La hombrada de la tarde
Abraham Neiro “El Algabeño”
Abraham Neiro “El Algabeño”
José Ramón Márquez
El día que compré las entradas para la Feria de San Isidro, al llegar a casa las eché a un cajón tal y como me las habían dado y ahí han permanecido tal cual hasta el día de hoy en que fui a cortar la correspondiente al festejo número 11 de lo que llevamos de temporada. Cual no será mi sorpresa al descubrir que el papel en que están impresos los boletos es de una extremada finura, de un gramaje levísimo, como si la entrada estuviese impresa en papel Bambú o papel Smoking de cuando se fumaba caldo de gallina. Inmediatamente voló mi agradecimiento al impar Abella, conocido por sus prosélitos como Abeya, al reconocer aquí también su mano benefactora en este denodado esfuerzo por aliviar de peso a los sufridos abonados, muchos de ellos personas vetustas que andan mal de las piernas, para los que esos gramos de menos en el peso de las entradas pueden significar un gran alivio.
Y henchido de agradecimiento hacia mi catalán favorito, parto hacia Las Ventas pleno de ilusión por la fantástica corrida de toros que nos habían programado para empezar la llamada Feria de San Isidro en la llamada Primera Plaza de Toros (de Pueblo) del Mundo. Podían haber empezado la feria con una de Guardiola, o del Partido de Resina, digo, pero los beneméritos empresarios que se agrupan bajo la razón social de Taurodelta, S.A. para iniciar la que ellos mismos, sin falsas modestias, tildaron de “la mejor de su era”, optaron por adquirir una corrida de... ¡¡¡Valdefresno!!!: he aquí, pues, a los queridos lisarnasios salmantinos que llevan el hierro del Puerto de San Lorenzo (de San Lisarnasio), pero con una pequeña uve encima, y esta tarde además de luto por el amo.
El día 13 de abril, Domingo de Ramos, nos agasajaron con los tontibobos del Puerto y para que no haya celos en la familia, que los carga el diablo, hoy 9 de mayo nos han traído a sus primitos, para que veamos cómo van evolucionando los atasardios en unas u otras manos. Si los del Puerto pulsearon las teclas del famoso aria ‘más tontos que pichote’, los Valdefresno han ido más bien por la cosa melódica de ‘menuda escalera, tapada por esos cuernacos enfundados’.
Corrida muy contemporánea en comportamientos, principalmente muy descastada y blandorra, en la que, a lo mejor, si alguno de los toreros hubiese pensado un poco en el toro, es posible que se hubiese visto torear algo. No pudo ser y entre idas y venidas, sustos, revolcones y extravagancias se fue la tarde. Hasta hubo un toro, el quinto, Buscatodo, número 116, que a las claras demandaba un poco de cariño: “¡Trátame bien!, ¡Dame distancia!” le decía a su matador, y el otro, erre que erre en lo suyo: el inmundo pico, el fueracacho reglamentario, el reponer o no reponer -es que estas palabras nuevas las quiero ir incorporando, pero no sé aún muy bien lo que significan–, y ahí, seguida, toda la inmunda basca de la tauromaquia sin sentido de todas las tardes, de todas las Plazas. El toro no tenía malas intenciones, pero el torero había venido a hablar de su libro.
El torero del libro que iba a lo suyo pasando a mil por hora del toro y de sus condiciones era Daniel Luque -cuyo padre en cierta ocasión me invitó a un café–, con lo que ya tenemos la tercera pata del recuelo de esta corrida, que es preguntarnos qué tiene Luque para que vaya a todas partes, para que le hayamos visto tantísimas veces sin haber ido a verle a él ni una sola de ellas. El otro día tomó en Zaragoza la sustitución del M. de la Puebla, que andaba malito de no sé qué; ayer estuvo en Sevilla, hace tres o cuatro días, lo mismo... He aquí a este Luque de la Marmota, que siempre aparece; hoy con un vestidito blanco adquirido en algún outlet. Cuando menos te lo esperas, se pone muy circunspecto como para dar sus aclamadas verónicas –¡qué capote tiene Luque! –, y es que así no puede darlas de aquellas buenas que nos gustan, porque lleva el hombre en las manos más tela que todo el velamen del Juan Sebastián Elcano cuando dobla el Cabo de Hornos.
Los otros de la tarde fueron David Mora, que anduvo por allí, y Diego Silveti, que lo mismo, pero con más porrazos en el cuerpo y más manchas en el vestido. Ni torean, ni matan... ¿qué quedrán? La verónica que se esperaba de Luque la dio Mora y las canónicas manoleras o bernarderas –esa nefasta herencia que nos ha dejado el Héroe de Juriquilla– le valieron a Silveti para andar con los pies por alto y asustar a los más impresionables.
¿Y eso es todo? No. Hubo un torero. Abraham Neiro “El Algabeño” que dio una lección de torería y de pundonor. Banderilleando al quinto, al tal Buscatodo, en el primer par el toro le espera y él apura el cuarteo por el pitón izquierdo, saliendo de la reunión de manera muy ajustada y dejando un solo palo. En el segundo par, bien enterado el torero de las condiciones del toro, entra por el mismo pitón, el toro le espera de nuevo, y él vuelve a forzar el cuarteo para ganar la cara del animal; entonces, simultáneamente, cuando está clavando arriba el toro le lanza el derrote a la pierna encunándole por la corva y lanzándole al suelo, de donde se levanta sin herida. Hay tal decisión en ese segundo par, tal asunción libre del mayor riesgo por la guapeza torera de hacer las cosas bien, que este hombre vestido de negro y plata ha dejado bien alto el honor de la coleta, cosechando la única ovación cerrada y sincera que se ha dado en la Plaza de Toros de Madrid en esta primera tarde de feria.
Y henchido de agradecimiento hacia mi catalán favorito, parto hacia Las Ventas pleno de ilusión por la fantástica corrida de toros que nos habían programado para empezar la llamada Feria de San Isidro en la llamada Primera Plaza de Toros (de Pueblo) del Mundo. Podían haber empezado la feria con una de Guardiola, o del Partido de Resina, digo, pero los beneméritos empresarios que se agrupan bajo la razón social de Taurodelta, S.A. para iniciar la que ellos mismos, sin falsas modestias, tildaron de “la mejor de su era”, optaron por adquirir una corrida de... ¡¡¡Valdefresno!!!: he aquí, pues, a los queridos lisarnasios salmantinos que llevan el hierro del Puerto de San Lorenzo (de San Lisarnasio), pero con una pequeña uve encima, y esta tarde además de luto por el amo.
El día 13 de abril, Domingo de Ramos, nos agasajaron con los tontibobos del Puerto y para que no haya celos en la familia, que los carga el diablo, hoy 9 de mayo nos han traído a sus primitos, para que veamos cómo van evolucionando los atasardios en unas u otras manos. Si los del Puerto pulsearon las teclas del famoso aria ‘más tontos que pichote’, los Valdefresno han ido más bien por la cosa melódica de ‘menuda escalera, tapada por esos cuernacos enfundados’.
Corrida muy contemporánea en comportamientos, principalmente muy descastada y blandorra, en la que, a lo mejor, si alguno de los toreros hubiese pensado un poco en el toro, es posible que se hubiese visto torear algo. No pudo ser y entre idas y venidas, sustos, revolcones y extravagancias se fue la tarde. Hasta hubo un toro, el quinto, Buscatodo, número 116, que a las claras demandaba un poco de cariño: “¡Trátame bien!, ¡Dame distancia!” le decía a su matador, y el otro, erre que erre en lo suyo: el inmundo pico, el fueracacho reglamentario, el reponer o no reponer -es que estas palabras nuevas las quiero ir incorporando, pero no sé aún muy bien lo que significan–, y ahí, seguida, toda la inmunda basca de la tauromaquia sin sentido de todas las tardes, de todas las Plazas. El toro no tenía malas intenciones, pero el torero había venido a hablar de su libro.
El torero del libro que iba a lo suyo pasando a mil por hora del toro y de sus condiciones era Daniel Luque -cuyo padre en cierta ocasión me invitó a un café–, con lo que ya tenemos la tercera pata del recuelo de esta corrida, que es preguntarnos qué tiene Luque para que vaya a todas partes, para que le hayamos visto tantísimas veces sin haber ido a verle a él ni una sola de ellas. El otro día tomó en Zaragoza la sustitución del M. de la Puebla, que andaba malito de no sé qué; ayer estuvo en Sevilla, hace tres o cuatro días, lo mismo... He aquí a este Luque de la Marmota, que siempre aparece; hoy con un vestidito blanco adquirido en algún outlet. Cuando menos te lo esperas, se pone muy circunspecto como para dar sus aclamadas verónicas –¡qué capote tiene Luque! –, y es que así no puede darlas de aquellas buenas que nos gustan, porque lleva el hombre en las manos más tela que todo el velamen del Juan Sebastián Elcano cuando dobla el Cabo de Hornos.
Los otros de la tarde fueron David Mora, que anduvo por allí, y Diego Silveti, que lo mismo, pero con más porrazos en el cuerpo y más manchas en el vestido. Ni torean, ni matan... ¿qué quedrán? La verónica que se esperaba de Luque la dio Mora y las canónicas manoleras o bernarderas –esa nefasta herencia que nos ha dejado el Héroe de Juriquilla– le valieron a Silveti para andar con los pies por alto y asustar a los más impresionables.
¿Y eso es todo? No. Hubo un torero. Abraham Neiro “El Algabeño” que dio una lección de torería y de pundonor. Banderilleando al quinto, al tal Buscatodo, en el primer par el toro le espera y él apura el cuarteo por el pitón izquierdo, saliendo de la reunión de manera muy ajustada y dejando un solo palo. En el segundo par, bien enterado el torero de las condiciones del toro, entra por el mismo pitón, el toro le espera de nuevo, y él vuelve a forzar el cuarteo para ganar la cara del animal; entonces, simultáneamente, cuando está clavando arriba el toro le lanza el derrote a la pierna encunándole por la corva y lanzándole al suelo, de donde se levanta sin herida. Hay tal decisión en ese segundo par, tal asunción libre del mayor riesgo por la guapeza torera de hacer las cosas bien, que este hombre vestido de negro y plata ha dejado bien alto el honor de la coleta, cosechando la única ovación cerrada y sincera que se ha dado en la Plaza de Toros de Madrid en esta primera tarde de feria.
La paloma de Abella
La palomina
La papela de Abella
Tomás Martín de Vidales y José Ramón Márquez
Callejón del 7
Fútbol y toros
Florencio
Primer toro de San Isidro'14
Los Fraile
El pico
Abraham García
David Mora
El ojo de Molés
La paloma (mensajera) de Abella
Abella
El papá de Luque
Luque a la de una
Luque a la de dos
Luque a la de tres
Luque a la de cuatro
Luque a la de cinco
Luque a la de seis
Y Luque a la de siete
Papá y mozo de espadas
Rosco
Manolera de Diego Silveti
Despedida de Silveti