lunes, 12 de mayo de 2014

Sólo Coentrao (con Diego López de Tippi Hedren)

 
Cogote de Merluza
Nasello Cogote
El árbol mavideño de Carletto
 
 
Hughes
 
Tras la gesta de Múnich, el Madrid ha conseguido dos puntos de nueve. Por mucho que uno quiera ser comprensivo con el cansancio, las bajas, el calor sofocante de este mes de mayo y con Lisboa, que es la obsesión de media España y de todo Madrid (no conozco a nadie que haya descartado del todo ir a Lisboa), este final de Liga se parece peligrosamente a esos finales de los tiempos oscuros del Sanzismo (el Landismo de la gerencia deportiva). Este «irsen de la Liga», que diría Lola Flores, ha quedado feo, impropio de los objetivos ejemplares, excelentes, ecuménicos del Florentinismo. Parece que el Madrid está también buscando entrada para la Final, ajeno a todo, organizando el viaje con los colegas.
 
Ayer, Ancelotti salió con un 4-3-3 con cinco centrocampistas. De no sacarlos a ponerlos todos. Claro, allí no se desmarcaba nadie. Isco y Modric en los extremos, ojo, Morata solo y en lo medular Alonso, Khedira y Casemiro. Dígase ya que los dos, cojos, mejoran al actual Illarramendi, pero no hicieron gran cosa ayer. El sistema defensivamente se convertía en un 4-3-2-1. Es decir, el triángulo ancelottista, el árbol navideño de Carletto. Como si privado de las estrellas, aflorara la esencia táctica del italiano. Su sistema del alma. Casemiro y Khedira se abrían mucho y tapaban las evoluciones totalmente hipotéticas de Marcelo y Arbeloa. Porque sólo el brasileño intentó eso de correr hacia la portería ajena. Es la verticalidad blanda que se le ha quedado, pero que en días así es lo más parecido a un atacante que tiene el Madrid. Esto de la verticalidad es una cualidad extraordinaria. Un filósofo, interesándose una vez por el fútbol, se preguntó: ¿por qué atacan los equipos? Así estaba el Madrid ayer. Los jugadores corrían como midiéndose la sombra, como acompañándola. Una sensación de sopor invadía a los enviados especiales, que se abofeteaban unos a otros para no caer dormidos.

Ante este panorama, el Celta decidió meterse en el campo madridista en el minuto quince. El público, animoso, cantaba «¡Celtá, Celtá!». Esta rara acentuación del futbolero vigués recordaba a cuando Faemino y Cansado animaban a la selección con ¡Españá, Españá!

Del Madrid sólo gustaba quedarse con los atisbos de Khedira, algún robo, algún trote de penco continental, esa zancada poderosa y centaura como del Bósforo. Una ocasión de Marcelo, caracoleando tras un córner y la concentración de Ramos, que estaba de dulce en todo. En todo hasta que se la regaló a Charles, que venció luego a Diego López y marcó el primero.

En la segunda parte sí hubo por parte del Madrid un arranque de algo que bajo determinadas circunstancias pudiera llamarse casta. Ocasión de Khedira en el área pequeña, luego una estupenda triangulación suya con Modric e Isco. Después, posible penalti al croata y ocasión autogestionada de Morata, que lanzó tremendo trallazo desde fuera del área. Este fugaz arranque de torería se acompañó de un cambio táctico. Entraron Illarra y Coentrao y el equipo se recompuso. La banda para los laterales, Modric por la derecha y Alonso de central. Racionalizado el esquema, no parecía, sin embargo, que ahí se estuviera jugando una liga. Cómo sería que el público, ebrio, cantaba «Fútbol de salón, fútbol de salón». De repente, mientras Isco parecía desperazarse, irrumpió en el campo una bandada de gaviotas (¡olían la cadaverina!). Empezaron a revolotear cerca del césped como si la pelota fuera un pescado muerto. De lejos, Diego López lo miraba todo como Tippi Hedren.
 
 
 
Al poco, Xabi Alonso repetía su error de Sevilla y se la daba a Charles, que remataba al Madrid. Estos errores son inexplicables. Son como si jugasen de memoria y se la quisieran dar sin mirar a alguien que no está allí. Automatismos sin acompañante. Automatismos fuera de cacho.

Eran los regalos de Tenerife. El seguir dándole la pelota al Barcelona para que se lleve las Ligas que no merece (¡la Liga del niqui pistacho!).

Sin noticias de Bale, sin cojonudismo, sin agonías, sólo Coentrao pareció serio y en lo suyo (magnífico final de este incomprendido jugador). Diego López salvó el tercero local. Fiesta hermosa en las gradas celtiñas, casi una celebración municipal. El Madrid, por su parte, a pensar en Lisboa con intensidad de todo o nada. La final del desasosiego.