Estamos hechos de la materia de que están hechos los sueños
El Barça es una gran orquesta, pero siempre tiene que salir la prima donna, la Gorda, que es Messi. En el Madrid hay otro juego de solistas
Hughes
El equipo viajaba a Amsterdam. El Amsterdam Arena es un poco como ir a la tumba de Larra para el madridismo. Allí se rememora la séptima, la noche que todos recordamos, nuestra muerte de JFK, cuando vinieron los Beatles. Pero ahora Amsterdam es algo más que el gol de Pedja, es la Meca del tiquitaca.
En Amsterdam los periodistas lo flipan porque allí todos son canteranos. Si La Masía es el club de los poetas muertos del fútbol es porque antes existió la escuela ajacied.
En el Ajax hay un portero negro que se llama Vermeer y un centrocampista aseadísimo, pulidísimo como lente de filósofo, que creo que se llama Eriksen. Los entrena un De Boer que sin el hermano está tan impar que necesita alguien al lado y por eso tiene a Bergkamp, que fue un futbolista auténticamente lujurioso. A Bergkamp lo quiso fichar el Madrid, pero se cuenta que tanto Cruyff como Gaspart hicieron lo posible por evitarlo. Gaspart no sólo fichaba, sino que también desfichaba. Era un urdidor rubalcabita en el fúrbol español de esos años y quizás haya encontrado heredero en la figura de Freixas. Así, el Barcelona sería también una cantera sistemática de directivos puñeteros.
Los chavales del Ajax llevan una camiseta que no llenan, que parece que va sola. Esa gloriosa camiseta, judía y flamenca, parece ahora un pendón que por orgullo se sacase a pasear.
Pero los chicos miran al banquillo y ven cómo serán con cuarenta años, y ven al secretario técnico y se ven con cincuenta y en el palco encuentran su senectud y esas edades del mismo hombre son la apoteosis canterana, de modo que los periodistas del tinglado del deporte estarían con los pelos más tiesos que el INSS.
Estando en el mismo sitio, comiendo lo mismo, recibiendo la misma instrucción, a esta gente ya no le salen Van Bastens porque las generaciones son un misterio, la inspiración del Tiempo.
Como el partido lo echaban por un subcanal de Canal+ -esto es coger el mando y empezar a moverse canal arriba y abajo hasta que aparecen Martínez y Robinson soldados por un hombro, como si compartiesen hombrera- tenía que salir de casa e irme a un bar, pero se me ocurrió algo mejor: me fui al gimnasio.
Allí, correteando sobre una cinta, podría ver el partido sin alcohol, ni ruidos, uniendo madridismo y vida sana. Este experimento yo creo que va a revolucionar la crítica futbolera, porque es lo más cerca del gonzo que puede estar el cronista. O sea, el cronista al uso se va al Txistu, al hotel, a la cabina. Yo no, yo me pongo a correr ante el monitor y voy graduando la intensidad de la carrera. Que esprinta Essien, pues yo acelero. Que se pone Xabi Alonso a pastorear, pues yo cochineo un poco. Mi juicio se modula cardiacamente primero.
Esto es una aproximación simpática al futbolista al que voy a criticar, porque... ¿cómo voy a entenderlo, si mi corazón está en reposo?
Puesto que el fútbol no me hace ya palpitar, decidí acelerar artificialmente mi corazón en la pasión mecánica de la cinta.
Con esta simultaneidad de óptica y ejercicio yo inauguro la cardiocrítica que, claro está, será imitada.
En el Madrid había dos preocupaciones: la relación de Ramos con Mou, cuando lo normal quizás hubiese sido ocuparse de lo suyo con Pilar Rubio; y la cuestión Kaká. Así, el brasileño salió con botas rojas, las botas rojas de la alarma y la provisionalidad. En cada partido, esas botas se las dan, como bolas calientes, a quien está pendiente de sentencia y las botas del juicio a Kaká fueron al final las zapatillas rojas del cuento y Kaká volaba por la banda y daba centros medidos con roscas nostálgicas que parecían responder a secretos entendimientos con Benzemá. Kaká aparecía con gran inteligencia y hasta buscaba el disparo. Uno de ellos salió flojo y se tuvo que notar que estaba en un gimnasio y no en un bar porque alguien dijo:
-Kaká, pisha, entrena los gemelos por las tardes.
Kaká se dejaba caer por las bandas donde desequilibraba dando siempre la impresión de que el campo se volcaba, precipitando un fútbol elegante, elidido, muy de fintas. Ocupaba esos territorios que no pisa tanto Marcelo, lateral interior, lateral que cada vez más se entromete, se va recortando y recolocando como interior.
En una jugada de Kaká llegó el primer gol. Normalmente el gol viene por la zona del extremo zurdo. Allí el fútbol se agrava, se decanta. Besa diría que es allí, en la zona del extremo zurdo o del lateral derecho, donde los equipos tienen las cosquillas.
Las cosquillas, pues, se suelen buscar en posición de extremo: llegando, estando o cayendo. Y el Madrid cae, caen sus enormes atacantes polifuncionales.
El Barça es una gran orquesta, pero siempre tiene que salir la prima donna, la Gorda, que es Messi. En el Madrid hay otro juego de solistas.
En Amsterdam los periodistas lo flipan porque allí todos son canteranos. Si La Masía es el club de los poetas muertos del fútbol es porque antes existió la escuela ajacied.
En el Ajax hay un portero negro que se llama Vermeer y un centrocampista aseadísimo, pulidísimo como lente de filósofo, que creo que se llama Eriksen. Los entrena un De Boer que sin el hermano está tan impar que necesita alguien al lado y por eso tiene a Bergkamp, que fue un futbolista auténticamente lujurioso. A Bergkamp lo quiso fichar el Madrid, pero se cuenta que tanto Cruyff como Gaspart hicieron lo posible por evitarlo. Gaspart no sólo fichaba, sino que también desfichaba. Era un urdidor rubalcabita en el fúrbol español de esos años y quizás haya encontrado heredero en la figura de Freixas. Así, el Barcelona sería también una cantera sistemática de directivos puñeteros.
Los chavales del Ajax llevan una camiseta que no llenan, que parece que va sola. Esa gloriosa camiseta, judía y flamenca, parece ahora un pendón que por orgullo se sacase a pasear.
Pero los chicos miran al banquillo y ven cómo serán con cuarenta años, y ven al secretario técnico y se ven con cincuenta y en el palco encuentran su senectud y esas edades del mismo hombre son la apoteosis canterana, de modo que los periodistas del tinglado del deporte estarían con los pelos más tiesos que el INSS.
Estando en el mismo sitio, comiendo lo mismo, recibiendo la misma instrucción, a esta gente ya no le salen Van Bastens porque las generaciones son un misterio, la inspiración del Tiempo.
Como el partido lo echaban por un subcanal de Canal+ -esto es coger el mando y empezar a moverse canal arriba y abajo hasta que aparecen Martínez y Robinson soldados por un hombro, como si compartiesen hombrera- tenía que salir de casa e irme a un bar, pero se me ocurrió algo mejor: me fui al gimnasio.
Allí, correteando sobre una cinta, podría ver el partido sin alcohol, ni ruidos, uniendo madridismo y vida sana. Este experimento yo creo que va a revolucionar la crítica futbolera, porque es lo más cerca del gonzo que puede estar el cronista. O sea, el cronista al uso se va al Txistu, al hotel, a la cabina. Yo no, yo me pongo a correr ante el monitor y voy graduando la intensidad de la carrera. Que esprinta Essien, pues yo acelero. Que se pone Xabi Alonso a pastorear, pues yo cochineo un poco. Mi juicio se modula cardiacamente primero.
Esto es una aproximación simpática al futbolista al que voy a criticar, porque... ¿cómo voy a entenderlo, si mi corazón está en reposo?
Puesto que el fútbol no me hace ya palpitar, decidí acelerar artificialmente mi corazón en la pasión mecánica de la cinta.
Con esta simultaneidad de óptica y ejercicio yo inauguro la cardiocrítica que, claro está, será imitada.
En el Madrid había dos preocupaciones: la relación de Ramos con Mou, cuando lo normal quizás hubiese sido ocuparse de lo suyo con Pilar Rubio; y la cuestión Kaká. Así, el brasileño salió con botas rojas, las botas rojas de la alarma y la provisionalidad. En cada partido, esas botas se las dan, como bolas calientes, a quien está pendiente de sentencia y las botas del juicio a Kaká fueron al final las zapatillas rojas del cuento y Kaká volaba por la banda y daba centros medidos con roscas nostálgicas que parecían responder a secretos entendimientos con Benzemá. Kaká aparecía con gran inteligencia y hasta buscaba el disparo. Uno de ellos salió flojo y se tuvo que notar que estaba en un gimnasio y no en un bar porque alguien dijo:
-Kaká, pisha, entrena los gemelos por las tardes.
Kaká se dejaba caer por las bandas donde desequilibraba dando siempre la impresión de que el campo se volcaba, precipitando un fútbol elegante, elidido, muy de fintas. Ocupaba esos territorios que no pisa tanto Marcelo, lateral interior, lateral que cada vez más se entromete, se va recortando y recolocando como interior.
En una jugada de Kaká llegó el primer gol. Normalmente el gol viene por la zona del extremo zurdo. Allí el fútbol se agrava, se decanta. Besa diría que es allí, en la zona del extremo zurdo o del lateral derecho, donde los equipos tienen las cosquillas.
Las cosquillas, pues, se suelen buscar en posición de extremo: llegando, estando o cayendo. Y el Madrid cae, caen sus enormes atacantes polifuncionales.
El Barça es una gran orquesta, pero siempre tiene que salir la prima donna, la Gorda, que es Messi. En el Madrid hay otro juego de solistas.
Y luego marcó el Ajax en un córner. El balón, parabólico, llegó al segundo palo y tras él, nube persiguiendo a un sol más rápido, una mancha azul clarita
Pero, no nos engañemos, todo suele acabar en Cristiano, que, superado Amancio, va derechito a los años cincuenta, en ese viaje por el tiempo de su fútbol, verdadero y repeinadísimo The Artist del balón.
Llegaba el descanso y Mou se iba con ese minutillo con el que llega antes que nadie al vestuario. ¿Por qué? Yo me imagino a Mou preparando algo. Llegan los chicos allí, abren la puerta ¿y qué hace Mou? Una vez los recibe tumbado en un banco cual maja de Goya, otra vez en tanga recitando como Benito Floro, otras con botes de isostar para lanzarlos en todas direcciones. Llegan ellos y Mou está como un Hamlet, o aplaudiendo, o cara a la pared de malas pulgas. El secreto de Mourinho quizás sea esa sorpresa que siempre les tiene preparada venciendo la rutina inevitable de mandar, del management intenso y psicológico.
La seguna parte comenzó con un golazo de antología. Benzemá recogía con un control exacto un balón en medio campo y se lo dejaba a Marcelo en gesto de derroche. Benzemá miraba a Marcelo barrialmente, barriobajeramente, porque estos futbolistas tan especiales miran a veces a sus compañeros como si no fueran compañeros, como si no tuvieran equipo.
La jugada avanzó, Kaká hizo de Míchel y Benzemá remató en escorzo perfecto. Nada de la chilena volatinera de Hugo, no, un remate perfecto y mátrix apoyando su cuerpo en una mano, con la perfección técnica de un Jackie Chan.
El Madrid, con ciertos equipos blandos, logra una síntesis perfecta entre contragolpe y dominio posicional y cuando se bloquea Xabi Alonso cambia el juego a la otra banda como quien cambia de tema de conversación.
Essien mejora a Lass y Pepe está tajante. Se pone de lado, saca la pierna como si fuese a cavar con una pala y se apoyase en ella y no pasa nadie. Los clásicos dirían que es un valladar infranqueable, lo que me hace recordar al gran Paco Valladares, que siendo tan rapsoda caigo ahora en que lo que de verdad tenía era nombre de central: Paco Valladares.
Y luego marcó el Ajax en un córner. El balón, parabólico, llegó al segundo palo y tras él, nube persiguiendo a un sol más rápido, una mancha azul clarita.
Essien mejora a Lass y Pepe está tajante. Se pone de lado, saca la pierna como si fuese a cavar con una pala y se apoyase en ella y no pasa nadie. Los clásicos dirían que es un valladar infranqueable, lo que me hace recordar al gran Paco Valladares, que siendo tan rapsoda caigo ahora en que lo que de verdad tenía era nombre de central: Paco Valladares.
Y luego marcó el Ajax en un córner. El balón, parabólico, llegó al segundo palo y tras él, nube persiguiendo a un sol más rápido, una mancha azul clarita.
Domina todas las suertes y si en el fútbol fuera necesario el membrum virile Cristiano lo usaría con solvencia
El Madrid se había relajado, pero era el subconsciente porque el domingo hay clásico. En el subconsciente todos tenemos sexo, pero los futbolistas, como se tiran todo lo que se mueve, sólo tienen el próximo partido.
Mou, con la trenca de amigo enfurruñado de Harry Potter, movió el banquillo y Di María y Özil, poesía gráfica su nombre, dejaban descansar a Kaká y Callejón. Había sido, sí, un día de rotaciones, pero no habíamos notado la diferencia.
Otro Madrid hubiese hecho sufrir entonces, pero Cristiano apareció y con dos alardes, fogonazos de genio, con esa resolución ideal, odiosa y sin causa de la genialidad, finiquitó, que diría Lama, el partido. Una contra de varios la acababa con derechazo magnetizado al palo y un tuya-mía con Benzemá lo esponjaba (¡el masmelo del articulista!) en vaselina zurda.
Domina todas las suertes y si en el fútbol fuera necesario el membrum virile Cristiano lo usaría con solvencia.
Yo llevaba ya hora y media correteando y no me sentía con fuerzas para criticar a nadie. Mi capacidad de análisis era nula y mis pulsaciones me solidarizaban con el futbolista. La velocidad final de Cristiano me resultaba jamaicana. Me sentía Arbeloa, incluso comprendía a Arbeloa y al final de todo no podía pensar en otra cosa que no fueran los tres puntos.
El mejor portero del mundo