viernes, 12 de octubre de 2012

Pilar

Mari Pili Cuesta


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Para la España laica de 2012 el Pilar no es más que el equinoccio de otoño en Zaragoza, y en el resto de España, el santo de Pilar Bardem, Pilar Urbano y Ana Belén, que se llama Mari Pili Cuesta.

    Pero durante casi cien años el Pilar fue el Día de la Raza, con sus cosas.

    La cosa hoy es el ministro Wert hablando de españolizar a los niños catalanes, con la consiguiente escandalera de los gansos de corral. ¿Quién puede imaginar al gobierno francés intentando afrancesar a los niños de Biarritz?

    A todo esto, ¿cómo serán los niños catalanes?

    El futbolista Pepe, que debe de leer el WSJ, ha llamado “teatreros” a los chicos del Barça, e Iniesta, que es de Albacete, anda hecho un basilisco.
    
En Madrid, desde luego, todos los teatreros son catalanes. Y en Barcelona, todos los catalanes deben de ser teatreros, vista esa “performance” nacionalista de TV3 en que una tal Bibiana, apoteosis del nominalismo, y un tal Domínguez, apoteosis de la calabaza, desgranan conceptos a tiros sobre las caricaturas de un periodista y el Rey.

    Misterios de la raza.

    El 14 de abril los madrileños abrazaban a los curas al grito de “¡Viva la raza latina!”. Quince días después los quemaban vivos.

    –Yo quiero ser racialmente español. Es la raza lo que yo quiero –decía Eugenio Noel, que, sin embargo, combatía a los toros.

    Al iluminar nuestros rincones con su linterna de Diógenes, el peruano Guillén nos sorprendió, en síntoma de decadencia, despreciando a chulos y a toreros, mantillas y peinetas.

    –No sé si produjo o no el atraso de España, pero la plaza de toros es el monumento de la raza: la prueba de que la religión de la sangre, del heroísmo y de la muerte se perpetúa, bellamente, en nuestras venas. Es un símbolo. España no tiene otro.