Las bicentenarias
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Hasta que no me metí a opositor no tuve consciencia de la Constitución de Cádiz. Ni los marianistas, ni el señor Marquina, el de FEN en el Diego Porcelos (Burgos) nos hicieron mención de suceso tan importante como parece que fue el parto de la Constitución de 1812. La educación franquista, que tanta risa provoca entre la progresía, puede que no nos enseñara convenientemente, pero nos hizo curiosos y aprendimos que todos los días son buenos para leer, aunque sea una Constitución a la que nadie hace caso.
A un servidor se le hizo mucho más amena aquella Carta Magna que la presente, y el buen lector no puede descabalgar tras comienzo tan prometedor: “en el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo legislador de la sociedad....”
Sigue con libertos que pueden ser españoles, españoles de los dos hemisferios, la obligación de amar y defender a la Patria, la perpetuidad del catolicismo y muchas curiosidades, propias de sustancias perecederas muy lejos de aspirar a la eternidad, como aconteciera en extraños lugares respetuosos con ciertos principios.
De las intenciones liberales (amigos de las libertades significaba por entonces el palabro) de la Constitución de 1812 hemos de cantar mil alabanzas... pero sólo de las intenciones. Aquel grupo de sitiados por el analfabetismo español y por las escopetas francesas demostró al mundo que Montesquieu merecía un respeto y mucho apego a la lectura cuando decretó la libertad de imprenta, eslógan mítico en mi adolescencia.
Este fin de semana se acercan a Cádiz gentes de cien mil naciones a homenajear a unos hombres que veían mas allá de sus narices, pero que no estaban tan ilustrados como nos quieren dar entender todos los que llenan los hoteles de la Tacita a costa del erario público. Se van a decir muchas majaderías y se van a oír muchos aplausos, pero sería de agradecer que de tanto “viva la Pepa”, saliera algún propósito de enmienda en lo tocante a la Constitución de 1978.
Es posible que sólo los gaditanos puedan presumir de conocer una Ley que duró lo que una tapa de huevas y por eso se toman a chirigota los fastos de la niña que nació moribunda.
Hasta que no me metí a opositor no tuve consciencia de la Constitución de Cádiz. Ni los marianistas, ni el señor Marquina, el de FEN en el Diego Porcelos (Burgos) nos hicieron mención de suceso tan importante como parece que fue el parto de la Constitución de 1812. La educación franquista, que tanta risa provoca entre la progresía, puede que no nos enseñara convenientemente, pero nos hizo curiosos y aprendimos que todos los días son buenos para leer, aunque sea una Constitución a la que nadie hace caso.
A un servidor se le hizo mucho más amena aquella Carta Magna que la presente, y el buen lector no puede descabalgar tras comienzo tan prometedor: “en el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo legislador de la sociedad....”
Sigue con libertos que pueden ser españoles, españoles de los dos hemisferios, la obligación de amar y defender a la Patria, la perpetuidad del catolicismo y muchas curiosidades, propias de sustancias perecederas muy lejos de aspirar a la eternidad, como aconteciera en extraños lugares respetuosos con ciertos principios.
De las intenciones liberales (amigos de las libertades significaba por entonces el palabro) de la Constitución de 1812 hemos de cantar mil alabanzas... pero sólo de las intenciones. Aquel grupo de sitiados por el analfabetismo español y por las escopetas francesas demostró al mundo que Montesquieu merecía un respeto y mucho apego a la lectura cuando decretó la libertad de imprenta, eslógan mítico en mi adolescencia.
Este fin de semana se acercan a Cádiz gentes de cien mil naciones a homenajear a unos hombres que veían mas allá de sus narices, pero que no estaban tan ilustrados como nos quieren dar entender todos los que llenan los hoteles de la Tacita a costa del erario público. Se van a decir muchas majaderías y se van a oír muchos aplausos, pero sería de agradecer que de tanto “viva la Pepa”, saliera algún propósito de enmienda en lo tocante a la Constitución de 1978.
Es posible que sólo los gaditanos puedan presumir de conocer una Ley que duró lo que una tapa de huevas y por eso se toman a chirigota los fastos de la niña que nació moribunda.
El Serrallo, en la plaza del Mentidero
El Paritorio
VIVA LA PEPI
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