Julio Aparicio en su última tarde en Las Ventas
El pelo
Ese corte de pelo
"Entre mi padre y yo las cosas no están tan mal. Tenemos cochinos a medias"
Hughes
Julio Aparicio iniciaba su vida de civil en el Deluxe, que no es mal sitio. Le recibían con ovación y así le despidieron, como en desagravio por la bronca de Las Ventas. Jorgeja con patillas corto maltés parecía un picador pequeño y un poco picador era, pues se invertían papeles y el torero hacía de toro al que había que darle pases y alguno llegó a tener al final, por más que durante gran parte de la entrevista pareciera una vaca reumática.
A Jorgeja le ayudaban Montero, otro con patillas; Lydia, de rojo intenso y Kiko Matamoros, que, claro, de toros también sabe.
Julio Aparicio se retiró hace unos días. Toreando en Madrid le dio un arranque y se descoletó. Se quitó la coleta y parece que le crecieron los mullets. En realidad, lo que explicó es que no sólo se quitó la coleta, sino que ya antes, en la finca, se había cortado el pelo a sí mismo -un imposible-, dejándose una cabeza contracultural. Quizás quepa ver su retirada -digna espantá de su propio destino- como un acto más del proceso mayor de cambiarse el peinado, que es un tipo de crisis habitualmente femenina, pero no solo.
-Yo siempre he tenido mucho miedo.
Julio Aparicio se reconoce torero de arte, irregular ,y parece que deja caer que a su vida personal tampoco le es ajeno el petardazo.
-Un torero artista. De lo bueno, buenísimo a lo malo, malísimo.
Miraba muy serio, alzando la barbilla, cerrando los ojos como miope avieso, haciendo a cada poco ese gesto tan taurino de sacar el mentón, la mandíbula. Kiko Matamoros le imitaba el gesto. Una reunión de toreros debe de ser como un club de señores a los que ahoga la corbata.
Antes de entrar en movidas familiares, hablaron de Ortega Cano, que ha sido su apoderado sin contrato. Sin hablar mal de él, tampoco es que hablara bien, pero tan amigos. Ortega llamó al programa para intervenir... e intervino. Ortega intervenia. Jorgeja, quietísimo, bajaba los párpados pacientemente. Ortega seguía interviniendo. La voz, estropajosa. Aparicio miraba serio, muy serio, como si fuera el único que pudiera entenderle. Una carcajada en plató hubiera sido como una grieta en una presa de comicidad.
-Tratadme bien para que pueda ir contento al programa.
-Yo toreo al aire, al viento.
Aparicio viene de estar un invierno en el campo “matando toros y vacas, vacas y toros”, pero no se siente. Estar en el campo es un concepto que es mucho más que estar en la finca. Es como el retiro espiritual y la preparación de Rocky. Como Alí antes del gran combate africano. Una mezcla de naturaleza, toro y dieta dukan. Estar-en-el-campo no es estar en el campo.
Tras Ortega, la cuestión familiar. Los periodistas apuntaban una posible bronca entre padre e hijo que habría acabado en denuncia. La razón sería que Aparicio habría sido desheredado. Siempre según los de la canallesca, Julio Aparicio habría reaccionado violentamente y después, con ayuda de su ayudante, se habría llevado cuarenta jamones y diez cabezas de ganado, como un inicio de recuperación patrimonial. Julio lo negaba, aunque de fondo se adivinaba una difícil y sopranesca relación con el padre.
-Entre mi padre y yo las cosas no están tan mal. Tenemos cochinos a medias.
El torero (jamás extorero) habló respetuosamente del padre y emotivamente de la madre, pero justo cuando le despedían alguien llamó a Lydia. Ésta se levantó, cruzó el plató, una música de intriga, un sobresalto: era la hermana dejando a Julio por mentiroso y a los Aparicio como un clan faulkneriano, “peores que los Ostos”.
-Que se busque un curro.
A Jorgeja le ayudaban Montero, otro con patillas; Lydia, de rojo intenso y Kiko Matamoros, que, claro, de toros también sabe.
Julio Aparicio se retiró hace unos días. Toreando en Madrid le dio un arranque y se descoletó. Se quitó la coleta y parece que le crecieron los mullets. En realidad, lo que explicó es que no sólo se quitó la coleta, sino que ya antes, en la finca, se había cortado el pelo a sí mismo -un imposible-, dejándose una cabeza contracultural. Quizás quepa ver su retirada -digna espantá de su propio destino- como un acto más del proceso mayor de cambiarse el peinado, que es un tipo de crisis habitualmente femenina, pero no solo.
-Yo siempre he tenido mucho miedo.
Julio Aparicio se reconoce torero de arte, irregular ,y parece que deja caer que a su vida personal tampoco le es ajeno el petardazo.
-Un torero artista. De lo bueno, buenísimo a lo malo, malísimo.
Miraba muy serio, alzando la barbilla, cerrando los ojos como miope avieso, haciendo a cada poco ese gesto tan taurino de sacar el mentón, la mandíbula. Kiko Matamoros le imitaba el gesto. Una reunión de toreros debe de ser como un club de señores a los que ahoga la corbata.
Antes de entrar en movidas familiares, hablaron de Ortega Cano, que ha sido su apoderado sin contrato. Sin hablar mal de él, tampoco es que hablara bien, pero tan amigos. Ortega llamó al programa para intervenir... e intervino. Ortega intervenia. Jorgeja, quietísimo, bajaba los párpados pacientemente. Ortega seguía interviniendo. La voz, estropajosa. Aparicio miraba serio, muy serio, como si fuera el único que pudiera entenderle. Una carcajada en plató hubiera sido como una grieta en una presa de comicidad.
-Tratadme bien para que pueda ir contento al programa.
-Yo toreo al aire, al viento.
Aparicio viene de estar un invierno en el campo “matando toros y vacas, vacas y toros”, pero no se siente. Estar en el campo es un concepto que es mucho más que estar en la finca. Es como el retiro espiritual y la preparación de Rocky. Como Alí antes del gran combate africano. Una mezcla de naturaleza, toro y dieta dukan. Estar-en-el-campo no es estar en el campo.
Tras Ortega, la cuestión familiar. Los periodistas apuntaban una posible bronca entre padre e hijo que habría acabado en denuncia. La razón sería que Aparicio habría sido desheredado. Siempre según los de la canallesca, Julio Aparicio habría reaccionado violentamente y después, con ayuda de su ayudante, se habría llevado cuarenta jamones y diez cabezas de ganado, como un inicio de recuperación patrimonial. Julio lo negaba, aunque de fondo se adivinaba una difícil y sopranesca relación con el padre.
-Entre mi padre y yo las cosas no están tan mal. Tenemos cochinos a medias.
El torero (jamás extorero) habló respetuosamente del padre y emotivamente de la madre, pero justo cuando le despedían alguien llamó a Lydia. Ésta se levantó, cruzó el plató, una música de intriga, un sobresalto: era la hermana dejando a Julio por mentiroso y a los Aparicio como un clan faulkneriano, “peores que los Ostos”.
-Que se busque un curro.
Al final, Jorgeja despidió al torero dando entrada a unos imágenes de homenaje con detalles de sus mejores faenas. Las llamó “videoclub”, exactamente igual que las llamara Ruiz Quintano en su columna del día después del descoletamiento. Insospechadas (benditas) coincidencias.
Una reunión de toreros debe de ser como un club de señores a los que ahoga la corbata