Sable de oficial del Imperio a la mameluca
Jean Palette-Cazajus
Sin duda el dramón de la elección francesa ha apartado de mi cabeza la celebración del Dos de Mayo. Habría merecido algo más sustancioso que este breve apunte de homenaje a los caídos contra los invasores.
Los llamados mamelucos nunca pasaron de un escuadrón de 125 jinetes que llegaba a 150 con la oficialidad, casi toda ella francesa. Fueron un capricho de sátrapa oriental de Bonaparte. De vuelta de la Campaña de Egipto quiso hacer de ellos una exótica guardia pretoriana.
Muchos de ellos eran sirios cristianos y egipcios coptos. Tras colaborar con los franceses los acompañaron en su retirada para librarse de las represalias. Cosas muy parecidas están ocurriendo en aquellos países y en estos momentos. A lo largo del Imperio los mamelucos orientales fueron cayendo paulatinamente en los campos de batalla y al final la mayoría eran franceses, como el de la foto.
En las calles de Madrid, aquel fatídico Dos de Mayo, constituyeron sobre todo la escolta de Murat y no creo que el escuadrón que lo acompañara pasara de 70/80 jinetes, ya que es norma en la caballería, por su peculiar formar de combatir, la necesidad de un escuadrón de reserva.
El veterano mameluco Ducel. Daguerrotipo hacia 1865
Sus bajas fueron de 5 oficiales heridos y 3 mamelucos muertos, el primero de ellos el célebre Mustapha, héroe de Austerlitz que murió de un tiro y no por las facas goyescas. El balance es pues relativamente más modesto que la leyenda.
El Barón-General de Marbot, aquel día capitán de húsares en el Estado Mayor de Masséna y autor de unas estupendas memorias, cuenta lo siguiente: "Como militar, tuve que repeler aquellos hombres que atacaban al ejército francés; pero no pude dejar de reconocer, en mi fuero interno, que nuestra causa era mala y que los españoles tenían razón al intentar rechazar a unos extranjeros que, tras llegar a España como amigos, querían destronar a su soberano y apoderarse del reino mediante la fuerza. Esta guerra me parecía pues impía, pero yo era soldado y no me podía negar a marchar sin ser tachado de cobardía […] La mayor parte del ejército pensaba como yo, pero tampoco podía negarse a obedecer...".
Silla mameluca (Paris, Museo del ejército)