Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Todo era noche en Pucela, donde el Madrid había tirado la Liga como Ramos aquella Copa, y fue Ramos, precisamente, quien nos encendió una luz:
–Mientras las matemáticas no digan lo contrario, pelearemos por la Liga.
¡Las matemáticas!
Un judío burgalés afincado en Holanda, Espinosa, leía en las matemáticas el auténtico rostro de la verdad. Espinosa era filósofo, pero vivía de pulir lentes, ¿y quién ha olvidado las lentes de Ramos cuando llegó del Sevilla a la capital?
Las matemáticas pertenecen al mundo platónico, donde brillan con una belleza sin par, hasta que descubres, como le ocurrió a Bertrand Russell, el matemático con risa de pájaro carpintero, que las matemáticas no son más que el arte de decir lo mismo con distintas palabras.
Encomendarse a las matemáticas como tabla de salvación de la temporada lo hubiera esperado uno de Arbeloa (“Chendo con iPad”, que dice Hughes), pero nunca de Ramos, erigido en el Pitagorín (la mezcla de superstición y razonomiento es pitagorismo) de la plantilla, cuando lo teníamos por un epígono simplón del vitalismo alemán de Ortega (en Sevilla hay más alemanes de lo que se piensa, y no todos son Moeckel).
El empate madridista de Pucela suponía regalar la Liga al Barcelona, que se la jugará en casa y con ujieres de Arminio. Un regalo envenenado, me consolaba mi portero, que no se quita la camiseta de Diego Costa: el Atlético reventará inútilmente en ese partido y llegará a Lisboa en parihuelas, pues a la astucia italiana de Carletto nada escapa.
Pero entonces salió Ramos y dijo:
–Mientras las matemáticas no digan lo contrario, pelearemos por la Liga.
Y me acordé de aquel loco “de la generación del 88” que llegó a la tertulia de Gómez de la Serna en “Pombo” y dijo: “¿A que no saben ustedes escribir un millón con nueves?”
–No –contestó uno de “la generación del 18”.
Y el caballero de “la generación del 88” escribió sobre el mármol en números grandes: 999.999 9/9.
Y se llevó la ovación de la noche.
La mía, desde luego, es para Ramos, con cuyo hallazgo las dudas caen como bolos.
–La palabra más grande es altruismo –dijo Carletto.
–Hubiéramos firmado estar así a principio de temporada –dijo Cristiano.
No sería fácil pasar de la ilusión del triplete, que estaba en la mano, a la realidad del “copete” (en eso quedaría la Copa de Valencia), si se perdiera la final de Lisboa, luego de hacer campeón de Liga… al Barcelona y campeón de Europa… al Atleti, que eso es altruismo.
Entre el altruismo de Carletto, la “firma” de Cristiano y las matemáticas de Ramos, al final tuvo que salir Rajoy a dejar el sobre aviso:
–Quiero que en Lisboa gane el Madrid. Esto es lo que hay.
Cosa que Rajoy no necesitó hacer ni en los peores días de la Prima de Riesgo, con la que hizo lo que el doctor Esquerdo con el loco que se le coló en el despacho con un cuchillo: “Hoy no se me escapa… Hoy le voy a degollar a mi gusto”. “Me parece bien, hombre –dijo el doctor–. Pero ¿has pensado lo que vas a hacer con mi sangre?” Y el loco, desconcertado, se fue por un barreño.
Sólo Dios sabe la falta que nos hace esa Décima.
TOROS Y FÚTBOL
Cossío tenía la teoría de que los buenos toreros no matan por la misma razón que los buenos futbolistas no golean: se lo impide el mismo afán de perfección que los hace exquisitos. Ponce, un torero futbolista, o Joaquín, un futbolista torero. En medio, el aficionado a los toros y el fútbol, que ayer se vio obligado a escoger entre los cárdenos de Escolar en Madrid, los cárdenos de Victorino en Sevilla y los partidos implicados en la lucha por la Liga: tres espectáculos extraordinarios programados a la misma hora. Se supone que es el homenaje de la TV al simultaneísmo, que debe de andar ya por el centenario.
Cossío tenía la teoría de que los buenos toreros no matan por la misma razón que los buenos futbolistas no golean: se lo impide el mismo afán de perfección que los hace exquisitos. Ponce, un torero futbolista, o Joaquín, un futbolista torero. En medio, el aficionado a los toros y el fútbol, que ayer se vio obligado a escoger entre los cárdenos de Escolar en Madrid, los cárdenos de Victorino en Sevilla y los partidos implicados en la lucha por la Liga: tres espectáculos extraordinarios programados a la misma hora. Se supone que es el homenaje de la TV al simultaneísmo, que debe de andar ya por el centenario.