Ayer fue el día en que Phil, la famosa marmota que atrapaba a Bill Murray en un bucle de nihilismo o redención, debía asomar su aletargado hocico de la madriguera y decidir si volvía a la piltra o aventuraba su trote de cochino jibarizado por la escarchada pradera de Punxsutawney, Estado de Pensilvania, marcando de este modo, con fiabilidad de satélite, una prolongación o un acortamiento del periodo invernal. Según mis cuadernos infantiles de Félix Rodríguez de la Fuente, aún quedan en España algunas marmotas (marmota marmota) asentadas en la franja pirenaica, sin contar los cinco millones de marmotas forzosas que registran esos otros cuadernos sin ninguna amenidad que maneja Fátima Báñez. Pero si una de nuestras marmotas ibéricas se desperezó ayer bajo las coníferas del Valle de Arán, a buen seguro regresó ipso facto a la madriguera, acogotada por la ola siberiana, el paro de enero, la reforma laboral, la financiera y el linchamiento arbitral, práctica villana que un roedor puede tolerarle a Mourinho, quien al cabo gasta rictus de perro cimarrón, pero no a Messi, que exhibe las emparentadas facciones de una inofensiva musaraña. Claro que para qué vamos a hablar de árbitros con tanto paro y en el día de la marmota, parafraseando a aquel.
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