Tranvía blanquiverde en Bilbao
Una maravilla construida para ver bien desde todos los asientos
Francisco Javieer Gómez Izquierdo
Fueron más de quinientos los insensatos que acompañaron al Córdoba a Bilbao. Aficionados de verdad. Gentes acostumbradas a la derrota que como las madres con hijos drogadictos esperan una mínima actitud positiva de su criatura. Mi chico, el Muri y un servidor, además de insensatos rozamos la temeridad, pues volvimos a la Demanda después del partido en una noche más negra que boca de lobo, salvando granizo, ventiscas y caprichosa agua-nieve. El Muri, tan aterido como aterrorizado ante los elementos se consolaba en la victoria con el miedo en el cuerpo en Altube y le temblaba la voz recordando el golazo de Ghilas al atravesar el blancuzco ventisqueo de Pancorbo, y es que el Muri nunca había visto tanta mala leche en los cielos. ¡Si supiera de aquellos inviernos nuestros de la infancia, con los caminos helados!
No es cosa de hablar de fútbol porque casi no hubo. Para todos los cordobesistas, San Mamés fue una fiesta en la que se nos trató bien. Nos dejaron cantar sin parar y sin enfado de los anfitriones. Muy al contrario, nos miraban extrañados ante tanta injustificada alegría antes, durante y después del partido. Fueron dos horas tan inexplicables que los bilbaínos no tuvieron más remedio que rendirse ante tanto irracional bienintencionado... y aplaudieron; reconocieron nuestros méritos y les dimos una miaja de envidia al ver lo bien que nos lo pasábamos.
Han pasado cuarenta y dos años y medio desde que el Córdoba ganara su último partido en primera. Fue ante el Barça en mayo del 72 y el gol de Fermín a Reina daba la liga al Real Madrid. En Bilbao, más que el gol de Ghilas -¡uff, Iturraspe, Iturraspe!-, lo que nos ha gustado ha sido la intensidad y la disposición individual de cada jugador con los dientes apretados, consciente de sus limitaciones. Luchando como fieras entre leones.
Conocí el viejo San Mamés que en verdad me parecía lugar sagrado para el fútbol, pero después de ver el nuevo estadio no puedo menos que rendirme ante lo evidente y tenerlo como el perfecto santuario que todo aficionado de bien reconoce. Hasta la ciudad estaba renovada, limpia y muy rejuvenecida. Lo que sí me pareció es que los aficionados del Atleti ya no son lo que eran. No llevan boina, animan poco y lo que más me duele es que pregunté a dos señores mayores por Viteri y no me supieron decir nada. A uno le sonaba y el otro no lo conocía.