lunes, 6 de enero de 2014

En la muerte de Eusebio

Eusebio y Bela Guttman


Francisco Javier Gómez Izquierdo

Cuando empecé a engancharme a la droga balompédica, para mí Pelé era el más grande, y, aunque los viejos aficionados preferían a Di Stéfano, creía por entonces que los buenos futbolistas tenían que nacer en Brasil. Como en casa no había tele, mi aprendizaje venía de la radio y del As. Al tener conocimiento del partido que perdía el Benfica contra el Santos de Pelé por 5-0 y Bela Guttman, el de la maldición benfiquista, sacó un rato a Eusebio marcando tres goles al equipo de mi dios, divulgué con cinco o seis años de retraso, la ya vieja hazaña del negrito mozambiqueño al que convertí en uno de mis futbolistas míticos.  Eusebio, Simoes, Coluna... eran el Benfica campeón continental y del que aún no sabíamos que estaba condenado a no ganar nunca más en Europa por el embrujo fatal de aquélla Casandra a la que negaron un puñado de escudos.
     
Un sabio portugués, devoto de Bela Guttman, me desmintió hace veinte años que el Benfica robara al Spórting de Lisboa la propiedad de Eusebio. Al parecer, un amigo del futuro mito fichó por el club de Alvalade y contó maravillas a los técnicos del Spórting  de su paisano mozambiqueño. “Que venga a hacer una prueba y veremos si vale”. Eusebio, que siempre nos pareció hombre de mucha paz, pero que de joven gastaba “muchos riles”, contestó que el no probaba en ningún equipo y que además era mejor que cualquier jugador del Spórting. Entonces apareció Guttman y el Benfica y lo ficharon sin pensar. Es sabido que luego le ofrecieron mucho dinero en Europa, pero el general Salazar lo convirtió en símbolo de Portugal. Le subió el sueldo cuanto quiso y prohibió su salida del Benfica.

      Llegó Cruyff en el declinar de Eusebio y mi voluntad se inclinó hacia la parcialidad del tulipán, pienso que porque al héroe portugués no lo vi jugar más que en su decadencia, pero luego he visto reportajes que me hacen creer que hubiera sido grande en los nuevos tiempos del fútbol. Por su velocidad -creo que corría los cien metros en menos de once segundos-, su técnica, su potente disparo, su inteligencia en el campo... y sobre todo porque era el corazón y el alma del Benfica y la selección portuguesa. ¡Lástima que tuviera que cargar con la maldición del húngaro que le descubrió al mundo!

Descanse en paz.