Esta vez salimos muy contentos, muy contentos. Lalanda había estado Marcial. Es muy sencillo, aunque no es fácil; todo es un juego de muñeca manejando por el suelo un corazón, la muleta
Gregorio Corrochano
Abc, 25 de junio de 1929
Y en el sexto toro, en el último toro de la corrida, a esa hora en que el tedio, otras tardes, empieza a empujar a los espectadores, Marcial abrió en alas el capote amarillo y grana, y abanicó los belfos del toro, que le babeaba el oro del calzón. Y surgió la mariposa que no conoció Cuvier ni conocen los naturalistas de hoy, que sólo se da en España; mariposa de seda, con la cabeza negra rizada, en la que se rascan los toros los pitones, sin llegar a rasgar la seda. Todavía en el sexto toro, el público se levantaba para aplaudir frenéticamente a Marcial. ¿Pero todavía? Todavía. Marcial estuvo torero en la tarde del domingo desde que hizo el paseo hasta que recogió el capote azul de bordes de oro y brotes de rosas, en el que salió envuelto como un ídolo, mientras los fanáticos corría detrás en actitudes admirable.
Abc, 25 de junio de 1929
Y en el sexto toro, en el último toro de la corrida, a esa hora en que el tedio, otras tardes, empieza a empujar a los espectadores, Marcial abrió en alas el capote amarillo y grana, y abanicó los belfos del toro, que le babeaba el oro del calzón. Y surgió la mariposa que no conoció Cuvier ni conocen los naturalistas de hoy, que sólo se da en España; mariposa de seda, con la cabeza negra rizada, en la que se rascan los toros los pitones, sin llegar a rasgar la seda. Todavía en el sexto toro, el público se levantaba para aplaudir frenéticamente a Marcial. ¿Pero todavía? Todavía. Marcial estuvo torero en la tarde del domingo desde que hizo el paseo hasta que recogió el capote azul de bordes de oro y brotes de rosas, en el que salió envuelto como un ídolo, mientras los fanáticos corría detrás en actitudes admirable.
Lalanda suele ser un torero apocado, sombrío, por lo menos, una poco triste. Acaso por ser consciente y tener un concepto exacto de responsabilidad. (De los toreros descarados no esperéis nada, como no sea alguna incorrección.) Pero esta tristeza, cuando va amasada con pereza o cansancio cae un poco sobre el espectador y aplasta la corrida. Algunas tardes hemos sentido en el tendido un peso sobre los hombros, como si nos pesara la casaquilla de Marcial. Y salíamos también entristecidos, que nada se contagia tanto como la tristeza del torero, aunque el público, por ahuyentarle, grite, pero a la postre, a pesar de su gritos, sale entristecido. Es la indolencia de los grandes lidiadores, de la que tanto padeció Lagartijo.
Esta vez salimos muy contentos, muy contentos. Lalanda había estado Marcial. Desde que salió se le adivinó la intención, el propósito de dar una tarde de toros. Su primero fue manso, huía, quería huir, que no hay toro que huya cuando se tropieza con un torero como Marcial, que le deja los colores en los ojos y la seda en los cuernos, y con una hebra del capote le hace volver. También quería huir de la muleta, sin saber que llevaba el mismo que le enganchó en el hilo del capote, y aquel pedazo de lanilla roja sujetó la fiereza en la huída; es muy sencillo, aunque no es fácil; todo es un juego de muñeca manejando por el suelo un corazón, la muleta. La estocada hábil y certera puso remate a la lidia maestra del toro, al que había adornado el torero con dos pares de banderillas, por la alegría de complacer que le rebosaba.
Y en el quinto, cuando nadie se había fijado en el toro soso, sin estilo y muy poco se esperaba de él, tuvo Marcial el acierto de maestro de torearle en el único sito que se podía torear aquel toro tan apagado, casi en los medios y solo. Si le cierra, y si además ve otros toreros, el toro no pasa y se aquerencia. Y allí fuera, Marcial, que es de los pocos toreros que prodigan la mano izquierda, hizo la faena insospechada. Si se hiciera un plebiscito y se preguntara a los espectadores ¿esperabas esta faena? La respuesta unánime, estoy seguro, sería: no. Nadie esperaba aquella faena tan faena, tan torera, de tanto dominio. Nadie más que él había visto el toro. El título de joven maestro, a veces aplicado un poco irónicamente, desde esta corrida no se le discutirá. Mató de la primera, y el entusiasmo le concedió la oreja y le hizo dar dos vueltas al ruedo, y aún no se habían apagado los aplausos y renacieron frenéticos cuando, abierto el capote en alas, en último quite, iba el último toro rascando los cuernos en la seda de la mariposa, sin romper la seda. Pero no fue por la mariposa el entusiasmo, fue por la alegría, por la decisión de toda la tarde, porque Lalanda vino a la plaza joven y optimista, porque Lalanda salió muy Marcial y porque Marcial torea todas las tardes con la mano izquierda.
Fortuna sigue valiente y animoso, como si empezara ahora. Pero como torea poco, a pesar de sus éxitos, le encontramos algo desentrenado. Su primero le acosó un poco y el otro, que fue el toro de más casta de los seis, tenía precisamente la dificultad de la casta; le sobró toro a Fortuna. En lo que siempre me gusta Fortuna, aun a en las tardes que no ejecuta la suerte a gusto, como el domingo, es en el momento de matar; esa mano izquierda, esa manera de llevar la muleta al hocico del toro es una maravilla. Una mala estocada de Fortuna vale, por su estilo, por todas las estocadas que se dan hoy. Al par de banderillas al quiebro se dio mucho valor, porque el toro le gazapeó primero y luego le entró lento. A este torero lo que le hacen falta son toros, que está ahora en todo el celo.
Iglesias, que tomaba la alternativa, estuvo nervioso y azorado en el de la ceremonia, que era un toro de cuerpo entero; pesa mucho la plaza de Madrid, y más en tarde de tanto compromiso como es la alternativa. En el sexto estuvo mucho mejor, no sólo con el capote, sino en el par de banderillas que puso con facilidad y tuvo el buen gusto de ofrecer a los que desde este día eran sus compañeros. La costumbre de banderillearse cada uno sus toros quita animación al tercio, que para no ser animado y vistoso, más vale que claven los banderilleros. A este toro le toreó Iglesias con la izquierda, muy bien, pero con poca gracia. Fue lo que le faltó, gracia más decisión al herir.
Los toros del duque de Tovar, muy buenos. Una corrida bien presentada; sin exageraciones que no hacen falta, y de casta. El primero fue bravo y noble; el cuarto, se creció y fue arriba, arriba, sacando casta; a mí me pareció el más seriamente bravo; y el último, muy bravo, muy completo; el quinto, muy soso. Fue toro por Marcial; los otros dos, huidos, sueltos de los caballos y querenciosos. Se aplaudió al primero en el arrastre; yo hubiera aplaudido al cuarto.
Se picaron bien. Ya se pican los toros. En cuanto se toreen un poco menos, habremos situado en su sitio el primer tercio del que depende el último. En esta corrida se vieron muy bien qué toros eran bravos y qué escala de bravura tenía, una cosa interesantísima para el verdadero aficionado. El duque de Tovar, tan aficionado, hubiera disfrutado mucho viendo alguno de sus toros, pero la muerte no quiso.
Una corrida alegre, divertida de conjunto, en la que si desmenuzas quedan pocas cosas, pero muy bien acoplada, muy torera, de la que una buena parte corresponde a los toros y una parte inconmensurable a la maestría de Marcial: Lalanda salió joven, animoso con gusto de torear y dio una tarde alegre y lucida de toros. El público otras veces tan agrio, tan disgustado, salió contentísimo, le supo a poco la fiesta, y es que a esa hora en que las corrida se caen y el tedio empuja a los espectadores, están entretenidos en tirar al ruedo los sombreros.
LAS TAURINAS DE ABC
EDICIONES LUCA DE TENA, 2003