Los pies aquileos, por lo ligeros, de Gómez del Pilar
Al salir el bicho a la arena muchos pensaban que se le había escapado un buey a Florito,
pero luego, al ver su aptitud cárnica, o sea lo regordío que estaba el
burel, el trote cochinero que se pegaba el bicho para ir de un sitio a
otro y la manera ridícula de echar hacia adelante las manos, que parecía
Delfín Quispe interpretando su afamado ‘pasito de Delfín’, entonces ya la selecta afición se quedó tranquila
José Ramón Márquez
Después del intermedio ganadero minoritario, que hemos disfrutado un montón durante el pasado septiembre, de los toros en extinción, con la llegada del otoño volvemos a la realidad de cada día, con la vuelta al toro consabido, digamos el toro mayoritario.
Hoy se celebró la primera corrida de la feria de otoño, con ganado de los Hermanos Lozano, que trajeron dos del hierro de Alcurrucén y cuatro del de El Cortijillo, procedencia Núñez. Lo de Alcurrucén, vaya que vaya, tiene su historia, aunque hay que reconocer que la temporada que ahora termina no ha sido ni de lejos una de las mejores de esa vacada; lo de El Cortijillo a su manera también tiene la suya, que consiste en lo feos que son los toros que saca, lo mansos, lo descastados y lo insulsos. Si serán insulsos que los del programa oficial de Las Ventas les ponen que ni siquiera tienen antigüedad en Madrid, que a lo mejor es una fina ironía que se gastan las huestes del querido Abella, a quien todos sus incondicionales amigos conocemos como Abeya, como para hacer de menos a estos boyancones de los hermanos Lozano, a estos Núñez Hacendado, marca blanca lozanesca que no dejan en el espectador otro recuerdo que el de su fealdad. Y si en el inicio de la feria de San Isidro eligieron una corrida de El Cortijillo, para hacer valer el refrán de los gitanos y los buenos principios, para la de otoño decidieron exactamente lo mismo, y así salió la cosa.
Para no desentonar con sus hermanos mayores, cuyos rabos pasaron a la jurisdicción de Toribio en mayo, hoy El Cortijillo nos trajo cuatro prendas de entre las que destacó por méritos propios un berrendo en colorado, Gavilán, número 21, que parecía la reedición de aquel Segoviano que nos soltaron el año pasado, pero en gordo. Al salir el bicho a la arena muchos pensaban que se le había escapado un buey a Florito, pero luego, al ver su aptitud cárnica, o sea lo regordío que estaba el burel, el trote cochinero que se pegaba el bicho para ir de un sitio a otro y la manera ridícula de echar hacia adelante las manos, que parecía Delfín Quispe interpretando su afamado ‘pasito de Delfín’, entonces ya la selecta afición se quedó tranquila al ver que sus cosas se correspondían atinadamente a las características propias de la marca Cortijillo, más apta para el bullicio de las calles de un pueblo en fiestas que para el delicado paladar del sanedrín venteño.
Para abrir boca cortijillesca habían echado por delante a Musiquero, número 20, un colorado que les había salido mal y se les había pasado en el control de calidad. Imaginas que te compras eso en El Corte Inglés y según lo sacas de la caja te vas a devolverlo, porque la cabeza no concordaba con el cuerpo, es decir que la cabecita era muy chica y muy poca cosa en comparación con el corpachón que venía detrás, grande y destartalado, como si la cabeza fuese de un modelo y el cuerpo de otro diferente.
El que más tipo de toro tenía fue el tercero, Gañán, número 51, que es verdad que tenía más tipo de toro, tanto como que exhibía idéntica condición bueyuna que sus hermanicos. De los dos de Alcurrucén, el segundo, Economista, número 45, era igual que una cierva, de patas largas y cuerpo breve, poco corpulento.
Para vérselas con esas prendas teníamos anunciados en el cartel a Gómez del Pilar, Luis Gerpe y Gonzalo Caballero.
De Gómez del Pilar diremos que recibió de rodillas a sus dos novillos, que practicó el toreo por las afueras, bien por las afueras, y que tras sus dos actuaciones se fue lo mismo que había venido: por su propio pie.
De Luis Gerpe, con trabajo y dedicación, lo mismo podía salir un torero. Tiene cosas buenas como la manera en que agarra la muleta y un aire de torería, y tiene de malo, igual que casi todos, que se coloca de pena. Seguro que este muchacho bien aconsejado podría dar otra dimensión, pero para eso necesitaría que alguien le explicase la manera en que hay que colocarse frente al toro y la manera en que hay que rematar los muletazos, cómo hay que dejar al toro colocado y cómo hay que hacer para ligar los pases; es decir, que alguien le debería explicar la enorme diferencia que hay entre torear y dar pases y hacerle ver bien a las claras, también, que hay vida taurómaca más allá de July y Manzanares.
Gonzalo Caballero tuvo también sus cosas buenas y otras que no. Por ejemplo, de entre lo bueno tenemos los dos inicios de faena, que fueron de gran torería y personalidad, con un inspirado cambio de manos por detrás para luego dar un gran pase de pecho en su primero y por pases del celeste imperio rematados con uno del desprecio de mucho sabor en su segundo. De entre lo malo, su deficiente uso del capote y la falta total de remate de los muletazos. Y entre medias, un gran despliegue de valor, especialmente en el sexto, empeñado el toro en no querer por la izquierda y empeñado el torero en que le tenía que dar el pase. A su primero se empeñó en matarle en la suerte natural, con lo manso que había sido, y a su segundo lo despenó de un buen espadazo arriba. Ahora viene el invierno y es el momento de que Caballero repose y repase esta temporada que prácticamente ya finaliza para afrontar la del año próximo, que para él será crucial.
A diferencia de las tardes precedentes, hoy, buenos toreros de plata. Fernando Sánchez, Miguel Ángel de las Heras y Daniel Alonso de las Heras con los palos y Curro Robles en la brega y además Agustín Romero, en la cosa ecuestre, que puso una buena vara.
A ninguno de los tres novilleros se le ocurrió dar el famoso circular invertido que tanto se estila, pero a cambio los tres dieron las consabidas manoletinas o bernardinas o como pestes se llamen esos pases bufos que ahora parecen imprescindibles desde que los revitalizó el Espectro de Nimes; desde la grada 18 les observaba Mario Alcalde, a quien hacer esas simplonadas, que ni son pase ni son adorno, a un encastado novillo del Hoyo de la Gitana le puso en las manos de Padrós.
Después del intermedio ganadero minoritario, que hemos disfrutado un montón durante el pasado septiembre, de los toros en extinción, con la llegada del otoño volvemos a la realidad de cada día, con la vuelta al toro consabido, digamos el toro mayoritario.
Hoy se celebró la primera corrida de la feria de otoño, con ganado de los Hermanos Lozano, que trajeron dos del hierro de Alcurrucén y cuatro del de El Cortijillo, procedencia Núñez. Lo de Alcurrucén, vaya que vaya, tiene su historia, aunque hay que reconocer que la temporada que ahora termina no ha sido ni de lejos una de las mejores de esa vacada; lo de El Cortijillo a su manera también tiene la suya, que consiste en lo feos que son los toros que saca, lo mansos, lo descastados y lo insulsos. Si serán insulsos que los del programa oficial de Las Ventas les ponen que ni siquiera tienen antigüedad en Madrid, que a lo mejor es una fina ironía que se gastan las huestes del querido Abella, a quien todos sus incondicionales amigos conocemos como Abeya, como para hacer de menos a estos boyancones de los hermanos Lozano, a estos Núñez Hacendado, marca blanca lozanesca que no dejan en el espectador otro recuerdo que el de su fealdad. Y si en el inicio de la feria de San Isidro eligieron una corrida de El Cortijillo, para hacer valer el refrán de los gitanos y los buenos principios, para la de otoño decidieron exactamente lo mismo, y así salió la cosa.
Para no desentonar con sus hermanos mayores, cuyos rabos pasaron a la jurisdicción de Toribio en mayo, hoy El Cortijillo nos trajo cuatro prendas de entre las que destacó por méritos propios un berrendo en colorado, Gavilán, número 21, que parecía la reedición de aquel Segoviano que nos soltaron el año pasado, pero en gordo. Al salir el bicho a la arena muchos pensaban que se le había escapado un buey a Florito, pero luego, al ver su aptitud cárnica, o sea lo regordío que estaba el burel, el trote cochinero que se pegaba el bicho para ir de un sitio a otro y la manera ridícula de echar hacia adelante las manos, que parecía Delfín Quispe interpretando su afamado ‘pasito de Delfín’, entonces ya la selecta afición se quedó tranquila al ver que sus cosas se correspondían atinadamente a las características propias de la marca Cortijillo, más apta para el bullicio de las calles de un pueblo en fiestas que para el delicado paladar del sanedrín venteño.
Para abrir boca cortijillesca habían echado por delante a Musiquero, número 20, un colorado que les había salido mal y se les había pasado en el control de calidad. Imaginas que te compras eso en El Corte Inglés y según lo sacas de la caja te vas a devolverlo, porque la cabeza no concordaba con el cuerpo, es decir que la cabecita era muy chica y muy poca cosa en comparación con el corpachón que venía detrás, grande y destartalado, como si la cabeza fuese de un modelo y el cuerpo de otro diferente.
El que más tipo de toro tenía fue el tercero, Gañán, número 51, que es verdad que tenía más tipo de toro, tanto como que exhibía idéntica condición bueyuna que sus hermanicos. De los dos de Alcurrucén, el segundo, Economista, número 45, era igual que una cierva, de patas largas y cuerpo breve, poco corpulento.
Para vérselas con esas prendas teníamos anunciados en el cartel a Gómez del Pilar, Luis Gerpe y Gonzalo Caballero.
De Gómez del Pilar diremos que recibió de rodillas a sus dos novillos, que practicó el toreo por las afueras, bien por las afueras, y que tras sus dos actuaciones se fue lo mismo que había venido: por su propio pie.
De Luis Gerpe, con trabajo y dedicación, lo mismo podía salir un torero. Tiene cosas buenas como la manera en que agarra la muleta y un aire de torería, y tiene de malo, igual que casi todos, que se coloca de pena. Seguro que este muchacho bien aconsejado podría dar otra dimensión, pero para eso necesitaría que alguien le explicase la manera en que hay que colocarse frente al toro y la manera en que hay que rematar los muletazos, cómo hay que dejar al toro colocado y cómo hay que hacer para ligar los pases; es decir, que alguien le debería explicar la enorme diferencia que hay entre torear y dar pases y hacerle ver bien a las claras, también, que hay vida taurómaca más allá de July y Manzanares.
Gonzalo Caballero tuvo también sus cosas buenas y otras que no. Por ejemplo, de entre lo bueno tenemos los dos inicios de faena, que fueron de gran torería y personalidad, con un inspirado cambio de manos por detrás para luego dar un gran pase de pecho en su primero y por pases del celeste imperio rematados con uno del desprecio de mucho sabor en su segundo. De entre lo malo, su deficiente uso del capote y la falta total de remate de los muletazos. Y entre medias, un gran despliegue de valor, especialmente en el sexto, empeñado el toro en no querer por la izquierda y empeñado el torero en que le tenía que dar el pase. A su primero se empeñó en matarle en la suerte natural, con lo manso que había sido, y a su segundo lo despenó de un buen espadazo arriba. Ahora viene el invierno y es el momento de que Caballero repose y repase esta temporada que prácticamente ya finaliza para afrontar la del año próximo, que para él será crucial.
A diferencia de las tardes precedentes, hoy, buenos toreros de plata. Fernando Sánchez, Miguel Ángel de las Heras y Daniel Alonso de las Heras con los palos y Curro Robles en la brega y además Agustín Romero, en la cosa ecuestre, que puso una buena vara.
A ninguno de los tres novilleros se le ocurrió dar el famoso circular invertido que tanto se estila, pero a cambio los tres dieron las consabidas manoletinas o bernardinas o como pestes se llamen esos pases bufos que ahora parecen imprescindibles desde que los revitalizó el Espectro de Nimes; desde la grada 18 les observaba Mario Alcalde, a quien hacer esas simplonadas, que ni son pase ni son adorno, a un encastado novillo del Hoyo de la Gitana le puso en las manos de Padrós.
¿Cuál es la criatura que tiene cuatro pies al alba, dos al mediodía y tres en el crepúsculo?
(Pregunta de la Esfinge)
¡Muletas fuera!
A los toros
Con La Celestina al fondo
Antonio Pérez Cucho, el ángel custodio de Gonzalo Caballero
La papela de Abella
Paseíllo
Luis Gerpe, Gonzalo Caballero, Gómez del Pilar
Octubre, octubre
El mozo de Caballero
El buen gusto de Caballero
Los Wiliams
Gavilán, berrendo en colorado
Un charolés de los Lozano
El Pilates de Curro Robles antes de actuar
El programa
Agustín Romero hijo,
descastoreñeado por Rompecercas
Sería la mejor vara (la única) de la tarde
Saludo al usía
Agustín Romero hijo,
descastoreñeado por Rompecercas
Sería la mejor vara (la única) de la tarde
Saludo al usía
Bonito inicio de Caballero
Celeste imperio para Rompecercas, negro listón chorreado girón
Y ahí acabó todo
Pleno de valor, ayuno de oficio, Caballero empequeñeció hasta desaparecer en su faena
La cálida atardecida otoñal
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* Consejo que Enrique Ponce dio a Jiménez Fortes este verano en Bilbao
la tarde de los juanpedros, y que hoy conviene aplicarle a Gonzalo Caballero