Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Ahora que lo que se dice izquierda española vuelve a los toros, aunque sea para prohibirlos, José Tomás, “el torero republicano” de Galapagar, hace pasar a la prensa por el aro de un contrato de trabajo que Echenique no haría firmar a su asistente.
–Las comunicaciones de las actuaciones del matador resultan prohibidas… y no podrán ser transmitidas por ningún medio.
El contrato es una burda imitación (no sólo gramatical) de los que Cerezo expende para sus películas, que no podrán ser exhibidas en ningún rincón de los sistemas solares conocidos o por conocer.
Las películas de Cerezo no son las de John Ford, pero tampoco las faenas de Tomás son el “seppuku” de Mishima, y la pena es que entre la selecta crítica ya no esté Curro Fetén, aquel genio que, para contar que en Barcelona Chamaco se anunciaba toda la semana y Puya sólo un día, tituló: “En la Feria de Chamaco, Curro Puya ha puesto una caseta”.
Fetén diría que el contrato de Tomás es la forma de garantizar que nadie que no haya pagado vea los cuernos, pues los que han pagado no lo van a contar, a no ser que quieran pasar por gilipollas.
Yo, en cambio, lo veo como la publicidad de la “no publicidad” (véase el cine del “no cine” de Javier Aguirre, el marido de la Roy).
Contra el precepto evangélico de que al dar limosna no ha de saber tu mano izquierda lo que hace la derecha, Tomás publicita su caridad (las obras de caridad mantienen fresco tu nombre y tu personalidad, dice la gran Seka, que hace de camarera en la fiesta de San Vicente de Paul), pero blinda su arte, un capricho de “Tour Rider” tampoco más extravagante que el de Marilyn Manson, que pide una puta calva que pueda ver en el “backstage”, o el de Madonna, que se contenta con un acupunturista.
Con estas pegas a la prensa, Tomás se pone a la altura (grande altura) de Mourinho y Donald Trump, sólo que estos lo hacen (muy bien) porque la tienen en contra, mientras que aquél siempre la ha tenido (aparte Joaquín Vidal) a favor.