Abc
Esta vez el “Habemus Papam” (“Habemus Pampa”, tuiteó luego un chancero) me cogió en los toros.
Como aquel judío de Borges que fue al pueblo de Mezeritz, no para escuchar al predicador, sino para ver de qué modo éste se ataba los zapatos, yo viajé a Valencia, no para escuchar la cohetería de Fallas, sino para ver de qué modo Javier Castaño lidiaba la corrida de Miura.
No había frío, pero el viento y la humedad nos tenían en la plaza tiritando como William Munny en su primera visita, enfermo, al salón de Big Whiskey en “Sin perdón”.
Pasadas las siete, Fernano Robleño se las veía con un imponente miura decimonónico, “Habitante”, cárdeno oscuro y cinqueño, que a cabezazos batía el pecho del torero como los acorazados de “Ike” las playas de Normandía.
–El macheteo es pa que el bou agache el cap –explicaba a su chiquilla una María con una pinta de agnóstica que echaba para atrás.
Y entonces, un tuiterío total, con la cola de cometa de lo apoteósico: “Habemus Papam!”
Con el torero, tan menudo, tentando a la muerte en aquel león de Miura, me vino el recuerdo de una mujer de negro en Madrid, esperando en el patio de cuadrillas la llegada de Robleño, y el abrazo familiar de Robleño antes de pasar a la capilla a rezar.
Ya en la calle, y en la cola de una freiduría de buñuelos (para el forastero, las Fallas son comer buñuelos y quemar muñecos), el nombre del Papa nuevo:
–¡Francisco I!
El español de antes de la Logse oye “Francisco I” y echa mano de la espada, mas como ahora no hay espadas hubo, sin más, pasmo. Se apostaba por Scola, cuya cuenta tuitera había desaparecido, pero salió Bergoglio, argentino y jesuita, como Castellani, el polemista brillante y tremendo, cuya devoción por Kierkegaard no menguó su humor.
Como devoto de Chesterton, me da que pasar de Ratzinger (“mi Papa”, que dice Hughes) a Bergoglio son ganas de ir de Tomás de Aquino a Francisco de Asís.
–¡Va en Metro! –martillean los tertulianos.