sábado, 7 de abril de 2012

La Verónica


Verónica de Vicente Romero
(padre de Carmen Romero, ex esposa de Felipe González),
de la exposición Vera Icona, de la Colección Paños de la Verónica
de la Primitiva Archicofradía del Valle
Real Alcázar de Sevilla, del 23 de marzo al 12 de abril de 2012

¿Es leyenda? ¿Es historia? ¿Existió? ¿No existió?

La Verónica de las tradiciones primitivas no es la que hoy se venera, según la sexta estación del Vía Crucis: la que enjuga el rostro de Nuestro Señor, camino del Calvario. En las primitivas versiones (a partir del Acta Pilati) la Verónica es la misma mujer aquella a quien Cristo curó de su flujo de sangre. Esta mujer, según la tradición de Cesarea Filipo, era pagana, y al recibir ese beneficio de Cristo mandó fundir en bronce una figura del Maestro, que colocó como monumento de gratitud sobre una columna. Ya está aquí el rasgo esencial que se mantiene incólume l través de las varias versiones: la Verónica es siempre la mujer que quiso tener la efigie de Nuestro Señor. Lo que varía luego es la forma, el modo y la ocasión. Más tarde, Verónica, a quien algunos llaman también Berenice, en su afán de tener la verdadera efigie de Cristo, encargará a San Lucas que le pinte su retrato, y como el Apóstol torpea y no acierta, el mismo Jesús se aviene a ir a su casa a comer, y al lavarse previamente el rostro, según la costumbre judía, deja impresa su efigie en la toalla.

Después, la influencia de la iconografía, que empieza a representar en los paños llamados verónicas el rostro del Señor con expresión de olor y huellas de sangre, hace que la leyenda busque ya en la Pasión el momento de la imprimación. Primero se cuenta que ésta tuvo lugar en el Huerto de los Olivos, al secarse el Señor los sudores de sangre en un lienzo, que luego guardó como reliquia la Verónica. Después, ya en l siglo XIII, el episodio queda fijado definitivamente del modo que hoy lo conocemos en la sexta estación del Vía Crucis...

Creo que ha perdido algo el episodio en sentido clásico al ganar en sentido popular. Esta Verónica de Salzillo, con sus ropas de vecindona de pueblo y su paño sostenido en la punta de sus dedos casi con gracia torera, es tan sencillamente humana como esas mujeres de pueblo que gesticulan y plañen, con una conmiseración desbordada y verbosa, junto a la Guardia Civil que lleva al detenido...

Aquella otra Verónica de la vieja leyenda, que quería tener la efigie de Cristo, era más serenamente clásica. Era el mito del mundo antiguo al ponerse en contacto con la Belleza Nueva.

Fragmento de La Verónica de José María Pemán