(Colección Look de Té)
Jorge Bustos
“Quienes me conocen saben que entre las ambiciones legítimas que he perseguido no se encontró nunca la de ingresar en esta docta casa. Y no porque no me ilusionara la idea, sino porque veo a esta Institución tan encumbrada en el reconocimiento de nuestros conciudadanos, y tan arraigada en la historia de nuestro país, que no podría creerme yo ni con los méritos ni con los apoyos necesarios para aspirar a ocupar uno de sus sillones”.
La cita corresponde al discurso de entrada en la Real Academia Española de Juan Luis Cebrián, a quien una decisión salomónica como pocas otorgó la dignidad de ingresar en la RAE a la vez que a Luis María Ansón. Es una cita paradigmática de lo que la retórica clásica llamaba captatio benevolentiae: la estratagema de predisponer al auditorio en tu favor blasonando de una indignidad personal que tu propia posición de orador desmiente sutilmente. Al público le conmueve tu falsa modestia y te presta atención. Cebrián declara no haber ambicionado jamás la altísima condición de académico –cómo osaría yo, les dice a los sabios de la patria–, pero si aquel 19 de diciembre de 1996 no se hubiera pronunciado el apellido Cebrián junto al de Ansón, el prestigio secular de esa Docta Casa que tan inalcanzable le parecía a don Juan Luis habría quedado arrasado bajo llameantes editoriales de El País.
La cita corresponde al discurso de entrada en la Real Academia Española de Juan Luis Cebrián, a quien una decisión salomónica como pocas otorgó la dignidad de ingresar en la RAE a la vez que a Luis María Ansón. Es una cita paradigmática de lo que la retórica clásica llamaba captatio benevolentiae: la estratagema de predisponer al auditorio en tu favor blasonando de una indignidad personal que tu propia posición de orador desmiente sutilmente. Al público le conmueve tu falsa modestia y te presta atención. Cebrián declara no haber ambicionado jamás la altísima condición de académico –cómo osaría yo, les dice a los sabios de la patria–, pero si aquel 19 de diciembre de 1996 no se hubiera pronunciado el apellido Cebrián junto al de Ansón, el prestigio secular de esa Docta Casa que tan inalcanzable le parecía a don Juan Luis habría quedado arrasado bajo llameantes editoriales de El País.
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