sábado, 21 de diciembre de 2024

Franco



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Don Senén, el rector de Santiago, ha resuelto retirarle a Franco, muerto hace la friolera de treinta y un años, el título de doctor “honoris causa”. ¿Para qué? No estamos hablando de una Universidad cualquiera: un gallego con tan buena colocación en la capital de España como Pepiño Blanco no consiguió pasar de primero de Derecho en sus aulas. La exigencia, pues, debe de ser máxima y, después de muchas vueltas, don Senén ha concluido que Franco no era, por ejemplo, todo un Ramonet, y que carecía, por tanto, de cualquier excelencia. ¿Su Excelencia sin excelencia?


No queremos pensar cómo hubiera protestado Franco, a quien, según Pemán, se le daba muy bien el tono quejumbroso, tan parecido al contexto de la “Salve Regina” –con su “abogada nuestra”, su “clemente”, su “piadosa”–, obra al fin y al cabo de Pedro Mezonzo, paisano de Franco y de don Senén, y modelo de “quejica céltico”.


El de don Senén, desde luego, no parece un carácter frívolo. Es técnico electrónico y toda su vida oficial en la nación sueva la desempeña en gallego, lengua muy buena, según Camba, para hacer versos, comprar pescado y hablarles a las gallinas, a los pájaros y a los aldeanos. Si, animado por los republicanotes del lugar, dice que en Franco no había excelencia alguna –ni siquiera la reconocida por la República, como fue la pacificación de Asturias tras el golpe de Estado de la izquierda contra la legalidad democrática–, sus razones tendrá don Senén. También el franquismo retiró a Pemán de la dirección de la Academia por una falta política. (Si hubiera sido una falta ortográfica, como socarronamente aclaró Sainz Rodríguez, lo hubieran destituido del Consejo Nacional.) Es decir, que don Senén, con su españolaza política de venganzas pequeñitas, no es un innovador. Pero en don Senén el electrónico y el ideólogo se han juntado en una ración de frito variado para echárselas de objetivo: a su entender, y él es el técnico, Franco no reunía “méritos científicos ni personales”.


¡Lo objetivo: esa palabra que odio tanto! –exclamaría Unamuno.


Unamuno, lo mismo que don Senén, fue rector, pero más bragado. Se lío a libelos contra el Rey como Victor Hugo contra Napoleón III sólo porque, después de un encuentro con el Monarca en septiembre de 1915, en que el Jefe del Estado lo invitó a que fuera a verlo para hablar, no obtuvo respuesta a una solicitud de audiencia que hizo en noviembre del mismo año. Desde el punto de vista literario, esta campaña –en vivo y por delante– pasa por ser su mejor obra. A ver si don Senén, en los ratos que le deje la reparación de honores y televisores, se echa la pluma a la cara y carga contra el muerto que a tantos vivos molesta.

La Segunda División. 21.- El Eldense


Marc Mateu y Timor



Fernando Estévez, el mejor entrenador que ha tenido el Eldense


     

    Francisco Javier Gómez Izquierdo


       Los aficionados que pululamos entre aspiraciones tales como "salvarse", "fase de ascenso" que haya empate entre Cartagena y Eldense"..., y cavilaciones semejantes nos topamos con detalles que repentinamente nos inclinan hacia clubes insospechados.


    El Eldense, un poner. Al Eldense lo ascendió de la RFEF Fernando Estévez en la 22/23. Fernando Estévez había salvado al Burgos de bajar a Tercera en su último tiempo de tribulación y hombre de tanto mérito además de entrenador es médico y sobre todo un educado señor de la Alpujarra granadina, Capileira, al que la directiva del Eldense no renovó en julio de este 24 tras mantener al equipo en Segunda aún no se sabe por qué. Con la no renovación -no fue cuestión de dinero sino capricho de la directiva- el Eldense ha perdido la simpatías de servidor, veleidoso a veces.


     Daniel Ponz es entrenador modesto de un plantel que al ver sus onces en directo lo primero que llama la atención son dos jugadores moñudos: Marc Mateu y Timor, los dos veteranos, 35 y 34 años, los dos valencianos, los dos procedentes del Huesca, con la sensación de servidor de que eligieron Elda para retirarse ayudando en lo que puedan; no en vano, la cercana Benidorm es paraíso de jubiletas. La zurda de Marc Mateu es conocida y recordada en el Levante, Zaragoza, Numancia, Huesca... Con el Eldense sale de lateral izquierdo para sacarlo todo: faltas o córners, cosa que a veces desorganiza al equipo, sobre todo cuando saca de esquina por la derecha como aquel Leandro brasileño en el Mundial de España. Timor ha jugado mucho en Primera: Valencia, Osasuna, Valladolid, Leganés, Las Palmas, Getafe, Huesca..; es la boya que desde el mediocentro ordena a voces y con patadas. Junto a Timor sale Álex Bernal otro veterano al que servidor tiene aprecio tras su paso por Córdoba sin que tuviera el debido reconocimiento en 1a RFEF.


     Veterano es también Mackay, 38 años, portero gallego que ha guardado catorce o quince porterías distintas. Tampoco son jóvenes los centrales: el serbio Dumic, Monsalve, que salió del Atleti de Madrid hace un decenio a buscarse la vida por Holanda, o el navarro Piña, peregrino por equipos de Tercera (hasta en la Gimnástica Arandina estuvo). Los tres en los treinta. Iván Martos es el más joven con 27 y ha venido del Huesca como varios  de la plantilla. Casualidades o representantes mediante. Fran Gámez del Zaragoza y Víctor García del Alcorcón se turnan por el lateral derecho.


    Sergio Ortuño es un 8 tradicional. Del pueblo y capitán, al que suele acompañar en la derecha Simo, extremo que los tres últimos años cometió sus diabluras en El Arcángel. Juega poco Simo y en vez de por la izquierda como en Córdoba, lo hace por la derecha. Ponz prefiere al chiclanero Chapela. De Malasia ha llegado un portugués, Geraldes, para ejercer de medio ofensivo. El delantero centro goleador, otra temporada más es Juanto Ortuño, 11 tantos la pasada. También estuvo en Córdoba, eso sí, sin suerte. A Juanto no le quitan el puesto dos nuevos nueves propiciados, por al parecer, una buena relación con el Alavés: Ropero y Godoy, este último con prácticas en el Mirandés.


    He visto tres partidos completos del Eldense y me ha parecido de lo más flojo de 2a. Me da que lo va a pasar mal para salvarse. Quizás no hubiera tan pesimista diagnóstico si el bueno de Fernando Estévez hubiera continuado como pedía la mínima sensatez.. ¡¡Con lo que le quería la afición!!  

Sábado, 21 de Diciembre

 


Bodegón navideño II

viernes, 20 de diciembre de 2024

Un catalán al revés


La carita de Hillary y las manitas de Bonilla

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


La lengua es compañera del Imperio y el glorioso 78 cerrará este año 24 con dos nuevos pruritos idiomáticos o dialectales: el “estremeñu” de la Guardiola, que lo pronuncia como silbando el “Only you” (ella sería la Zola Taylor de los Platers jamoneros), y ‘el andalúh’ del Bonilla, que va por Sevilla como Abu por Damasco, con una sonrisa de Hillary en la boca.


Hillary es una mujer carismática y cercana. Y he podido conversar con ella sobre Andalucía y el futuro que le espera.


Ahora que la tala de olivos arrecia en aquellas tierras, digamos que en el guiñol del Estado de Partidos todo es mentira menos lo malo. La más piadosa de esas mentiras fue el referéndum andaluz, que, con la Constitución en la mano, se perdió, más no para nuestros juristas, cuyo santo patrón sería Juanelo Turriano, el eximio arbitrista de Carlos V, para quien construyó un estanque cuyas aguas atrajeron a los mosquitos que mataron de paludismo al emperador. De Turriano, en Andalucía, hizo Gonzalón, y lo cuenta Peces Barba. Gonzalón: “Hay que buscar una solución a esto”. Peces: “Oye, pues yo no sé… Como no quieras que metamos votos falsos…” Gonzalón: “Tú lo que eres es un juridicista, estoy harto ya de estas consideraciones jurídicas tuyas…” Y entonces Peces se quitó de en medio “y ya no sé lo que hicieron”, aunque lo sabemos todos, otro “de la ley a la ley”, esta vez con una ley orgánica como tipex constitucional. En el preámbulo del Estatuto se decía: los andaluces no sostenemos “pruritos idiomáticos o dialectales, que también pudiéramos mantener con sólo aplicar a la expresión ortográfica las peculiaridades fonéticas del habla meridional”.


Los catalanes tendrán su “Nau” y su “Veu de Catalunya” y su “Generalitat”, pero aquí tenemos la “arcardía” y el “gobernaor siví” y el “envacunaó”… –contestó Pemán, para quien “el desprecio de la fonética popular es una cosa nacida de prejuicios antidemocráticos que deben desaparecer en estos días”, invitando a rebelarse contra los caprichos aristocráticos de cluniacenses y académicos.


Para Pemán, el sistema es fácil: no hay más que aplicar, sino que al revés, el secreto de los catalanes. Ellos, para acentuar su “hecho diferencial”, tuvieron que huir de lo popular (por ejemplo: en vez de “paraula”, “mot”): “Nosotros tenemos que ir en su busca. Ellos encomendaron una misión a los eruditos; nosotros la debemos encomendar a las cocineras. Así como ellos fundaron su “Institut” de sabios catalanes, nosotros debemos fundar un ‘Instituto de Analfabetos Andaluces’, donde los carreros, las cocineras y los limpiabotas enseñen la pronunciación popular y creen así nuestro dialecto diferencial”. Y proponía premios para los que más faltas de ortografía pusieran en una página o para los que se comieran más sílabas en cinco minutos.


Hecho esto, no queda más que declarar la obligatoriedad del “andaluz” para todos los documentos oficiales, y ya podremos hombrearnos con los catalanes.


[Viernes, 13 de Diciembre] 

Derecha, Historia y Memoria Histórica



Pedro Carlos González Cuevas


Dejémoslo claro. La historia no es un saber empírico, sin supuestos. Tal pretensión, en la que algunos todavía dicen creer, no pasa de ser un subterfugio. Como señaló Robin George Collingwood, no existe investigación sin una previa filosofía de la historia que la sustente. Ya Erich Rothaecker y Hans Georg Gadamer señalaron acertadamente que la escuela histórica de Ranke, Droysen y Dilthey, pese a su rechazo de la construcción filosófica al estilo de Fichte o Hegel, se basaba, de facto, en los principios teóricos de la filosofía idealista alemana y del romanticismo. Por ello, es preciso distinguir entre “pasado” e “historia”. Y es que el “pasado” es, señalaba David Lowenthal, un “país extraño”. Se nos escapa; la historia es, en consecuencia, una construcción intelectual. Sin un enfoque filosófico y político la definición de la historia más plausible sería la sostenida por William Shakespeare, en Macbeth: algo “contado por un necio, lleno de ruido y furia, que nada significa”.


  En ese sentido, resulta decisiva la dimensión política del saber histórico. El economista y filósofo Friedrich Hayek señala que política e historia se encuentran íntimamente relacionadas. La historia es, desde su perspectiva, tanto ciencia como arte, y aquél que intenta “escribir historia y olvida que esto le plantea la tarea de formular una interpretación a la luz de unos determinados valores se engaña a sí mismo y será víctima de sus prejuicios personales subconscientes”. No menos importante es el hecho de que, como advertía el neopragmatista Richard Rorty, una de las funciones del saber histórico es la de proporcionar al público no una imagen objetiva del pasado –algo imposible, sino los fundamentos de lo que debería ser una nación. De ahí que los debates historiográficos puedan entenderse como discursos en torno al futuro de las sociedades. Como liberal de izquierdas y pragmatista, Rorty presenta al poeta Walt Whitman y el filósofo John Dewey como ejemplos a seguir.


  A esta percepción pueden sumarse las meditaciones de Walter Benjamin sobre los denominados “juicios de la historia”, que, según el pensador alemán, nunca son definitivos e inmutables. Y es que el porvenir puede reabrir expedientes históricos supuestamente “cerrados”, “rehabilitar” personajes y tendencias políticas calumniadas; reactualizar experiencias y aspiraciones vencidas o juzgadas “utópicas”, “anacrónicas” y “a contrapelo del progreso”.


  En sus Cuadernos de la cárcel, el pensador comunista Antonio Gramsci planteó la relación entre el pasado y el presente histórico. A su entender, “el presente comprende todo el pasado”. En ese sentido, la crítica del presente no significa tan sólo su “discontinuidad” y “revocabilidad”; significa igualmente la necesidad de incluir en la crítica del presente la del pasado. Sin esta dimensión, la crítica del presente resulta parcial y, por lo tanto, también inadecuada, inactual. Si es verdad que la historia es el presente; es también verdad que el presente es historia. Gramsci señaló también, precisamente, que si el presente es “crítica del pasado, además (por ello) es su propia superación”.


  Así, la interpretación del pasado constituye una directa intervención en el presente; el conocimiento del pasado se convierte en un instrumento privilegiado para interrogar al presente y para comprender lo que de novedad éste nos trae; en la narración del pasado se hacen presentes programas de carácter político, social y simbólico. En ese sentido, el siempre lúcido Edward Hallet Carr, maestro del realismo histórico y político, se hacía eco de las variaciones valorativas que había experimentado la interpretación de Roma, como consecuencia de los cambios de contexto político desde el siglo XVIII al XX: “Gibbon encontró su héroe en Marco Aurelio, el emperador filósofo; los revolucionarios franceses, con su odio a la tiranía y su afirmación por la retórica, vieron en Catón y Bruto, las dos cumbres de la grandeza romana; en el siglo XIX, que sería después el descubridor de la sobrevivencia del más fuerte, puso su predilección en Julio César; otra época reciente cuya apreciación de los problemas de planificación y organización a gran escala es más firme, ha podido valorar los méritos de Augusto”.


  Por ello, es preciso distinguir entre una historia de derechas y otra de izquierdas. ¿Cuáles serían las señas de identidad de una historiografía que podríamos conceptualizar como de derechas? A mi modo de ver, la esencia de la derecha como tendencia política, social y filosófica, radica en las características de su “visión” de la realidad. Siguiendo a Thomas Sowell, entendemos por “visión” un acto cognitivo preanalítico, es decir, lo que “intuimos o sentimos antes de elaborar un razonamiento sistemático que se puede llamar teoría”, “una percepción de cómo funciona el mundo”. A partir de ahí, Sowell clasifica las “visiones” en dos categorías muy amplias, la “trágica” y la “utópica”. La primera enfatiza las restricciones humanas, mientras que la segunda lo hace en la posibilidad de superación de esas restricciones. Así pues, una ideología o filosofía política puede ser conceptualizada como derechista cuando tiene como fundamento las restricciones inherentes a la naturaleza y la vida humana. Lo que se traduce en el pesimismo antropológico, la defensa de las diversidades nacionales y culturales, de la necesidad de jerarquías sociales, de la religión o del sentido de “lo sagrado”, de la tradición como norma de acción; y el reformismo social frente a los planteamientos revolucionarios. La “visión” trágica tiene una serie de inevitables consecuencias a la hora de perfilar una concepción de la historia. En primer lugar, los seres humanos son concebidos como una mezcla de naturaleza e historia, de biología y cultura. Lo específicamente humano, que le diferencia de otras especies, es, sin duda, el factor histórico-cultural. El ser humano es inseparable del contexto cultural en el que ha nacido y ha desarrollado su personalidad. Viene al mundo como heredero. En ese sentido, para el hombre de derecha, la historia se expresa, como señala Robert Nisbet, “no en forma lineal, cronológica, sino en la persistencia de estructuras, comunidades, hábitos y prejuicios, generación tras generación”. Una visión conservadora de la historia que  considera ésta como un proceso que se desarrolla de manera continua a través de la inserción de lo nuevo en lo viejo, derivado de la evolución y no como producto exclusivo de metas o intenciones. La historia avanza, como hubiera señalado Hegel en su interpretación conservadora, dialécticamente, es decir, superando el estadio previo e incorporando cuanto de positivo había en él. Una concepción de la historia que no busca el retorno al pasado, sino un nuevo equilibrio entre las nuevas y viejas realidades sociales y políticas. En el fondo, una forma de desarrollo histórico no revolucionario, cuya posibilidad se va creando con la emergencia de las nuevas realidades sociales, políticas y económicas.  A ese respecto, es característico de la derecha su realismo político y el consiguiente rechazo de las concepciones utópicas o teleológicas de la historia según las cuales en cierto momento sobrevendría una sistematización definitiva del género humano; lo cual significaría colocarse fuera de la historia y de la vida, que es continuo ir y devenir. Nada más anticonservador, en ese sentido, que aquella profecía de Francis Fukuyama sobre un presunto “Fin de la Historia”, en base al triunfo del sistema demoliberal y la economía de mercado.


  La visión trágica del proceso histórico tiene su traducción política. El filósofo británico Michael Oakeshott ha distinguido entre “políticas de fe” y “políticas de escepticismo”. La primera tiene como fundamento la capacidad de los seres humanos para perfeccionarse mediante sus propios esfuerzos, posibilitados por el descubrimiento de métodos para difundir el poder del Estado como instrumento esencial para el control y diseño y el perfeccionamiento de los individuos. Es el triunfo de lo que Oakeshott denomina “racionalismo político”; y Friedrich Hayek, “constructivismo”. Frente a ello, la “política de escepticismo” tiene como fundamento las restricciones humanas. Y es que la experiencia histórica es tan variada y compleja que jamás podrá triunfar ningún plan de ordenamiento y reconstrucción de los asuntos humanos; de ahí la importancia de tener en cuenta los contextos históricos y las tradiciones de las sociedades concretas.


 Los discursos histórico-políticos y las obras históricas tienen como marco lo que, siguiendo al sociólogo Pierre Bourdieu, denominamos campo historiográfico, es decir, un espacio social, un microcosmos con una autonomía relativa y poseedor de su propia lógica. En este campo determinado se producen enfrentamientos que responden a relaciones de fuerza. Tiene sus dominantes y sus dominados. El triunfador es aquel que logra instaurar en su seno lo que Allan Megill denomina “narración maestra”, “Grand Narrative”, es decir, un relato que “pretende ofrecer el testimonio acreditado de la historia en general”.


  Desde esta perspectiva, el tema de la denominada “memoria histórica” adquiere un papel fundamental no sólo desde una perspectiva histórica, sino política. A ese respecto, hay que reiterar, en primer lugar, que la historia y la “memoria histórica” o “democrática” no sólo no son de igual naturaleza, sino radicalmente opuestas. La “memoria histórica” tiene como objetivo, confesado o no, fundar una identidad o garantizar la supervivencia de un grupo humano concreto. Se trata de un modo de relación con el pasado de carácter afectivo y, a menudo, doloroso; lo que implica un culto al recuerdo y a la conmemoración obsesiva ante ciertos sucesos. Cuando se funda, como suele suceder, sobre el recuerdo de experiencias trágicas, alienta y legitima a los que se sienten víctimas. El riesgo que se corre entonces es el de asistir a una especie de competencia entre “memorias”, que puede dar lugar al nacimiento de una rivalidad de víctimas, en la búsqueda de extender deudas simbólicas. La “memoria histórica” es selectiva por naturaleza, ya que tiene por fundamento una selección partidista de los acontecimientos. En ese sentido, “memoria histórica” e historia representan dos formas de nuevo antagónicas de relación con el pasado. La primera se sostiene en la conmemoración; mientras que la segunda lo hace mediante el trabajo de investigación. La primera se encuentra, por definición, al abrigo de dudas y revisiones; la segunda admite, por el contrario, y por principio, la posibilidad de crítica, de revisión, en la medida en que ambiciona establecer los hechos y contextualizarlos para evitar anacronismos. La “memoria histórica” demanda adhesión; la historia distancia. Sin embargo, no es únicamente que “memoria” e historia sean distintas. Es que las leyes de “memoria histórica” son incompatibles con el saber histórico. Como hubiera dicho Keith Jenkins, se trata de un intento de “congelar” la historia, al modo de George Orwell en 1984. Filosóficamente, como ha destacado el filósofo Alain Badiou –hombre de izquierda– la “memoria histórica” tiene un claro componente anticristiano, por su insistencia en la venganza, en contra del perdón y la redención. De la misma forma, como señala Pablo de Lora, el recurso a la “memoria histórica” implica, por su propia esencia, un problema político, ya que implica una interpretación sesgada y maniquea de la guerra civil, el régimen de Franco e incluso el sistema político de 1978. Y es que, como señalamos en esta obra, las ofensivas en torno a la “memoria histórica” tiene como objetivo político la instauración de la III República. Es una de las grandes reivindicaciones del conjunto de las izquierdas. Pero las derechas tienen también, y en no poca medida, su parte de culpa en este sinuoso y tortuoso proceso histórico-político. Se ha dicho, y es cierto, que el recurso a la reivindicación de la “memoria histórica” no fue iniciado, en realidad, por José Luis Rodríguez Zapatero, sino por Felipe González Márquez, hoy tan alabado por la derecha obtusa, cuando vio quebrarse su dilatada hegemonía política desde los años noventa del pasado siglo. Sin embargo, creo que es preciso profundizar más en este tema. En realidad, este proceso tiene sus orígenes en el propio Partido Popular y sus periodistas afines, cuyo arquetipo ha sido y es Federico Jiménez Losantos, uno de los grandes charlatanes y muñidores de las derrotas de la derecha española a nivel cultural y simbólico. El periodista turolense dedicó un par de libros a la tortuosa figura de Manuel Azaña Díaz, una Antología del escritor alcalaíno y el libro La última salida de Manuel Azaña, publicado por Planeta y que fue ganador del Premio Espejo de España el año 1994. En ambas obras, Jiménez Losantos presentó a Manuel Azaña como una figura histórica ejemplar y como representante de la idea liberal y democrática de España. En el fondo, se trataba de un auténtico fraude mediático a todos los niveles, historiográfico y ético-político. El historiador Santos Juliá Díaz, experto por antonomasia en la figura del político alcalaíno, demostró que la obra que había “merecido” el Premio Espejo de España era, en buena medida, un plagio del libro de Cipriano Rivas Cherif, Retrato de un desconocido. Lo de menos, con ser grave, y mucho, era la escasa honradez intelectual del periodista; lo superlativamente grave fue su influencia en José María Aznar López, hombre de escasas luces intelectuales, que recogió acríticamente dicha interpretación y la puso en marcha a nivel político, reivindicando al alcalaíno como precursor intelectual de la nueva derecha liberal española. De inmediato, los representantes de la izquierda política e intelectual interpretaron tal recurso como fruto de la debilidad político-moral de la derecha española. Así, el antiguo comunista Jorge Semprún sostuvo que la valoración aznarista de Azaña demostraba que “los valores de los vencidos de la guerra civil son los que fundan la ley moral”; mientras que para el socialista Fernando Morán era la prueba de que en la derecha existía “un evidente deseo de catarsis”, de “baño y de limpieza en el Jordán”.  Sin duda, se había abierto una cuña en el imaginario colectivo de la sociedad española La interpretación de Jiménez Losantos no pasaba de ser un subterfugio, fruto de su concepción mercantilista, empírica y utilitarista de la labor periodística e intelectual. Prueba de ello es que ha abandonado ya hace tiempo. Ahora, no duda en calificar el presidente republicano de “dictador”.  Sin embargo, el mal ya estaba hecho; y las consecuencias fueron más lejos. Cuando el Partido Popular llegó al gobierno no dudó en noviembre de 2002 en condenar el 18 de julio y el régimen de Franco.  El camino hacia las leyes de memoria histórica estaba ya expedito. Sólo faltaba que alguien, como José Luis Rodríguez Zapatero, se decidiera a promulgarlas abiertamente; y lo hizo. En un primer momento, el Partido Popular se opuso. Sin embargo, figuras carismáticas como Esperanza Aguirre disintieron de esa esa estrategia, afirmando que su partido se había colocado en “el lado malo de la historia”. 


  Las estupideces y desatinos de Jiménez Losantos no pararon ahí. A la hora de plantear los debates historiográficos, se alió, cuando estuvo en la COPE, con un farsante y charlatán como César Vidal Manzanares, cuya afición a la intertextualidad y a la “negritud” eran más que conocidas; y con un diletante historiográfico como Pío Moa. Para mayor inri, el PP no sólo aceptó la interpretación liberal-conservadora de Azaña, sino que hizo suya la de Fukuyama sobre el presunto “fin de la historia”. El desarme era total frente a una izquierda que dominaba plenamente el campo historiográfico y académico. La FAES, aunque publicó una colección de meritorias biografías de los hombres representativos del liberalismo-conservador y de la derecha, no incidió directamente en el tema de la “memoria histórica”. Historiadores afines al PP, como Pedro Corral, realizaron estudios empíricos sobre los desmanes revolucionarios durante la guerra civil, pero lo han hecho desde un talante excesivamente tímido, como pidiendo perdón y buscando un imposible equilibrio con una izquierda sectaria que se niega a debatir dada su posición dominante a todos los niveles.


Cuando, bajo la jefatura de Mariano Rajoy Brey, el Partido Popular retornó al gobierno, no derogó la Ley de Memoria Histórica. Actitud pasiva que contrastó con la capacidad de decisión del nuevo líder socialista Pedro Sánchez, que, tras su llegada al gobierno, no tuvo ninguna duda a la hora ordenar la exhumación de los cadáveres de Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera de sus tumbas en el Valle de los Caídos. Toda una ruptura simbólica cuyas consecuencias aún tardarán en hacerse tangibles a nivel social y político.  El Partido Popular, esta vez bajo la dirección del pánfilo Pablo Casado, tuvo poco que decir; se abstuvo. Sin embargo, la ofensiva de Pedro Sánchez y el conjunto de las izquierdas no paró ahí. Con el apoyo de los nacionalistas catalanes y vascos, con los herederos de ETA, aprobó una nueva ley, la de Memoria Democrática en octubre de 2022, que instaura la “Grand Narrative” de la historia de España. Y que no sólo condena los regímenes de Primo de Rivera y de Franco, sino la tradición liberal-conservadora representada por las constituciones de 1837, 1845 y 1876. Desde esta perspectiva, el régimen actual se identifica con su tradición con las constituciones de 1812, 1868 y 1931, antecedente de la actual de 1978. Esta Ley es todo un paradigma de la interpretación izquierdista de la trayectoria histórica contemporánea de la nación española. Tiene por fundamento una visión utópica, racionalista, constructivista de la realidad histórica que lleva a una peligrosa “política de fe”, que pretende que los regímenes denominados democráticos pueden ser instaurados sin una previa realidad social, económica, política y cultural, que no se improvisa y que es consecuencia de un proceso de larga duración. Estados Unidos y Gran Bretaña son un claro ejemplo de ello, al igual que Francia o Alemania. Las democracias liberales –aunque los redactores de la Ley de Memoria Democrática no piensan sólo en ellas, incluyen entre sus preferencias a comunistas, socialistas revolucionarios y anarquistas, es decir, a sus ancestros– no nace de la ciencia infusa. Ignora o caricaturiza la aportación de las tradiciones conservadoras a los procesos de modernización de la sociedad española. Desconoce, además, que, como defendía Leopold von Ranke, cada época histórica tiene su propia lógica, su propio sentido, porque está “directamente relacionada con Dios”, y su mérito estriba en “su propia mismidad”.


El Partido Popular se opuso esta Ley. El no menos pánfilo Núñez Feijoo mostró, sin embargo, un claro desinterés hacia el tema. Y eso que ponía en el punto de mira censor a la Restauración, la época histórica preferida por los turiferarios y dirigentes del PP. Sin duda, para ellos, la economía es más importante. Y su partido ha rechazado recientemente apoyar la Ley de Concordia propugnada por VOX en Castilla-León, en Baleares y en otras comunidades autónomas donde es mayoría. Una nueva traición intelectual, política y moral.  Y es el PP el gran dique para el logro de la reforma intelectual y moral que la sociedad española necesita. Los debates historiográficos forman parte ineludible de este proyecto regenerador. No debe olvidarse que los recientes éxitos de las derechas identitarias no son ajenos a la profunda revisión histórica lograda por Renzo de Felice en Italia, por François Furet en Francia o por Ernst Nolte en Alemania. Sin embargo, frente a esta necesaria labor político-intelectual, el PP se ha convertido en un auténtico compañero de viaje de las izquierdas y de los nacionalistas. No tiene remedio. Conjeturo que más pronto que tarde ha de pagar su traición, producto de su estupidez y de su desprecio feudal hacia la labor intelectual.


Leer en La Gaceta de la Iberosfera 

Viernes, 20 de Diciembre


 

Bodegón navideño

jueves, 19 de diciembre de 2024

Hughes. Real Madrid, 3-Pachuca, 0. Noveno campeonato mundial

 


@realmadrid


Hughes

Pura Golosina Deportiva


El Madrid ha ganado su noveno título mundial, que no cuarta Intercontinental. Si algún sentido tiene esta competición es sellar una hegemonía y no es lo mismo cuatro que nueve. El Madrid tiene 4+5, y no tiene culpa de las discontinuidades caprichosas de la FIFA. ¿O acaso de las UEFAS de los equipos españoles se descuentan las Copas de Feria?


Una Intercontinental es una Intercontinental, siempre se le llamó así, aunque cambiara el formato. Tener nueve es algo que no podíamos imaginar.


Cuando volvía a casa para ver el partido me fijaba en el entorno. Hay algo deprimente que remedia el Madrid con sus episodios rutilantes... Es un escapismo el Madrid.


Se jugaba la final en Qatar. Quietos y callados todos, serenamente madridistas. Como en el Bernabéu, pero con turbante y más dinero.


El capitán era Lucas Vázquez y en su rostro en el sorteo de campo había rutina, casi asomaba un bostezo.


La acumulación de capital humano y de expertise de finales del Madrid no tenía ni punto de comparación con el Pachuca, que lo mejor que tenía era la sonoridad de Salomón Rondón.



@realmadrid


Media semana estuve llamando Machuca al Pachuca...


La Copa la portaba Bebeto, al que le ha cayó el viejo encima. Si Bebeto está así... ¿cómo estará Mauro Silva?


En el Madrid no salía Modric. Ancelotti no es tonto. Era el equipo de la final de la Champions con los cambios inevitables y ordenado sobre el 4-2-3-1 que regala a Bellingham la tan ansiada centralidad. Si el equipo consigue superar el mediocampo, que tampoco es fácil, ahí aparece Belligham en lo alto y desde él ya todo es cuesta abajo, ríos de fútbol hacia las puntas...


Mbappé llevaba manga corta, pero la camiseta por dentro. Swingueante fútbol de puntillas otra vez; Hermes de pies alados.


El Pachuca salió a machucar, presionando al Madrid con la insolencia ya habitual. Alrededor del minuto 15 de cada partido el Madrid consigue una cosa maravillosa: ser el equipo pequeño. Esto puede verse como un defecto o como una virtud. La verdad es que el Pachuca provocaba dificultades en la salida y se echaba de menos a Ceballos al ver los errores de Valverde y Camavinga.


Al ratito ya estábamos esperando el aguanís. La Intercontinental siempre es rara y a deshoras y ayudaba la retransmisión de Telecinco, con el contraste de las voces del narrador Luque, soniquete de estar leyendo un bando municipal, y el circunspecto Karanka, quizás el hombre más serio que ha dado el fútbol.


En el 22 hubo una ocasión de Rodrygo a pase del eléctrico Mbappé, aunque el adjetivo eléctrico se le queda antiguo y corto.


Bellingham hizo un regate asombroso. Se fue de dos jugadores a la vez, como la salchicha escapando de un perrito caliente, con una acción doble de pisada y aceleración, un movimiento súbito hacia atrás y hacia delante. Regatea Belligham con todo el cuerpo, podría hacer cosas de ballet. Si no hubiera defensas, ni pelota, y fuera vestido de otra forma, sus movimientos, con música de fondo, parecerían una forma de baile moderno, grácil envergadura oscilando, cimbreando, accionando su tronco, sus piernas, sus brazos y hasta sus manos con una enérgica elegancia. ¡Es Nacho Duato!


A partir de ahí, de romper a dos a la vez y dejarlos lo que se dice cuajados, el Pachuca, noble competidor, empezó a resentirse y el Madrid a mandar con esa economía de la gloria que ya podría patentar como método suyo.


Era interesante la movilidad de Rodrygo, no siempre reconocida.


En el 28 hubo una ocasión del Madrid en la que pudo observarse algo curioso: Mbappé es capaz de llevarse centrales en dos momentos distintos de la misma jugada.


Empezaba a jugar el Madrid y a gustarse y en el 37 marcó un golazo colectivo con tromba de Valverde, pase de Bellingham a Vinicius, regate al portero (Vini ya no burla solo a los laterales) y asistencia a Mbappé, que actualiza su promedio: 0'59 goles por partido; la media de Ronaldo Nazario.



@realmadrid


El gol era un éxtasis florentinesco, era un gol Bernini, Florentinini, un sueño presidencial conseguido.


En cierto modo, en Qatar se estaba presentando el tridente del Madrid, ya formado y más o menos engranado.


Y a esa fiesta se sumó Rodrygo, que añadió un golazo a sus generosos movimientos. La cogió al borde del área (de nuevo, con apoyo inteligente de Mbappé), se fue para un lado con los del Pachuca detrás; y luego, cuando ya los tenía a todos allí, giró en dirección contraria, y otra vez los del Pachuca detrás, aunque esta vez, cuando el ángulo ya estaba abierto, ese ángulo que es fijación de Rodrygo Goes, lo que siempre busca su mirada dulce pero fría, chutó preciso; fútbol neto suyo, tan dibujado...


Había en ese gol platónico, sin embargo, una interferencia de otro tipo que el árbitro debió consultar con el VAR, y allí que fue el referí con un pinganillo aparatoso y distinto que exigía unas tiras de esparadrapo para mantenerlo unido a la tersa mejilla arbitral. Miró la pantalla, deliberó y a su decisión incorporó la novedad de la explicación. El pinganillo no era para hablar con sus colegas apuntadores sino para comunicarle al estadio, en un inglés tortuoso, el resultado de su valoración. El primer gol explicado de nuestras vidas.


El partido, ya con 2-0, supo encontrar otros alicientes, como cuando el narrador dijo "la explosividad de Fran García"...


Ya a medio gas y ya en el 60, cuando la creatividad de Ancelotti sale como un borbotón y llegan los cambios: Ceballos, Brahim y Modric, en su mejor papel de refrescos,


Cuando la pelota le llegaba a Bellingham y él buscaba a los de arriba, el Madrid recordaba el aire de exhibición de Zidane, Ronaldo y compañía, aunque ésta es una galaxia bien sujeta en la que los planetas pueden encontrar un sol alrededor del que girar. No sólo la centralidad de Bellingham, sino ese importantísimo doble pivote.


En el 82 hubo un penalti sobre Lucas que dio lugar a nueva revisión del VAR. Comenzamos a ver repetida la caída de Lucas Vázquez en el área. El bucle de Lucas, la sucesión de Lucas, como si hubiera un DJ visual, el remix de Lucas cayendo y levantándose comenzó a generar hilaridad y cierta sensación relajante de flotación, de alejamiento... Le faltaba música para ser vaporwave... yo empecé a sentir que se abría en la pantalla una ventana de píxeles y tiempo y que Lucas ya no era ese Lucas, era todas las veces que fue Lucas, y el penalti mera posibilidad suspendida en un universo de vídeo... ¿Y si mi vida estaba atrapada en esos frames? De ese ensueño me/nos sacó el árbitro, que no sólo reafirmó el penalti, sino que lo explicó de nuevo en un inglés que parecía una venganza geopolítica. Al explicar al estadio que era penalti, la muchedumbre lo celebró y sonó a circo romano. Esa masa podía ser perfectamente una que celebrara el anuncio de una ejecución...


El penal (he decidido argentinizarme) lo lanzó Vinicius; asistencia y gol. Siempre pone el huevo en las finales.


Lo celebró disparando una pistola imaginaria, cosa que no se critica. ¿No es mejor bailar?


La superioridad era absoluta. Esta Intercontinental parecía (por el Madrid) una de las pocas cosas en las que Europa puede sentir la vieja hegemonía.


La sensación era tan fuerte que Rudiger empezó a ser Ricardo Rochiger, a subir al ataque, a buscar su rizo de pelo púbico de rubia gloria...


Pudo haber más goles, pero Vini no quiso ver o no vio a Bellingham, que es majo y no se enfada mucho.


El Madrid consigue su noveno reinado mundial, su noveno campeonato del mundo. ¿Tan difícil es contar? Si a algunos les parece poca cosa, será problema del mundo. Nunca del Madrid.


@realmadrid

Foxá



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Cercado en Tenochtitlán, Cortés consulta a su astrólogo, un tal Botello, la fecha más indicada para huir. El astrólogo da la noche del 30 de junio, aunque poco le aprovecha su astrología: muere con su caballo. En su petaca encuentran unos papeles como libro, con cifras y rayas y apuntamientos y señales, que dice en ellas: “¿Si me he de morir aquí en esta triste guerra?” Y en otras rayas: “No morirás.”


Aunque Cuba fuera su favorita –“Cuba es España en vacaciones”–, una tarde, en Méjico, después de los toros, Agustín de Foxá, el que no perdonaba a los comunistas haberse tenido que hacer falangista, fue al pueblo de Tacuba, al árbol de roja corteza, viejo de dos mil años y preso en una verja de hierro: bajo sus ramas pasó Cortés, el 30 de junio de 1520, su Noche Triste.


La muerte es distancia.


Y Ruano, que naciera el mismo día que Foxá, escribió en su necrológica: “Le envidio su destino final: desnacer en los brazos donde se ha nacido. Dios da premios así.”


Foxá murió hace cincuenta años.


¿Cincuenta años?


Anota en sus memorias Stefan Zweig que entre 1900 y 1914 nunca vio citado el nombre de Paul Valery como escritor ni en “Le Figaro” ni en “Le Matin”; Marcel Proust pasaba por un pisaverde de salón y Romain Rolland por un musicólogo erudito; tenían casi cincuenta años cuando el primer tímido rayo de fama iluminó sus nombres y habían creado su gran obra en la sombra, en medio de la ciudad más curiosa e intelectual del mundo.


La gran obra literaria de Foxá, tercerista prodigioso de ABC, es “Madrid, de corte a checa”, escrita en el café “Novelty” de Salamanca y editada en Pamplona y cuya primera parte hacía babear de gula a aquel fox terrier de pelo duro que fue Eduardo Haro.


A Foxá, que hubiera querido ser el marqués de Santillana, lo sorprende la República en Bulgaria.


Me dio la noticia un judío. Vi la venganza contra los Reyes Católicos.


“Si no fuera Malaparte, me gustaría ser Foxá”, dice su gran amigo Curzio. Y le contesta Foxá: “Si no fuera Foxá, me gustaría ser Bonaparte.”


Secretario de embajada, critica Foxá la política de Pío XII con España. El Nuncio dulcifica: “El Papa no es infalible en esas cosas de pura política humana. Pero siempre tiene alguna asistencia del Espíritu Santo.” Y Foxá, con algo de falso Sha de Persia: “¡Pues si esas cosas se las inspira el Espíritu Santo, yo me hago del tiro de pichón!”


Cuando murió –escribe Ruano–, nos pareció como si le hubieran dado “el paseo”.

__________

(Publicado en ABCD las Artes y las Letras, ABC 908, Semana del 27 de Junio al 3 de Julio de 2009) 

La Segunda División. 20.- S. D. Éibar

Éibar que disputó el ascenso 23/24
Matheus Pereira, Stoichkov, Bautista, Sergio Álvarez y Luca Zidane.
Soriano, Vencedor, Arbilla, Tejero, Ríos Reina y Aketxe. Sólo permanecen cuatro


Aficionados nombrados en las paredes de Ipurúa por aportara para la salvación del Éibar hace 10 años



Francisco Javier Gómez Izquierdo


          Lleva el Éibar disputando las tres últimas fases de ascenso a Primera -dos de ellas como 3°, con la ventaja que en teoría da el puesto- y en las tres se ha quedado compuesto y sin novia. Sigue Joseba Etxeberría al mando de una plantilla de la que se fue gente importante y está por ver lo que den de sí "los nuevos", casi todos ellos recogidos como es costumbre entre clubes de la zona.


     Luca Zidane, el hijo portero de la leyenda francesa, era un importante y a sustituirle han llegado Fuzato ¡¡¡un brasileño a una portería vasca!!!, y del Amorebieta, Magunagoitia, que aunque sólo sea por el nombre es el titular. En mi modesta opinión es posición que se ha debilitado.


    A Etxeberría le gustan laterales que ahora se dice "largos. profundos", y así al extremo Corpas lo ha convertido en lateral derecho, pero si toca defender punta peligrosa pone a Cubero; de lateral izquierdo, Cristian, malagueño que en Málaga hasta marcaba goles, pero si se precisa contundencia salta Arrillaga, rapado como indio de la tribu de los hurones cuando va a la guerra. Ha sido el mejor marcador de Carracedo. En Segunda hay varios laterales con este fiero aspecto: Tasende, Hugo... En el centro de la defensa juegan Chema y Arambarri, a los que servidor ve un tanto blandos; Carrillo, el canterano del Madrid, puede que empiece a tener más presencia, teniendo en cuenta que el eterno Arbilla, cerca de los 38 tacos, creo que anda lesionado de gravedad. Dos son los mediocentros digamos titulares: Sergio Álvarez, que en sus años de sportinguista sonaba a crack, cumple la séptima temporada de titular en Ipurúa y la tercera Matheus Pereira, tras la buena pinta que mostró en el Barça B. Peru Nolaskoain no sólo vale como zapador, también se atreve a disparar conforme se acerca el área (en Córdoba marcó un buen gol).  Antonio Puertas quizás sea el más relevante de "los nuevos" , toda su vida en el Granada con breve paso por Almería, pero jugador sobrado para Segunda; ataca por derecha como Alkain, el realista y luego alavesista del que se espera acabe de romper. Tony Villa, que tanto gustó en Valladolid que lo fichó el Girona, llegó libre al Éibar con la intención de reverdecer laureles; tiene clase Toni Villa y tendría que tener más protagonismo a pesar de que me parece un imposible sustituir ese genio llamado Aketxe y que se fue a zurdear a Zaragoza. Arriba ha llegado Jorge Pascual, el bullicioso rubio rizoso del Villarreal a sustituir al gaditano Stoichkov, fichado por el Alavés. Jorge Pascual es muy buen futbolista, pero no hace olvidar tampoco a Stoichkov el goleador que en realidad se llama Juan Diego y es de San Roque. El exdonostiarra Bautista marcó la temporada pasada 17 goles, pero en ésta no se comprende qué le atenaza el instinto. Se confía en los jóvenes leones Guruzeta y Madariaga para reconducir la trayectoria de un Éibar que fuera de Ipurúa no da la talla. Talla que se espera de un club que tiene la consideración y el respeto de toda la categoría, pero al que se le gana cuando rinde visita.

    A servidor le han decepcionado los grisáceos y tristes planteamientos amarrateguis a domicilio del que fuera incisivo potro de Elgóibar". Pudiera ser que no le queda otra alternativa. 

Jueves, 19 de Diciembre

 



Cortesía madrileña

miércoles, 18 de diciembre de 2024

Fernán Gómez



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Leo en mi “blog” favorito, que es el “blog” del pintor Pepe Cerdá –el pintor de pinta y calla–, que ha muerto el intelectual menos afrancesado; mejor dicho, nada afrancesado; mejor aún: “Ha sido lo contrario del impostado intelectual, copia del francés, que tanto hemos sufrido en España.” Y a mí me parece que, a falta de un Ruano –el supremo funebrista–, lo único interesante que he leído a la muerte de Fernando Fernán Gómez es eso, lo de Cerdá, el pintor, ya digo, de pinta y calla, del españolísimo mandar a callar.


¿Pero se quiere callar de una puñetera vez? –le dice el juez Bermúdez al reo.


¿Por qué no se calla? –le dice el Rey al espadón venezolón.


¡A la mierda! –le dijo el último muerto al fan.


La desaparición de Fernán Gómez por el foso de la muerte, “donde rugen los leones de la alabanza y del olvido”, ha confirmado la sospecha tremenda: no quedan funebristas como Ruano, que se pasó la vida queriendo ser nombrado necrologista literario oficial y escribir sus cuartillas miniadas a la luz de unos hachones lacrimosos y solemnes exprimiendo las anécdotas y pudiéndose detener hasta la saciedad en el pequeño detalle que da vida a lo muerto.


El pequeño detalle que da vida a lo muerto que está Fernán Gómez es su antifrancesismo intelectual. No sé si Gonzalo Suárez quería decir lo mismo cuando dijo que Fernán Gómez era el hombre que siempre fue Bernard Shaw. ¿Shaw? ¿Aquel sofista de Camba que andaba en pantalones cortos y que se alimentaba de ensaladas y paradojas? No, aquel hereje de Chesterton que predicaba que “la regla de oro es que no hay regla de oro”. Y Chesterton dijo:


Es posible atacar sus principios, como yo lo hago, pero no sé de ningún caso en que se pueda atacar su aplicación de estos.


Para Chesterton, en efecto, toda la fuerza y el triunfo de Bernard Shaw residían en el hecho de que era un hombre totalmente coherente. Tan coherente como “el pícaro” que más destrozó a los clásicos, Fernando Fernán Gómez, que en 1959 protagonizaba la prezapateril “Bombas para la paz”, de Antonio Román, con guión de Alfonso Paso, y en 2003 leía el astracanesco manifiesto de los cómicos de escudilla contra la guerra de Iraq.


Entonces, dijo Chesterton:


Después de criticar a muchísimas personas durante muchísimos años por no ser progresistas, el señor Shaw ha descubierto, con su característica sensatez, que es muy dudoso que ningún ser humano existente con dos piernas pueda ser progresista.

Miércoles, 18 de Diciembre

 


Cerrado por puente

Nos vemos el lunes

martes, 17 de diciembre de 2024

Tedeum de Estado


Karl A. Wittfogel


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


El reestreno góspel de Notre Dame que tiene a las calandrias de la Ilustración con los ojos canicones a lo Marujita Díaz (confundiendo las flechas del amor de Karina con la flecha sobre el crucero de Viollet-le-Duc) es el Tedeum liberalio (¡un Tedeum de Estado!) en acción de gracias por la incorporación de Siria al selecto club de democracias liberalias a la “uropea”, o sea, Ursulandia, con Rumanía, Alemania, España y así.


¿A quién se le ocurre ser fraile, habiendo epidemia en Madrid? ¿A quién se le ocurre ser cristiano estando la democracia al llegar? “Sanctus, Sanctus, Sanctus / Dominus Deus Sabaoth. / Pleni sunt caeli et terra / maiestatis gloriae tuae”. Un 15 de julio del 89, el penoso Luis XVI se presentó muerto de miedo en la Comuna, cuyos jefes, más acojonados que él, ya preparaban la huida, y los invitó a un “Te Deum” en Notre Dame en acción de gracias por los crímenes horrendos (“propios de caníbales”, según Saint-Just) de la víspera. Con un tedeum en Notre Dame creó Luis XVI el mito de la Bastilla y con otro tedeum en Notre Dame recrea Macron el mito de la democracia liberalia (no confundir con la democracia representativa de los Founding Fathers).


La democracia liberalia que impone el imperio es la manzana reineta que el barbero metía en la boca de los caballeros para afeitarlos. Su plan de expansión lo explicó hace un par de décadas el bello (y atónito) general Wesley Clark, poco sospechoso (ha hecho campaña por Kamala). Había bombardeado, sin papeles, Yugoslavia, y un día que visitaba el Pentágono un generalón bocachanclas le dijo que el plan era llevar a votar a siete países en cinco años: Iraq, Líbano, Libia, Somalia, Siria, Sudán e Irán. ¿Y eso? “Dios ha elegido al pueblo americano como su nación elegida que debe conducir al mundo a su redención”, escribió Albert J. Beveridge en su “Redeemer Nation”. Y Melville (en su “Chaqueta blanca”): “Nosotros los americanos somos un pueblo elegido… El mesías político ha venido en ‘nosotros’… Y recordemos siempre que, con nosotros, el egoísmo nacional es la filantropía sin límites: ya que nosotros no podemos hacer un bien a América, si no es haciendo una ofrenda al mundo”… De las guerras preventivas de Bush a los perdones preventivos de Biden. Nacidos, pues, para votar: somos el pony de Úrsula puesto de prozac, de rodillas ante el altar del Cambio Climático, versión occidental del Estatismo Hidráulico oriental. La historia, nos recuerda el Eclesiastés, no hace más que repetirse; ya todo se hizo antes: no hay nada realmente nuevo bajo el sol.


Las limitaciones del comunismo serían libertad comparadas con la situación presente de la mayoría de la raza humana –escribía Stuart Mill en 1852, citado por Karl A. Wittfogel en su “Despotismo oriental”, estudio comparativo del poder totalitario en la sociedad y el estatismo hidráulicos (control del agua) como fundamento de un despotismo sin parangón.


Y a eso nos encaminamos.


[Martes, 10 de Diciembre] 

En el Centenario de Eduardo Chillida. El Molino de Hornillos

           


 

Abilio Abad Izquierdo

      

      Estamos celebrando el centenario del nacimiento de Eduardo Chillida, 11 de enero de 2024. El escultor vasco Eduardo Chillida es un referente artístico y cultural español del siglo XX con proyección internacional sobre todo después del reconocimiento de la Bienal de Venecia del año 1958.


       Tenemos la fortuna en Castrillo de la Reina que uno de los grandes iconos del arte haya tenido estrecha y alargada relación en el tiempo con nuestro pueblo. Ocurre tal novedad porque a principios de los años setenta el escultor vasco nacido en San Sebastián y ya mundialmente conocido está buscando un lugar, "leku", que le aislara del mundanal ruido y fuera sosiego del alma para pensar y recrear su obra.  Y lo encontró en el Molino de Hornillos. Esta causalidad tuvo que ver por la amistad con Moreno Galván, José María, importante crítico de arte que poseía un molino en la cercana Palacios de la Sierra. El lugar de Hornillos es un bucólico lugar de singular belleza, donde el agua del Arlanza se remansa en los  Vados nada más salir del Apretadero de Vegacepeda y una vez pasado el molino, adentrarse en el desfiladero de las peñas del Colgao hacia la encrucijada del Judas.


     Hornillos es el topónimo de un despoblado altomedieval que conserva algunas tumbas antropomorfas de la necrópolis excavada en la roca. Donde se ubica la Presa del Molino se cruzaba el Arlanza por el llamado puente viejo que era el paso de la Cañada de la Mesta hasta bien entrado el siglo XVI. Desaparecido el puente viejo, se desvía la Cañada de las Merinas y pasa junto a la huerta del molino para cruzar el Arlanza por el puente Hornillos, que contaba con unas hermosas cepas de piedra aunque no terminaron de rematarlo. Chillida hormigonó la pasarela que era de palos y césped. No dudo que Chillida se enamoró de este lugar y lo demostró con la frecuencia de sus venidas y dilatada estancia sobre todo en los veranos.


         Castrilo de la Reina


      El molino estaba situado a cuatro kilómetros de Castrillo desde casa Eugenia y la Central de teléfonos y la primera relación estrecha entre Castrillo y Chillida viene determinada por el teléfono. Por más soledad creadora que buscara Chillida, alguna vez tiene necesidad de comunicarse con el mundo. Como no había móviles, muchas veces recalaba en casa Eugenia, creando una amistad sincera que se ha mantenido a lo largo del tiempo, y hasta nuestros días, nos recuerda Margarita, con sus hijos. Otra relación estrecha se crea con Mariano, luego Beni y Luci que, entre otras funciones, cuidaban del molino cuando los Chillida no estaban, y con "los panaderos" Luci, cuyo padre Malaquías había sido el último propietario del molino, y Mari, su mujer e hija del dicho Mariano. Así, cuando llegaban los Chillida a Castrillo pronto se hacían notar carretera arriba, carretera abajo con los Jeep todoterreno por la necesidad de usar el teléfono y la también necesaria parada en la panadería que, además, era fama hacía muy buen pan.




   En lo alto de Los Vados


        Y recordamos también el contacto con los pastores de Castrillo. Coincidía en el tiempo la llegada de los Chillida con la pequeña trashumancia de las ovejas de Castrillo a los términos de los  Vados y Cantalauna. De todos era conocido el trato fluido de Chillida con estos pastores que han recordado aquella cercanía grata y humilde de "don Eduardo" con ellos.


       Y como un vecino más de Castrillo, colaboró con la aportación económica en la reconstrucción del edificio del Ayuntamiento arrasado por las llamas en 1976. 


     La iglesia de Castrillo fue otro lugar de encuentro con la familia Chillida-Belzunce. Eduardo Chillida siempre se tuvo por un hombre de fe: "...aunque la razón quiso quitármela en muchas ocasiones pero no lo consiguió... hay espacios a los que la razón no llega". Todos los domingos y fiestas de guardar asistían a la misa en Castrillo. Y en la iglesia de Castrillo se casaron dos hijas: Carmen el 4 de agosto del año 1976 y Susana el 29 de abril de 1983.


    Chillida recreó el Molino cual si fuera una de sus obras de arte. Le dedicaron mucho tiempo, trabajo, esfuerzo e ilusión para hacer del Molino una estancia acorde con la belleza y el encanto del entorno. Para llevar a cabo esta recreación recorren los derroteros de Castrillo buscando piedras viejas, sobre todo "las vierteaguas" y algunas tuvieron que sobre parihuelas por la dificultad del lugar como en el caso del molino del Judas. El año 1983 adquieren la finca de ZABALAGA y tienen que centrar su trabajo, esfuerzo e ilusión en aquel ingente proyecto que alumbró un hermoso fruto: El CHILLIDA LEKU, sin olvidar por ello el Molino de Hornillos.


  La escultura de Chillida es una representación metafísica. Si vemos una escultura de Chillida sabemos que es de Chillida.Todas las esculturas llevan impreso su personal sello por la original forma que las define y las hace únicas. Las esculturas de Chillida no representan una realidad concreta percibida por los sentidos. Quieren representar a lo más profundo por debajo de las apariencias. Aquello que está más allá de  la física y sus ecuaciones. Le preocupa más inquirir soluciones a ecuaciones que en lugar de números, conjuguen los elementos agua, aire, tierra y fuego de los presocráticos que forman y transforman el ser de las cosas. Los dos materiales preferidos, que no únicos, de Chillida fueron el hierro y el hormigón. La ductilidad de estos materiales, el forjado del hierro por el fuego y la fragua del mortero de hormigón por el encofrado le permite actuar como Demiurgo creador de formas que nos sorprenden "más por lo que preguntan que por lo que representan". 



Eduardo Chillida a la puerta de la iglesia entre Javier y Joaquín

Martes, 17 de Diciembre

 



Libros con carámbanos

lunes, 16 de diciembre de 2024

Albert Serra y su introspección en el mundo de los toros



Albert Serra / EP


Pepe Campos


A los amantes al arte taurino nos ha caído un milagro encima llamado Albert Serra. Su pasión por el cine —y su conocimiento— convierten su reflexión sobre la tauromaquia, Tardes de soledad, en un hito clave en estos tiempos tan anodinos que nos tocan vivir. Los aficionados a los toros somos conscientes, y es una evidencia, que para sobrellevar la vida tenemos los toros, por eso sólo pensamos en ello y le dedicamos toda nuestra energía vital, es decir, todo el tiempo, el libre y el alimenticio, e incluso aquél que nos pone contra las cuerdas ante la familia, los amigos y la sociedad, porque nadie nos entiende y se nos censura: es un camino en el que se pierden amigos, familia y notabilidad en el trabajo. ¿Qué chaladura es ésa de los toros? ¿Por qué ir tanto a los toros, y dedicarle todo el metraje de la vida como hacemos año tras año? Aquellos que estamos enamorados de la fiesta taurina lo intuimos y de incógnito lo sabemos —y nos lo trae Tardes de soledad, a la altura 2024— que no estamos equivocados sino que vivimos más, mejor, y de verdad, viendo toros y meditando sobre ello. Pues buscamos en este atavismo, que enfrenta al humano con el toro bravo en los redondeles de los cosos taurinos, las respuestas a los enigmas de la existencia humana y a la natural, debido a que la temática de la vida y la muerte se encuentra en la corrida de toros como una representación real y «continuada».


Me viene a la memoria la valiosa aportación a la investigación histórica y antropológica, en lo referente con los orígenes y las claves en la evolución del hecho taurino, de la obra de Ángel Álvarez de Miranda, Ritos y juegos del toro (1962). Para aquellos que quieran indagar en la mítica y en la simbología de lo relacionado con ese trato misterioso entre el hombre y el toro, convertido en fiesta social y espectáculo, sólo tienen que empezar con leer éste estudio citado. Pues bien, para quienes quieran ilustrarse sobre el componente ético y épico de la fiesta taurina a día de hoy, puede acudir a las pantallas de los cines —cuando se estrene a comienzos de 2025— a ver esta musculosa película titulada Tardes de soledad, de Albert Serra. Ayer se pudo ver la cinta en la Filmoteca Española, en el cine Doré, y escuchar en un coloquio final —hablar sobre la película— a su director Albert Serra. (No es el momento de hablar de los caprichos ideológicos de esta institución que la están convirtiendo en un detritus como servicio público —por no serlo— en el ámbito del cinematógrafo). En dicha charla final mencionada Serra comentó que a la hora de montar la película disponían de 740 horas filmadas, lo que les ha llevado a todo su equipo de filmación y montaje a tener que estar durante nueve meses trabajando sin descanso —sin días libres— para llegar a ensamblar la cinta que se ha quedado en una duración final de 125 minutos. Tal tiempo dedicado a la realización de este documental avala la valía de su logro con un resultado de enorme valor fílmico y antropológico. En primer término deberíamos destacar la sobriedad con la que está pensada y lograda la película, todo discurre dentro de un tono real, objetivo y sustantivo. Serra lo definió en el coloquio con el término «conceptual». Efectivamente, es un estudio del mundo de los toros que va al concepto, al núcleo, que no es otro, según se podría deducir, que al de los autores del suceso táurico, que son, el toro bravo y el torero, los toreros.


En lo referente al incuestionable protagonista de la fiesta taurina, el toro, el tratamiento es de una enorme dignidad. Aquí, en Tardes de soledad, el toro —tótem— es un personaje —sin entrar en ninguna tontería sobre el mundo animal— que emociona, que aparece en toda su dimensión, honorable, vendiendo cara su vida porque en ello justifica su existencia, y llegando a una muerte pausada, lenta, emotiva, tranquila, que se convierte en un hecho natural; algo que los aficionados a los toros conocen porque lo han visto tarde tras tarde, en miles de ocasiones y es un suceso que les conecta con los misterios del existir. La vida del toro es lucha —como la de los humanos, la de aquellos que no tienen privilegios— y su muerte es un ocaso que se funde con la naturaleza en instantes al unísono con lo que encierra el paso del crono, el transcurrir del tiempo natural que a todos nos va resaltando —cuando estamos vivos— y fundiendo en la escena de la realidad cuando entramos en la muerte. El ejemplo de ver al toro morir en Tardes de soledad, es una lección de filosofía, de entendimiento, de sentimiento de lo que es la vida, sin tapujos, sin aditamentos, sin interpretaciones. Deja con la boca abierta al que nunca se lo había planteado, y corrobora —en su afición— por «sentirse» en esa emoción de lo íntimo a quien conoce el quid de la tauromaquia. Allí donde películas con bastante ápice de antitaurinas —con crítica ideológica al hecho taurino— dejaron al toro bravo según acababan esas cintas, en el arrastre del animal tras morir (citemos Los golfos de Carlos Saura, 1960, o El momento de la verdad de Francesco Rosi, 1965), en ese enfoque final del toro entrando por la puerta del desolladero de las plazas de toros, precisamente, ahí, es donde Albert Serra retoma un punto esencial de la muerte del toro, pero para dignificarlo y explicarlo, para darlo a conocer y exponer que ello conlleva grandeza, naturalidad y no pena.


El segundo protagonista es el torero, el matador de toros, que en la película está interpretado por Andrés Roca Rey, pero no sólo por él, si no por toda su cuadrilla, sus hombres, los que le rodean, los que le animan, los que le ayudan, los que se entregan sin condicionamientos por defenderle y permitirle que pueda ejercer con la mayor de las garantías esa función sacerdotal que es una misión en la vida, la de ser matador de toros. No es una profesión, es un ejercicio ético, atávico, trágico, religioso, trascendental. Albert Serra filma que esta misión —vocación— de un hombre que elige ser matador de toros y lo relaciona de manera imbricada con la verdadera vida, aquella que ya nos quiso explicar y relatar Ernest Hemingway en Fiesta (1926). Decía Hemingway que la única persona (o una de las pocas) que vive una vida verdadera es el matador de toros. En la novela del autor norteamericano, este papel está representado por Pedro Romero, un matador mítico. En la película de Albert Serra es Roca Rey, un torero que se introduce en su rol de artífice de un ritual ancestral, un sacerdote que sacrifica al toro, ante quien expone su propia vida y a quien administra la muerte —algo más que un sacramento— porque la existencia le otorga ese derecho. El toro también tiene el derecho de matarlo a él, de matar al sacerdote, al hombre. En la escena de la corrida de Santander se nos muestra con toda la crudeza esta singularidad, pues aquél toro pudo matar a Roca Rey, pero le perdona, y así lo entiende el torero, al decir según arrastran al toro: «me has perdonado la vida». Esta certeza convierten al torero peruano en un hombre de verdadera entereza. Una prueba que sólo pasa en la vida quien ejerce la profesión de matador de toros. En estos últimos años me he preguntado sobre el misterio que lleva a muchos jóvenes a intentar ser matadores de toros, un sueño que muy pocos logran, pues hablamos de una de las actividades más complicadas y difíciles que existen en el devenir de lo humano. Tal vez, sea este deseo de querer llegar a sentir, de tener ánimo para superar ese examen que los hados reservan a los matadores de toros, el de llegar a saber —porque en algún momento de su trayectoria esta prueba aparecerá— si como hombres pueden estar a la altura de lo que Dios, tal vez, pueda exigir a los humanos, y que, posiblemente, no sea otra cuestión vital que la de llegar a ser dignos en nuestra condición de criaturas.



Roca Rey