James George Frazer
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Llegó el puente de la Constitución, otra fiesta religiosa más.
¡Cómo gozaría hoy sir James George Frazer en España, tomando notas para “La rama dorada”!
Si tuviéramos rabo, como soñaba Félix Rodríguez de la Fuente, España parecería un estadio surafricano atestado de vuvuzelas, de lo que lo agitaríamos de contentos por el puente.
Y es que, después de la guerra civil, el español se convirtió en el pueblo más pastueño de la Tierra. De hecho, en algunas regiones, para celebrar el puente, en vez de matar toros, quemarán ejemplares de la Constitución que garantiza nuestra libertad de expresión, aunque según y cómo, pues la de expresión es libertad que se lleva con la de pensamiento como la Del Monte con la Pantoja.
El gobierno de Madrid se ha cargado a su consejero de Sanidad por su lenguaje coloquial, pero al gobierno de España le pareció un ejercicio de libertad de expresión el 9-N de Mas en Cataluña, con lo que el Poder Judicial, que acostumbra pensar lo mismo que el Poder Ejecutivo, sólo que después, ha despachado una bula de libertad de expresión constitucional para los jueces del manifiesto por el “derecho a decidir”, un invento que tendría que ver con la sedición, no con la Decisión ni con el Derecho.
Jueces hechos a hablar de “derecho a decidir” serán quienes decidan “instalar micros o cámaras en domicilios particulares”, pero sólo para los malos muy malos (quedan excluidos los filántropos de reconocido prestigio), merced a la nueva Ley de Enjuiciamiento Criminal del ministro Catalá, que también quiere limitar el período de instrucción a seis meses, pero para luchar contra la corrupción, no contra Ruz o Alaya.
El derecho fue sustituido por la ley como Gallardón por Catalá, un ministro que habla de la “libertad general” (sic) de Rousseau como Jesulín podría hacerlo del “imperativo atenagórico” de Kant.
Ya lo dijo Pedro Sánchez, y nos reíamos:
–¿Cómo acabar con la corrupción? ¡Preveyéndola!
Y a tocarnos la vuvuzela.