Juan y Florencio
El aficionado verdadero
Banderas de nuestros padres
Lama, de Purísima
Sin toro, nada es importante
(Tampoco Julián)
Rafael Perea, Boni
Manuel Cid, el falso hermano del Cid, según la crítica
Boni, asesor
Abeya, en la nidada
Signo en el cielo
(Por este signo, te aburrirás)
José Ramón Márquez
Al fin alguien decidió acabar con esas absurdas ferias, triferias, que enfangaban el panorama taurino madrileño, dejando sólo la de San Isidro -esa monstruosidad de 31 tardes que van a llenar muy pronto nuestras tardes con nuestro espectáculo favorito- para que ya nos olvidemos de invenciones sin ton ni son.
Para celebrar el 1 de mayo, esa simpática fiesta que debemos al celo de los sindicatos norteamericanos, se programó en Las Ventas una novillada de Fuente Rey para Juan José Bellido “Chocolate”, José Garrido, nuevo en esta Plaza, y Lama de Góngora, nuevo en esta Plaza.
De lo de Fuente Rey hay que decir dos o tres cosas. La primera es que su procedencia es... ¡¡¡juampedro!!! Infinito juampedro seminal y machacona juampedrería que, tarde tras tarde, cuan mosquito a la bombilla no cesa de venir a Las Ventas, como si no hubiese otro encaste que el Uno y Único. Lo segundo es que, como podría suponerse a estas alturas de temporada, los escrupulosos ganaderos que se agrupan en la Sociedad Limitada Ganadería Fuente Rey no fueron capaces de presentar en Madrid, el día en que tomaban antigüedad, una corrida completa -seis novillos para Madrid, no seiscientos- por lo que se remendó el encierro con dos de Julio García, jandillas salmantinos, y para completar el excepcional, inolvidable, día del estreno de los fuenterrey, con un Jandilla auténtico que echaron de sobrero y que salió en sustitución del tercero.
De los toros, de ese lío de ganaderías, diremos que hubo de todo, desde el cacho feo del primero, grandón, largo, aboyancado y blando que atendía por Otoñado, número 14, ensabanado, botinero y capirote hasta el número 5, Volador, toro interesantísimo, agresivo, violento y bravo que fue despedido con justísimas palmas de los once aficionados y medio que hoy estaban en la Plaza; además hubo un colorado bastante manso y bastante tonto llamado Dormidero, número 26, que fue en segundo lugar; un toro que prometía, Viborillo, número 24, que iba en tercer lugar y que después de una voltereta con caída a plomo y un puyazo alevoso pasó a jurisdicción de Florito, el Caronte de Las Ventas, y un par de ni fús ni fas, especialmente el sexto, que cambió de manera espectacular después de otra voltereta con caída a plomo de sus casi 42 arrobas y media.
De los novilleros la verdad es que hay poco que decir, porque el efecto de imitación de unos sobre otros y de casi todos con el Domador de Cabras natural de San Blas cada vez hace más insoportable la contemplación de sus modos y de sus formas, siendo sumamente fácil la apuesta por el escaso recorrido de las carreras de estos jóvenes tan ayunos de personalidad como de conocimientos de la historia taurina.
Diremos, pues, primero lo bueno, para que no se nos acuse de derrotistas. A “Chocolate” se le ve que va hasta las trancas. Puestos a buscarle un mérito señalemos la manera de colocarse para el primer muletazo, un poco sesgado, con el medio pecho, grata evocación añeja de toreros setenteros.
De Garrido, su disposición, su valor, sus ganas de estar ahí a despecho de sus insondables carencias.
De Lama, la forma canónica de agarrar la muleta y la elegancia del movimiento acompasado en algún muletazo suelto en su primero.
Que no se diga que no se pone lo bueno, que también nos enteramos. Pero, como una losa, nos cae encima lo de todos los días: la pata atrás, la cesión de todo el espacio al toro, la falta de mando en el muletazo y la falta de resolución del mismo, forzando esas carreritas ridículas entre pase y pase, la falta de concepto taurómaco y la sensación de que los muletazos que más se han jaleado por las gentes han sido los que se han dado los novillos ellos solos. La neotauromaquia, en suma, que día a día se impone como única verdad sin que aparezca uno sólo que sea capaz de enfrentarse a esta deriva con los argumentos de la autenticidad, del toreo de arriba hacia abajo, de afuera hacia adentro, mandando, parando, templando y cargando.
Dejaremos para el final a Volador, negro, que ha traído a Las Ventas el soplo del toro bravo. Un novillo muy bien hecho, larguito, muy serio en su actitud, que imponía respeto en la Plaza sin ser el Leviatán. Tomó con codicia dos varas muy bien administradas por Dionisio Grilo, de las cuales la primera la tomó al relance, pues no hubo capote al que atendiera en su carrera hacia el caballo desde el burladero del 6; en esa difícil posición Grilo agarró el puyazo en buen sitio y aguantó con firmeza la embestida del animal, midiendo muy bien el castigo. El toro acudió también con presteza al segundo encuentro con el penco, colocado de frente y provocando la embestida con torería. En banderillas el toro fue pronto y mostró su casta acosando a los banderilleros, Antonio Chacón y Francisco Gómez, hasta las tablas. En la muleta el animal se fue viniendo arriba a medida que percibió el nulo mando de su matador. Principió éste su labor haciendo galopar de largo al novillo y en seguida demostró el bicho que era novillo importante para Madrid, de esos que pueden encumbrar a un tío. A medida que la faena iba desgranándose, el novillo fue haciéndose el amo del cotarro, haciendo correr más al torero de lo que corría el burel, y pese a eso le regaló extraordinarias embestidas, embestidas de toro y no de mona, a las que Garrido opuso su valor y su irrenunciable deseo a permanecer en las inmediaciones del novillo. La sensación de que vence el toro, de que se va sin torear, de que el torero jamás le puede, ni le manda, ni le domina ni le descubre la distancia, es apenas justificable por la bisoñez del coleta y su poca experiencia. El toro de Lama que se desgració apuntaba también en esa dirección, y la verdad es que se las hizo pasar canutas al sevillano en los lances de recibo con lo violento de su fiera embestida.
Hoy hace un montón de años que, en Sevilla, un toro partió el corazón de un gran peón llamado Manolo Montoliú. Hoy, en Las Ventas, ver a otro Montoliú con los palos, con el vestido gris plomo, con ese innegable aire de familia, nos llevó de vuelta a aquella desgarrada madrugada en que, la Feria y el bullicio al fondo, unos cuantos toreros y unos cuantos aficionados dimos la vuelta al ruedo y sacamos por la Puerta del Príncipe a aquel grandioso torero, muerto unas horas antes, cuyos restos partían hacia Valencia.
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*"Cineastas españoles, toreros americanos... ¡Qué tontería!" (Antonio D. Olano)