Stalin, Roosevelt y Churchill en Teherán
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El globalismo nació el 4 de mayo de 1493 con la bula “Inter caetera divinae” del papa Alejandro VI. Ahora, para poner orden en el globo, ha accedido a hablar el pensador global, González, santo patrono de la socialdemocracia hispánica.
Si la moral cristiana nació en la Última Cena, la moral socialdemócrata bien pudo nacer en la cena del 43 en Teherán, con los Tres Grandes preparando la posguerra. “Cincuenta mil alemanes deben morir –dijo Stalin–. Su Estado Mayor debe desaparecer”. “No tomaré parte en ninguna carnicería a sangre fría –replicó Churchill–. Lo que ocurre con la sangre caliente es otra cosa”. “Propongo –terció Roosevelt– una solución intermedia. En vez de 50.000 muertos, vamos a dejarlo en 49.000”. Voilà! ¡La socialdemocracia! Boris Johnson, que describe la escena, dice que, tras esta jocosa ocurrencia, el hijo de Roosevelt, Elliott, tomó la palabra para comunicar su cordial acuerdo con la propuesta de Stalin y su convencimiento de que el Congreso la apoyaría. Churchill abandonó la sala.
El pensador global, que es coleccionista de palabras (en vez de gobierno, dice gobernanza, y en vez de global, dice “hologäisch”), sostiene que el “capitalismo triunfante” no es sostenible (vamos, que ve a su amigo Slim recogiendo cartones)… ¡y se autodestruye!, cosa que ya había dicho Marx, abandonado en mayo del 79 por González como quien abandona al abuelo en una gasolinera. “¡González abandona el marxismo!”, lloraba por las esquinas el columnismo “engagé”. Pero González no había leído (sigue igual) una palabra de Marx. Como diría el filósofo Manolo Cruz: “¿Para qué?”
Ni de Marx… ni de Gramsci, a quien atribuye el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad, que son de Romain Rolland, aunque, como diría el filósofo Manolo Cruz, “¿y qué?”.
–Yo tengo la reflexión contraria –dice González–. Desde el punto de vista de la inteligencia, soy optimista.
El pensador global no sabe que la inteligencia es pesimista sólo cuando es profunda.