sábado, 19 de mayo de 2012

La literatura y los toros

Sánchez Mejía con Villalón y Joselito Gallo


En España, los toreros, no se dedican a literatos. En España, los toreros, cuando dejan de ser toreros, no son nada; si acaso, ricos. El caso de Sánchez Mejía es único


Gregorio Corrochano
Abc

En el campo, donde busqué un remanso a mi corriente periodística, leí la retirada de Sánchez Mejía. Leí también que el famoso torero, al dejar su habitual profesión, abrazaría la de las letras. La noticia, dada sin más amplitud, sin antecedentes, habrá arrugado más de un rostro en pliegue de extrañeza. Un torero que deja de ser torero hoy para ser mañana literato se presta, en el ajeno comentario, al cultivo de lo pintoresco con remate de españolada. Pero no es eso. La literatura no se puede tomar como profesión cuando se ha agotado otra. La literatura no es una profesión, aunque algunas veces lo parezca. La literatura es una enfermedad de la sensibilidad. En España, los toreros, no se dedican a literatos. En España, los toreros, cuando dejan de ser toreros, no son nada; si acaso, ricos. El caso de Sánchez Mejía es único.

La profesión de torero, aunque suele iniciarse por una afición, bien pronto se gasta en el roce frecuente con las plazas de toros, que va limando, día a día, lo que el hombre tiene de torero. Entonces la profesión pasa a ser oficio ricamente retribuido, único estímulo para estar delante de un toro cuando se siente a la espalda la injuria o la impertinencia. Y el torero se traza un plan económico. Por el balance del camino recorrido hace pronósticos acerca de lo que le falta, y añora. La añoranza le sitúa en el punto de partida; donde estaba el día que se hizo torero. Y ya sólo piensa en volver allí enriquecido, algo así como el retorno del indiano. El toreo es un viaje de aventurero que no encuentra ya tierras de aventura.
Cuando los toreros salían del campo, al campo volvían, y era su timbre de gloria entrar como dueños en la finca en que habían sido jornaleros. Los toreros vuelven siempre a su procedencia; por eso Sánchez Mejía, que es de otra estirpe, se sitúa en un campo intelectual. Por eso no admito la confusa noticia de que, retirado de los toros, se dedicara a la literatura, y menos el recordatorio de que también escribieron comedias Memento, y Minuto, y el Cuco, etc. (error fácil para quien sólo conoce al torero).
Sólo como nota pintoresca y de buen propósito se puede dar a estos nombres paso en la literatura. El de Sánchez Mejía es aparte. En las tertulias de literatos ya lo saben. Ignoro el éxito que le espera, como tampoco sé si la inquietud que le atormenta le dará tregua a una labor intensa. Le conozco mucha iniciativa abandonada y sólo una obra lograda: Zayas. Su comedia Zayas -dicen que se llama así; cuando me la leyó no tenía título todavía-, que será la expectación de la temporada del Lara, ha sido la que recordó las piruetas dramáticas de otros toreros. No. La comedia de Sánchez Mejía es una comedia psicológica, muy emotiva, en la que se plantea un hondo problema de sucesión. Referido su argumento por referencias incompletas, de que se trata de un  torero retirado, que tiene un hijo que quiere o no quiere ser torero, parece la copla de Lagartijo. Yo no lo cuento, porque me parece imprudente cercenar el interés de toda obra, quitando al lector o espectador -novela o comedia– la emoción de vivir con el personaje que ha de llevarle al final. Cuando se  abre un libro o se levanta un telón, el espectador pierde su personalidad, y como si reencarnara en el personaje más de su gusto -el protagonista o el episódico- , sigue con él toda la obra. Si le decís adonde va, le colocáis en la situación del viajero que ya hizo el recorrido otras veces, que no mira al paisaje porque le marean los palos  del telégrafo. No lo cuento. Pero conste que no es la copla de Lagartijo, ni al hablar de esta comedia hay que buscarle antecedentes en lo que otros toreros hicieron.
 
El toreo es un viaje de aventurero que no encuentra ya tierras de aventura.
Cuando los toreros salían del campo, al campo volvían, y era su timbre de gloria entrar como dueños en la finca en que habían sido jornaleros. Los toreros vuelven siempre a su procedencia

Recuerdo la cara de Thuillier durante la lectura. Estábamos los tres solos en una habitación del Palace. El autor leía las cuartillas en borrador; muchas de ellas, a lápiz, eran hojas de telegramas. Las escenas sencillas, sobrias, rectilíneas, iban maravillando al gran actor. Cuando Sánchez Mejía dijo: “Fin del primer acto”, irguióse Thuillier añadiendo: “Precioso acto, de éxito grande, si todos son así...” Un breve descanso. Extrañeza de que una primera obra se trazase con acierto precioso, y de que un principiante lograse en la exposición un breve acto de maestro.

-Siga usted, siga usted si no está fatigado.
 
Thuillier ya no disimuló su impaciencia. El autor dijo: “Segundo acto”. De un tirón y ya sin descanso: “Tercer acto”. Thuillier y yo cambiamos ojeadas de asentimiento, de coincidir en una emoción. Es en el desenlace, donde toda una vida pasa su cuenta de rebeldía, para en seguida renunciar y ocultarse, en un delicado anhelo de sucesión, de continuación, de prolongación del individuo, que lleva latente todo el que tiene hijos y no ha sido en la vida un anónimo.
    
Cuando acabó la lectura, Thuillier le pidió las cuartillas.

-No las entendería usted.
 
-Pues envíeme una copia limpia en seguida, para sacarla rápidamente, los pápeles. ¿Quiere usted que la estrenemos en Santander?
 
-Adivinó usted mi deseo.

Entonces el autor explicó el proceso de la comedia, y cómo se decidió a escribirla viendo a Thuillier una obra. Antes de la lectura esto podía ser una lisonja; luego, no; en la comedia, siquiera sea leída, se ve la figura serena, aplomada del gran actor influenciando al autor.
 
Paralelamente a Sánchez Mejía va un poeta, que también tuvo una directa intervención en la fiesta de los toros. Hablamos de D. Fernando Villalón Daoiz Halcón. Hasta ayer ganadero de reses bravas, este señor de Morón conversaba de las castas de Saavedra y de Velázquez, sin que una rama del árbol de la ganadería la podase el descuido.

Acabo de leer sus poemas de Andalucía la baja. Supongo que –como con Sánchez Mejía– habrá extrañado que, tras la corteza tosca de este ganadero, fluyese tanta imagen de poeta moderno. Porque no es un hombre que rimó con facilidad. El ganadero D. Fernando Villalón es un poeta de vanguardia. Es un erudito de lo más culto que se saluda por las calles, metafísico y muy iniciado en ciencias ocultas, que se divirtieron en guardarle el secreto de por qué sus toros saavedreños no eran bravos y por qué lo eran los que se hicieron con su desecho; esto pertenece a lo más recóndito del ocultismo, adonde el teósofo no penetró.

Sánchez Mejía y Villalón son dos revelaciones parejas en el mundo de las letras, porque los dos -aparentemente- proceden de la Tauromaquia, donde adquirieron personalidad. Pero los dos, aunque una afición, aventura o negocio les llevó por el camino de los toros, eran –y ahora cristalizan– hombres de una gran finura intelectual, ávidos de sensaciones, acaparadores de cultura, que hoy, un poco tranquilos, van ejercitando en poemas admirables, en comedias prodigio de observación psicológica, que descubren una vida interior intensa y contemplativa, ocultada por el traje de torero, que con sus luces no deja ver, y por las voces de feria que no dejan de oír.

La comedia de Sánchez Mejía no es el intento de un torero que al retirarse no sabe qué hacer. Es la comedia de un dramaturgo que tiene inquietudes espirituales que comunicar al público. No es una vana comedia más. Es la obra de un escritor que tiene algo que decir. Y lo dice.
LAS TAURINAS DE ABC
EDICIONES LUCA DE TENA, 2003

Emilio Thuillier