El tret al genoll es el tiro a la rodilla, de modo que no
podríamos hablar de genocidio, como Jordi González, pero sí de
genollcidi, genollcidio. El genollcidio catalán es una pretensión de
pistolerismo blando, HBO, con reminiscencias Terra Lliure y depararía un
constitucionalismo cojitranco, todos los constitucionalistas cojos como
si salieran de un clásico con Alves
Hughes
Una de las paradojas del catalanismo es que en España el humor, la tele y el show business en general lo lleven catalanes. Quizás por eso se reivindica el modelo escocés, donde el independentista Sean Connery se pasó toda la vida al servicio de Su Majestad. El prime time es catalán y periodistas y graciosos de allí, con una lejanísima resonancia de nietos imposibles y más bien fachendas de Pla, realizan un humor antipopular. Desde Eugenio, que era un catalán contando chistes que contaría Pepe Da Rosa, no recuerdo haberme reído con ninguno. Uno de los periodistas colonizados que mandan en metrópoli es Jordi González, que en esta semana identitaria del muy identitario mes de octubre (tardor de banderes aquí desde septiembre), dijo que no celebraba genocidios. Los humoristas catalanes ensayan su fiereza en la TV3, donde hace unos días el escritor Jair Domínguez, blandiendo (de blando) una pistolita lanzó tiros retóricos contra el Rey, Sostres y Millet.
-A éste le pegaría un tret al genoll. Y a éste. Y al otro…
El tret al genoll es el tiro a la rodilla, de modo que no podríamos hablar de genocidio, como Jordi González, pero sí de genollcidi, genollcidio. El genollcidio catalán es una pretensión de pistolerismo blando, HBO, con reminiscencias Terra Lliure y depararía un constitucionalismo cojitranco, todos los constitucionalistas cojos como si salieran de un clásico con Alves. El cojo, por tanto, como el nuevo manco literario, pero ¿de dónde vendría esta obsesión por el ligamento ajeno?
Otro humorista catalán salía con la ocurrencia de que el diario El Mundo es “porqueria feixista”. Esto lo dice ahora, porque cuando le salga un programa nacional y se lo lleven oprimido a Madrid, en ese momento templará gaitas con alguna forma meliflua de progresismo federalista. Pero es que pedir la independencia es una forma como cualquier otra de llegar a Madrid. En España, pidiendo la independencia se llega, al menos, a alguna forma de manutención personal, que ya es un principio y Madrid es un país que oprime realidades nacionales y obliga a sus humoristas a hacerle reír, como un derecho de conquista.
A vueltas con el genocidio, Miguel Espuny recordaba en twitter que el Archivo General de las Indias dice que “de forma indubitada los catalanes son efpañoles”, que bueno, no es exactamente lo mismo que ser español, porque pudiera ser, sólo pudiera, que los catalanes no fueran españoles sino efpañoles, con la f larga, elegantona y afrancesada de la vieja irradiación europea. El efpañol sería un español estilizado, industrioso, pesadito y algo contradictorio. Fontseré, que continúa la hipérbole pujolsiana de Boadella, dice que el catalán es un esquizofrénico y el español creo yo que a su modo también está encerrando en lo catalán una declaración de fascinación hacia esa tierra.
Un amigo de Josep Carner se lo preguntaba en voz alta:
-¿Qué se hace de un país que no sienta la gran necesidad colectiva de tener trescientos mil duros?
-A éste le pegaría un tret al genoll. Y a éste. Y al otro…
El tret al genoll es el tiro a la rodilla, de modo que no podríamos hablar de genocidio, como Jordi González, pero sí de genollcidi, genollcidio. El genollcidio catalán es una pretensión de pistolerismo blando, HBO, con reminiscencias Terra Lliure y depararía un constitucionalismo cojitranco, todos los constitucionalistas cojos como si salieran de un clásico con Alves. El cojo, por tanto, como el nuevo manco literario, pero ¿de dónde vendría esta obsesión por el ligamento ajeno?
Otro humorista catalán salía con la ocurrencia de que el diario El Mundo es “porqueria feixista”. Esto lo dice ahora, porque cuando le salga un programa nacional y se lo lleven oprimido a Madrid, en ese momento templará gaitas con alguna forma meliflua de progresismo federalista. Pero es que pedir la independencia es una forma como cualquier otra de llegar a Madrid. En España, pidiendo la independencia se llega, al menos, a alguna forma de manutención personal, que ya es un principio y Madrid es un país que oprime realidades nacionales y obliga a sus humoristas a hacerle reír, como un derecho de conquista.
A vueltas con el genocidio, Miguel Espuny recordaba en twitter que el Archivo General de las Indias dice que “de forma indubitada los catalanes son efpañoles”, que bueno, no es exactamente lo mismo que ser español, porque pudiera ser, sólo pudiera, que los catalanes no fueran españoles sino efpañoles, con la f larga, elegantona y afrancesada de la vieja irradiación europea. El efpañol sería un español estilizado, industrioso, pesadito y algo contradictorio. Fontseré, que continúa la hipérbole pujolsiana de Boadella, dice que el catalán es un esquizofrénico y el español creo yo que a su modo también está encerrando en lo catalán una declaración de fascinación hacia esa tierra.
Un amigo de Josep Carner se lo preguntaba en voz alta:
-¿Qué se hace de un país que no sienta la gran necesidad colectiva de tener trescientos mil duros?
Que es una aspiración casi, casi soberana.