Santa Isabel de Hungría socorriendo a los pobres
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El catalán es un español tan antiguo que, desde “un país pequeñito, ahí arriba”, todavía escribe cartas sentimentales, al estilo de las de los dos enamorados de Rousseau, habitantes de un pueblo al pie de los Alpes.
El Barça, marketing y glamour del catalanismo en el siglo, ha enviado carta a la Uefa para chivarse de un árbitro que no parece el mismo que les dio una Copa de Europa y carta al Vaticano para invitar al Papa al palco del Campo Nuevo, donde el tenor José Carreras dedicaba peinetas a los directivos del Madrid cuando marcaba el Barcelona y donde una patada suelta dirigida a Ramón Mendoza fue a parar a la canilla de don Jesús Polanco.
–Aquí todos somos argentinos –viene a decirle al Papa el presidente Alexandre Rosell i Feliu–: Messi, Mascherano… y hasta mi señora mamá.
La carta está escrita en un español de guardería, y Rosell i Feliu acierta en el encabezamiento, “Su Santidad”, que ya es más que aquel “Estimado señor” del ministro Molina al cardenal Rouco, aunque en seguida se pone a bracear en un mar de anacolutos y solecismos de difícil alcance incluso para un jesuita como el Papa, y un Papa, además, entregado a los pobres, para el que todo lo que sea dar es poco.
Lo que quiero decir es que Francisco me recuerda más a Eva Duarte que a Carlos Rexah.
Evita invitó a Pemán a café para explicarle las directrices de la doctrina justicialista (“aforismos sociales con aire de epístolas pontificias”), y a Pemán le parecía aquello el cuadro de Murillo de “Santa Isabel de Hungría socorriendo a los pobres”.
Si Francisco es como me figuro, aceptará la invitación de Rosell i Feliu, sólo que, en vez de acudir él al palco, mandará a un pobre, como hice yo (que estudié en los terciarios capuchinos) un verano en Fresneu, Asturias: me tocó en la rifa de las fiestas una cena para dos en un figón del concejo de Nava, y le di la papeleta a un mendigo con ojos de Peter O’Toole. Lo despacharon con un “bollu preñau”.