si se tratara de convencerle, sudando la gota gorda. Total, que en aquella corrida de sus ilusiones le quemaron dos toros. Por la noche, comíamos en el Club Guerrita. A poco, entraron a tomar café las cuadrillas. Se acercaron los picadores al ganadero. "Sentimos tanto -los picadores- lo de esta tarde. Nosotros no pudimos hacer más, don Fulano." "¿Cómo que no? -rugió el ganadero-. Con un toro, conforme; pero al otro le pudisteis tapar". "Que no, don Fulano". "Que sí". Y esta discusión de si había sido culpa del toro o de los picadores la cortó uno de estos diciendo: "Y sobre tó, ¿pa qué son las banderillas de fuego? Pa usarlas". A lo que contestó, indignado, el ganadero: "¿Y para qué son el cura y la Extremaunción? Pa usarlos también. Con que a ver si los usáis mañana, que hay miuras." Y se fueron los toreros tocando hierro y haciendo repetidas veces con la mano el ademán de ¡lagarto! ¡lagarto! A nosotros -continuó diciendo el conde- nos interesan unos detalles que el público desdeña. Para nosotros un capotazo inútil tiene una importancia excepcional. ¿Pues qué le diré a usted cuando después de tres o cuatro puyazos, en los que entra hasta el palo, se sale un matador abanicando por las afueras y termina juntándole el hocico con el rabo? A mí me duelen hasta los huesos cuando veo eso, y el público, en cambio, aplaude. Y de las puyas no hablemos. El modelo de hoy no quiero ni discutirlo. Es necesario que adoptemos una resolución radical en armonía con la índole de la suerte, porque esto no es picar, es matar toros. Un día, por curiosidad, pásese usted por el desolladero, y al ver los boquetes que tienen los toros, se quedará asombrado de que hayan podido, no ya pelear, sino tenerse en pie, después de un tercio de varas. Es necesario tomar una determinación.
-¿Cómo tienta usted?
-En campo abierto. Yo veo mejor las querencias del campo. Además, temo que dos puyazos -a los machos, no siendo para sementales, no les damos más- en un lugar cerrado los tome cualquier becerro, por manso que sea. Doy más importancia al puyazo que toma el becerro en campo abierto con la querencia libre para escapar.
-¿En qué proporción aprueba usted?
-Las becerras, que es donde se apura en un 30 por 100, las doy diez o doce puyazos y lo mismo a los sementales. Para estos tengo muy en cuenta los antecedentes, que en mi ganadería responden en una proporción muy estimable. Los sementales los echo a los tres años, y si me gustan los repito otro; más tiempo no los tengo con las vacas. Después los lidio en novilladas, porque como los apuro en la tienta no me atrevo a lidiarlos en las corridas por temor a que se acuerden y no se acerquen a los caballos. Sin embargo, la novillada que lidié en marzo el año pasado, y que tanto le gustó a usted, de sementales era.
-¿Es verdad que se ha negado usted a dar toros para la plaza Monumental de Sevilla?
-Sí, señor. Yo soy maestrante y no puedo contribuir a que se perjudique a la plaza de la Maestranza, que es la Beneficencia de Sevilla. Gallito me pidió toros y le contesté: “Están a tu disposición todos mis toros para que los mates tú solo, en cualquier plaza, menos en la Monumental de Sevilla.”
Mientras el conde nos enseñaba su estupenda casa, entre unas frases de elogio para un cuadro de Pantoja, una armadura milanesa ó un tapiz flamenco, derivamos la conversación del toro a los toreros. Admirados estábamos ante un biombo japonés, en el que se comenta nuestro Quijote, mueble curiosísimo de un raro mérito artístico, cuando saltó en la conversación el nombre de Rafael el Gallo. ¿Por qué? No lo sé. Acaso por asociación de ideas, que Rafael tiene mucho de Quijote taurino. Lo cierto es que el conde me refirió que una vez El Gallo le pidió una corrida para Barcelona. Se envió la corrida, y al desencajonar los toros, uno se rompió un cuerno. Telegrafiaron al conde dándole cuenta de ello y le preguntaban ¿qué hacemos? Cuando se recibió el telegrama, Rafael, de paso para Barcelona, visitaba a Santa Coloma.
-Mira lo que me dicen, Rafael -dijo el conde-, que un toro se ha roto un cuerno, y que qué hacen.
-Dígales osté que a ve si puen haser que se rompan los cuernos los otros sinco.
5 de marzo de 1917
LAS TAURINAS DE ABC
EDICIONES LUCA DE TENA, 2010
Santa Coloma, sentado, con sus tres hermanos