Hughes
Abc
Debo reincidir en el vicio de hablar de mí. No tengo importancia alguna, pero pocos plumillas hay que hayan escrito tanto, tan pronto y tan bien de «Sálvame». Lo digo para dejar clara mi condición. El admirador, eso sí, está lejos del palmero. Está justo enfrente. Y por eso puedo decir muy tranquilo, aunque decepcionado, que «Sálvame» se ha convertido estos días en otra maraca audiovisual del gobierno, a su modo, a su estilo, porque para empezar, «Sálvame» nunca fue del todo apolítico. Allí J. J. Vázquez (JJV) pidió el referéndum para Cataluña y allí unos señores italianos y de Barcelona explotan para sí lo que queda del folclore español de toreros y tonadilleras, devenido ya en casquería.
«Sálvame», por ejemplo, apoyó la huelga del 8M, pequeño detalle que pasaron por alto horas después, cuando el programa se alineó con el Espíritu de los Balcones y el «no toca hablar del gobierno». El programa salía y entraba de la información a su gusto. Porque cuando la táctica comunicativa del gobierno pasó a la ofensiva, ahí estuvo JJV el primero para hablar del peligro de los bulos de la extremaderecha.
Esta semana, con la polémica Merlos, ha trascendido su «Somos un programa de rojos y maricones», que está muy bien, bien si lo son, pero hace que se olvide el «¡Esto es Vox! ¡Esto es Vox!», o «el discurso de Vox aquí no, mierdas aquí no», o que afirmara su intención de «desvelar quiénes son esas personas que siembran el odio en España».
Esto ya no es información rosa, ni frívolo disparate, es otra cosa. Las palabras de JJV, otra casualidad, se parecen mucho a las de Iglesias días después en las Cortes: «Ustedes (Vox) representan el odio» (luego dijo algo peor). Y esto es grave, porque las televisiones privadas tienen una licencia para fomentar la libertad de expresión y la pluralidad informativa, no para restringirla. En estas semanas, la intensidad propagandística ha deteriorado aún más el barniz liberal de nuestra vida pública: que haya un debate civilizado y más o menos libre entre ideas distintas y legítimas. Aquí una parte sólo puede comparecer como parodia carca, risible y hasta vil; pim, pam, pum en una tertulia-juicio sin fin en la que manda despóticamente el dueño del cortijo. Porque «maricones y/o rojos», pero con cortijo.
«Sálvame», por ejemplo, apoyó la huelga del 8M, pequeño detalle que pasaron por alto horas después, cuando el programa se alineó con el Espíritu de los Balcones y el «no toca hablar del gobierno». El programa salía y entraba de la información a su gusto. Porque cuando la táctica comunicativa del gobierno pasó a la ofensiva, ahí estuvo JJV el primero para hablar del peligro de los bulos de la extremaderecha.
Esta semana, con la polémica Merlos, ha trascendido su «Somos un programa de rojos y maricones», que está muy bien, bien si lo son, pero hace que se olvide el «¡Esto es Vox! ¡Esto es Vox!», o «el discurso de Vox aquí no, mierdas aquí no», o que afirmara su intención de «desvelar quiénes son esas personas que siembran el odio en España».
Esto ya no es información rosa, ni frívolo disparate, es otra cosa. Las palabras de JJV, otra casualidad, se parecen mucho a las de Iglesias días después en las Cortes: «Ustedes (Vox) representan el odio» (luego dijo algo peor). Y esto es grave, porque las televisiones privadas tienen una licencia para fomentar la libertad de expresión y la pluralidad informativa, no para restringirla. En estas semanas, la intensidad propagandística ha deteriorado aún más el barniz liberal de nuestra vida pública: que haya un debate civilizado y más o menos libre entre ideas distintas y legítimas. Aquí una parte sólo puede comparecer como parodia carca, risible y hasta vil; pim, pam, pum en una tertulia-juicio sin fin en la que manda despóticamente el dueño del cortijo. Porque «maricones y/o rojos», pero con cortijo.