sábado, 2 de mayo de 2020

Casado en el aprisco



Supóngase que un salvaje hambriento y con frío, al no encontrar suficientes bayas y caza en los bosques bajara a una pradera donde estuviera pastando un rebaño de ovejas y se arrojara sobre un manso cordero que no hubiera podido huir como los demás, succionara su sangre y se vistiera con su piel. Todo esto no podría considerarse una acción emprendida en interés de las ovejas. Y, sin embargo, sería posible que a la larga condujera a su beneficio. Pues el salvaje, al sentirse poco después nuevamente hambriento e insuficientemente abrigado con su escasa vestimenta, podría atacar por segunda vez el rebaño y así irse acostumbrando, lo mismo que su complacida familia, a un tipo más sustancia de ropas y alimentos. Supongamos ahora que una manada de lobos, u otro animal salvaje, o una enfermedad, atacara a esas infelices ovejas. ¿No las defendería su primitivo enemigo? ¿No se habría identificado con sus intereses al punto que su total extinción o su padecimiento lo alarmarían también a él? Y en la medida en que procurara su bienestar, ¿no se habría convertido en un buen pastor? Y si algún carnero castrado, que amara a su especie, razonara junto con sus compañeros sobre el cambio de su condición, podría estremecerse realmente al recordar aquellos primeros episodios y ante la contribución de ovejas y vellones que no dejaría de seguir siendo exigida por el nuevo gobierno. Pero también podría considerar que tal contribución resulta insignificante en comparación con lo exigido anteriormente por lobos, enfermedades, heladas y asaltantes casuales, cuando el rebaño era mucho más pequeño de lo que con el tiempo llegó a ser, y mucho menos capaz de soportar una gran mortandad. E incluso podría brotar en él un sentimiento de admiración por la notable sabiduría y belleza de ese gran pastor, vestido con profusión de lana; y recordar con agrado alguna caricia ocasional que le hubiese prodigado, y la artesa diariamente colmada de agua por su providencial amo. Y tal vez no se hallara lejos de sostener no sólo el origen racional, sino el derecho divino de los pastores. Un enemigo salvaje de esta índole, convertido incidentalmente en útil amo, recibe el nombre de…

 G. Santayana, La vida de la razón. Madrid: Tecnos, p. 174
[Sobre la sumisión agradecida de las clases pasivas y subvencionadas
 al dictador o al jefe de la banda gobernante en el Estado de bienestar]