Derrida
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Bárcenas y Snowden son las serpientes de este verano que no iba a ser verano.
Dicen que si se ponen en plan membrillos y hablan podrían acabar con Obama y con Mariano.
Obama, que es muy cani, ya ha avanzado que no enviará a sus aviones para acabar con el infeliz Snowden como don Pedro el Cruel envió a sus maceros (los que Gallardón retiró del Ayuntamiento, creyendo que eran un invento de Franco) para acabar con el infeliz don Fadrique.
Y en Mariano tampoco se ve la intención de enviar a los inspectores de Hacienda para acabar con el infeliz Bárcenas, que ahora mismo debe de estar como aquel portugués del pozo que perdonaba la vida del que lo sacase.
Eso de acabar con el poder (cualquier poder) hablando es una superstición democrática.
El poder es un palé sobre el cual María Soraya luce más alta que Guindos y Montoro, entre quienes apareció en su primera rueda de prensa.
Abajo del palé, la vida se vuelve hobbesiana, que es decir, solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.
Como la de Bárcenas y Snowden.
Todo lo que digan Bárcenas y Snowden puede ser utilizado contra Bárcenas y Snowden.
Snowden tiene las salidas de Rusia, Ecuador o Venezuela, pero a Bárcenas sólo le queda una República, y sería la de España, donde ya Wenceslao Fernández Flórez comprobó la general aceptación de una teoría según la cual el haber estado en la cárcel basta y sobra para poder gobernar republicanamente.
–Una vez reuní datos para unos artículos sobre la Justicia española –explicaba el cronista–, pero comprendí que sólo un hombre dispuesto a ir a la cárcel podía publicarlos. Y a mí no me interesa vivir en la cárcel, porque no pienso hacer carrera política.
Obama, que va de lector del “New Yorker”, y Mariano, que va de lector del “Marca”, habrán oído hablar de Derrida, y saben, por tanto, que el hombre no es un “animal de habla”, sino un “animal que juega”.
Y, políticamente, para Bárcenas y Snowden la partida ha terminado.