lunes, 8 de diciembre de 2014

El libro de los records

 

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    San Nicolás, y no digo más.

    En San Nicolás, a la hora del almuerzo, se acabó el récord de imbatibilidad del Chelsea, y a la hora de la cena, Cristiano estableció el récord de “hat-tricks” y el Madrid de Ancelotti igualó el récord de victorias consecutivas de Frank Rijkard, “el  bueno deFrank” para los que están en la pomada, aquel centrocampista Thomson (como las gacelas) que pasó por Zaragoza como la luz por el cristal y que terminó de tercera pata del Milán histórico, con Gullit y Van Basten, más Ancelotti, que era como Adelardo, llevándoles el botijo.

    El Chelsea perdió con el Newcastle a lo Chelsea, que es crear diez ocasiones para consumar una.
     
Mourinho es un entrenador de genio, no de flor, pues si lo fuera no sería un entrenador de fútbol, sino un administrador de egos (creo que se dice así). Sólo el talento lo salva de convertirse en lúser (como ocurre con Fernando Alonso, que tampoco pasa por simpático para el periodismo acostumbrado a repartir café… y simpatía).

    Me acuerdo de la semifinal en el Bernabéu con el Bayern, donde fallaron sus penaltis (¡penaltis!) los tres jugadores mejor pagados de su plantilla. Después Guardiola le birló, también con el Bayern, una supercopa en el descuento, y en el descuento le han empatado en la Premier el City de Pellegrini (ese George Clooney de la valdanidad) y el United de Van Gaal, con mano arbitral.
    
El Chelsea vuelve a ser un gran equipo, pero sin banquillo. Once, aunque parezcan once mil, como las vírgenes de Jardiel. Del medio para atrás, es el mejor equipo, con un pivote (¿o pibón?), Matic, que haría invulnerable al Madrid. (Courtois, mitad De Gaulle y mitad Blas, el de Epi, es el único que puede codearse con Neuer.) Pero del medio para adelante, está muy por detrás del City, del Bayern, del Barcelona y, por supuesto, del Madrid, que acapara en ese sector a los mejores del mundo, todos con gol. Los brasileños Óscar y William son jugadores para el Betis de toda la vida (como Özil, qué leches), y podemos imaginar lo que sería ese equipo con Modric y Bale en sus puestos, más Cristiano donde Costa, claro.
    
A Cristiano le ha costado ganarse al piperío (tres años), pero ahora que lo tiene comiendo de su mano puede darse el lujo de “distefanear” sin despeinarse cada sábado por la noche en Chamartín, y hasta de anunciar medias de señora, si se lo propusieran, cosa que en su día no perdonaron a don Alfredo, el primer gran monologuista blanco, paisano de Enrique Pinti (Pinti Recargado), a cuyo monólogo en Madrid me llevó Hughes, que tenía una corazonada, la de dar, al fin, con algo valioso de verdad.
   
A sus setenta y cinco años, Pinti exhibe una charlatanería de ametralladora durante hora y media, es decir, lo que un partido de fútbol, pero dirigido por el Cholo Simeone, que, miren por dónde, estaba en el teatro.

    Algo de Pinti-Pinti tiene el fútbol contemporáneo, con sus monólogos de futbolistas (Cristiano, Messi) y de equipos (el Madrid, que le ha robado el fuego, ese fuego, al Barcelona).



JAMES Y HAZARD
    James Rodríguez y Eden Hazard, ambos del 91, son los dos únicos futbolistas por los que hoy me levantaría del sofá para ir a verlos jugar, si vinieran a la ciudad. James esconde en el pie la sierpe venenosa de los zurdos (los zurdos deberían lucir en el dorsal la copa y la serpiente de las farmacias), pero Hazard, que es diestro, lleva en el suyo un tablao con Lola Flores, que es, como lo vio Ruano, el Cristo de Velázquez cabreado. James tiene el gol; Hazard, no: lo mata su afán de belleza. El afán de belleza era el motivo que, según Cossío, impide en el campo de la estética a los futbolistas golear, y a los toreros, estoquear. A esta regla sólo le encuentro una excepción y se llamaba Romario, que goleaba como un “9” rematando como un “10”.