Hughes
Abc
Para los aficionados, ver a Pellegrini sosteniendo la Premier e intentando sonreír (nunca termina de hacerlo del todo), ha supuesto un alivio. Había siempre un halo cenizo sobre sus innegables virtudes. El mourihismo recalcitrante podría afirmar (¡y afirma!) que un señor que sólo tiene virtudes no deja de ser aberrante. Desde que llegó a Europa, su palmarés se medía por el buen juego y la caballerosidad, dos magnitudes sin unidad de medida. Bueno, tres señoríos y cuatro tiquitacas, podrían decir, pero eso no sube a la Wikipedia. Ha sido este año, por fin, cuando ha podido acariciar el acero valyrio de las Copas Europeas.
Pellegrini ha entrado en el círculo virtuoso de ciertos entrenadores. Como tienen buen gusto son fichados para entrenar equipos con futbolistas virtuosos. Javier Clemente, por ejemplo, bufaba el saxofón («Barco en la niebla»), pero nadie pondría un violín en sus manos. El City de Pellegrini es un equipo algo cartilaginoso en defensa, pero con un potencial ofensivo sin igual en la competición inglesa. El portentoso Touré, Silva y Nasri en la media, junto al Kun, Dzeko y Negredo arriba. Objetivamente, Pellegrini reconquistó la Premier sobre la base de un mayor perfilamiento del conjunto y una apuesta más decidida por el ataque. Liberó y permitió las alegrías de sus futbolistas con esa finura coral que tuvo el Villarreal. Cabría objetar, estirando mucho el meñique, que no terminó de cuajar un juego estructural suficientemente fluido y que le quedó Europa como asignatura pendiente. Pero lo de Mancini lo mejoró. Mourinho se quejó del desequilibrio financiero que introdujo el City en la Premier. Quien se ha beneficiado de Abramovich no parece el más indicado para criticar, pero los propios aficionados celestes cuando tuvieron que cantarle rimaron Pellegrini con Lamborghini: «El jeque Mansour se fue a España en un Lamborghini y nos trajo al entrenador Pellegrini».
Cuando se habla de la mala suerte del chileno no se dice que lleva ya dos jeques, con sus respectivos parnés (es un poco la Farah Diba de los misters), además de Florentino, que algo de jeque castizo tiene también. Esta Premier nos ayuda a interpretar justamente su carrera. Liberado con el triunfo, asume por fin lo del Madrid: «Salvo allí, mi paso por España fue un éxito». Exacto. Esta Premier redimensiona a Pellegrini, que en realidad es... un triunfador, pero un triunfador que no pudo con el Madrid. En este momento de zozobra y dudas sobre la «filosofía de la posesión» de Guardiola, el templado Pellegrini parece el más exitoso de los apóstoles de lo bonito. Hay en él, de todos modos, una gran falta de entusiasmo real, de providencialismo, que quizás le hace más capaz que Guardiola para adaptarse a otros entornos. No es un revolucionario, es un matizador. Perfecto entrenador para el Sky Blue, el equipo celeste, con su melancolía de profesor de dibujo tomando un mate es un entrenador para equipos de tonos pastel y si fuera a Múnich no pondría a Schweinsteiger a bailar la sardana.
Soportó los dardos del Special One con deportividad. «Tretas psicológicas», dijo. Pero sin el triunfo del Chelsea en Liverpool no hubiese quedado campeón. Las palabras que Mou le dedicó («Cuando me echen yo no entrenaré al Málaga, sino a un grande en la Premier») le han caído encima al portugués como una cagada de paloma. El año que viene, la Premier volverá a ser una lucha entre el bien y el mal. Muchos, ay, ya tomaron partido.