domingo, 16 de agosto de 2020

Lengua de vaca

 

Abc, 10 de Enero de 2001


Ignacio Ruiz Quintano

Los siglos no son menos corrompidos al principio que al final, y en el flamante siglo España sigue siendo un país productor de goles —cincuenta y dos mil quinientos once en el último siglo, según las cuentas  del «As»— y consumidor de neologismos. No lo digo por la justicia, que, por ser una concepción plebeya e ingenua, es universal. Lo digo  por  la lengua, aunque, ¿qué lengua?

Las  nuevas tecnologías surten anualmente cerca de un millar de neologismos. Si hay que leer, no está mal: lo que perdemos en sintaxis y ortografía, lo ganamos en siglas y cursivas, y con eso nos vamos defendiendo en la narrativa contemporánea. Lo malo es si hay que escuchar, pues con tanto neologismo resulta más difícil coscarse de los chismes de la mesa de al lado. Todavía nadie ha sabido contamos, por ejemplo, de qué hablaron los muy principales comensales del histórico almuerzo riojano de Fuenmayor*, seguramente porque nadie ha descendido a plantearse la única pregunta interesante: ¿en qué lengua hablaron? ¿En la vascongada del capitán don Juan de Perocheguy o en la castellana del manifiesto de San Millán?

«¡Crania Vascónica!» «¡Kabilismo Ibérico!»

No son extranjerismos, sino barojismos de los tiempos en que no había extranjero, pues todo el mundo daba por supuesto que el Paraíso era la Provincia Vascongada de la Creación, donde discurrían un Adán y una Eva tales como los concibió el Creador:  «él,  muy jebo, ella, muy chirene.» Según la descripción de Alfonso Reyes, en Paraíso-Emundía los días pasaban mansamente. «Una mañana, andando por Sagardúa-Kale, Adán y Eva se encontraron con la Serpiente. La  Serpiente se descolgó de un hermoso manzano  que había a la vista: era el  manzano prohibido, del uso personal de Jangoicoa-Dios. La Serpiente conferenció con Eva. Eva convenció a Adán. Los manzanos sonreían desde los  collados. Y éste es el origen de la sidra.»

Ya sé que este cuento no explica que en el histórico almuerzo riojano  corriera el pacharán en lugar de la sidra, pero, ¿qué va a hacer uno? A los bachilleres de mi generación nos obligaron a silabear los libros de Quilis, Hernández y De la Concha sobre «la dicotomía saussureana» —de Saussure, que era suizo, como los cucos— y «la teoría  generativo-transformacional» de Chomsky, viajante  nada ameno, aunque los amerindios se comportaron con él como salvajes serviciales que hacían lo que fuera  para sustentar lo «generativo-transformacional» de la teoría.

Todos, en fin, colocaron bien sus libros entre los estudiantes, sólo que a los estudiantes, ¿qué justicia nos indemnizó por daños y perjuicios? A quienes hubiéramos preferido aprender a chanelar el sermo vulgaris, que ya entonces, por lo que nos llegaba de los Bee Gees, era el inglés, siempre nos contestaban lo mismo: «La lingüística moderna se caracteriza por ser estructural.» Y ya ven. Incluso la reina de Inglaterra acaba de abandonar el estructuralismo de la lengua aristocrática por el onomatopeyismo del habla popular, que allí no es más que una recreación, como la moral, del «guau-guau» y «miau-miau» de las niñeras. ¿Que no da para expresar nuestras necesidades? ¿Y quién puede afirmar que los vocabularios de que hoy nos servimos son una consecuencia de nuestras necesidades y no nuestras necesidades una consecuencia de nuestros vocabularios? Es la misma cuestión que había planteado Camba: «Enséñenle ustedes a un salvaje a decir corbata e inmediatamente el salvaje les pedirá a ustedes una; pero manténganlo ustedes en una total ignorancia respecto a esa prenda del atuendo masculino y el salvaje no sentirá jamás el menor deseo de ataviarse con ella.»

Al salvaje con la corbata, y a nosotros, con el «Digital Video Disc», que nos enseñan a decir «DVD» y nos falta tiempo para pedir uno a los Reyes. Total, no sabiendo para qué sirve, ¿por qué iba a importamos cuánto cuesta? Mas no se trata de andar por la casa calculando el  CPC de todos los «banners» de la «web», sino de andar por el mundo simplificando e internacionalizando nuestro vocabulario. Simplifiquemos nuestros vocabularios y habremos simplificado nuestras vidas. Aprendamos de las vacas, que aun en su locura no pueden hablar otra cosa que una lengua universal, y con eso se ahorran los cuentos de la Buena Pipa.
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*Almuerzo de Arzalluz con Corcuera y Vera


Noam Chomsky

«Enséñenle ustedes a un salvaje a decir corbata e inmediatamente el salvaje les pedirá a ustedes una; pero manténganlo ustedes en una total ignorancia respecto a esa prenda del atuendo masculino y el salvaje no sentirá jamás el menor deseo de ataviarse con ella.»