lunes, 24 de octubre de 2011

Torero de aficionados (no de toreros)


José Ramón Márquez

Ahora venimos de lo de Antoñete. La plaza tomada por el pelmazo del rock, que cuando no es el rock son las motos o el circo o el mitin o la feria de la tapa, pero que Las Ventas está llena de basura siempre y especialmente cuando se acaba la temporada; lo justo para no poder darle la vuelta al ruedo a un torero porque ahí están las sinergias de Abella, la optimización de Abella, la mercadería de Abella para impedirlo. Ahí nos encontramos muchos cabales, grandes aficionados de Madrid, la auténtica seriedad de Madrid, y algunos toreros que nada han aprendido de Antoñete, entre ellos el top model Cayetano. Charlamos de nuestra afición y de las cosas que se han escrito por ahí sobre Antoñete. Yo, sobre lo visto por aquí y por allá, echo en falta tres cosas:

La primera es la forma en que un gran empresario puede ayudar a un gran torero y la esencial función de la prensa. Cuando Antoñete vuelve de América, animado a volver tras su triunfo en Isla Margarita y por la exclusiva que firma con los ganaderos Sayalero y Bandrés, se da la circunstancia de que la plaza de Madrid la gestiona Manuel Chopera. Chopera apoya al torero, le coloca en San Isidro en los carteles buenos con Curro, Curro Vázquez o Julio Robles, y le pone dinero en los contratos. No habría habido resurrección de Antoñete sin Manolo Chopera, como no habría habido renacimiento de la Fiesta en Madrid sin esa tríada compuesta por Antoñete, Manuel Chopera y Joaquín Vidal. Ahí se juntaron la acertada gestión empresarial con la aparición de un excelso torero de referencia y con la pluma de un gran cronista precisamente en aquel joven diario El País, para convencer a los incautos de que en esto de los toros cabía todo el mundo. Esas tres circunstancias planetarias y, acaso la magia de aquel Madrid de los ochenta, llenaron la plaza de Las Ventas, lleno del que han vivido sin apenas aportar nada nuevo las siguientes empresas que han gestionado el circo taurómaco madrileño.

La segunda es la característica más definitoria del toreo de Antoñete, que es su conocimiento del toro. Antoñete es el torero, de todos cuantos he visto, que mejor ha conocido al toro de una forma intuitiva y natural. Antoñete es el torero que no rectifica, donde él se pone es donde viene el toro. Siempre. Salga como salga el muletazo, pero el toro viene porque el torero está justo en el sitio que se tiene que poner, ni medio metro antes ni medio metro después. Antoñete no rectifica, no anda con esos ridículos pasitos de las muñecas de Famosa, ni descubre al toro por el método deductivo a base de probaturas. Antoñete sabe siempre donde se tiene que poner y cual es el sitio en que el toro le va a ir, porque sabe de sus querencias y de sus terrenos. Para quien sólo conozca a Antoñete por las películas no es fácil hacerse idea de esto, que es esencial en el toreo, porque en esas filmaciones lo que prima es el retrato del pase o del lance, pero no se puede percibir su perfecto conocimiento de las reses y de sus condiciones, pura intuición, un don.

La tercera es un lugar común de la época y que ahora han vuelto a decir algunos, que es esa parida de que Antoñete es ‘torero de toreros’. En la época, como no había estos medios electrónicos, uno se desgañitaba contra esa sandez en las tabernas; ahora, por fortuna, se puede poner por escrito y educadamente que si algo es Antoñete es ‘torero de aficionados’. Si fuese de toreros al menos uno habría tratado de seguir sus enseñanzas y los amos del escalafón, del de ahora y del de hace quince años, se habrían mirado en él. Pero eso nunca pasó.

Hay, sin embrago, tres excepciones que me gustaría comentar. Rafael Perea, Boni, en el tiempo que fue matador de toros, triunfador de San Isidro de 1989, que se nutre de Antoñete: el cite largo, las formas clásicas y sobre todo el conocimiento del toro. César Rincón, que bebe del manantial de Antoñete y cuyas maneras entroncan con él. Aunque de forma algo más violenta y sin la intuición natural de Antoñete, Rincón es su más digno seguidor en la búsqueda de la verdad del toreo. Y luego Julito Aparicio, que en declaraciones atropelladas al finalizar su faena mágica de 1994 al toro de Manolo González, faena de neta inspiración antoñetista, se la dedica sentidamente a Antonio Chenel:

-Maestro, toda la faena ha sido pensando en usted, va por usted.

Corrijamos, entonces: Antonio Chenel, torero de aficionados y de muy pocos toreros.

Hoy, hace un rato, hemos vuelto a sacar a Antoñete por la puerta grande de Las Ventas. Por segunda vez le sacamos a hombros por esa puerta hacia la calle de Alcalá sin haber cortado esas pestilentes orejas que tanto gustan por ahí, ni falta que le hacen, porque él y unos cuantos de los que le acompañábamos en esta tarde de octubre que parecía de mayo sabemos bien que su triunfo, definitivamente y para nuestra desdicha, no es de este mundo.