Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La política española, como la cocina según Camba, está llena de ajo... y de prejuicios religiosos.
—¡Al toro, que es una mona! —gritaba Millán Astray en el terraplén, herido, en la toma de las Tetas de Nador.
—¡Al controlador, que es una mona! —grita Pepiño, agazapado tras de su María Pita de bolsillo, María del Carmen Chacón Piqueras, en esta crisis celestial.
En una tierra donde hasta Santiago llegó por mar son pocos los que se fían del cielo. En lucha sindical con el bello portavoz Cabo/Walesa, del cielo no se fía Pepiño, un Jaruzelski de Palas de Rey pasado por Barry Manilow que canta en el karaoke «Yo escribí las canciones que hacen volar». Como tampoco se fió Franco, su paisano, quien, camino de Tetuán, se quitó el bigote en el avión.
—Y al llegar por el aire a Tetuán ordenó al piloto dar una vuelta circular por el aeródromo, y cuando vio, brillando al sol de julio, la cabeza rizosa del coronel Saenz de Buruaga, exclamó con júbilo inconfundible: «¡El rubito!», y ordenó el aterrizaje.
Eso cuenta Pemán, seguro de que Franco confiaba plenamente en Santiago, en Santa Teresa, en su buena estrella... «¡Pero lo importante, antes de aterrizar, era divisar al “rubito”!»
El «rubito», para Pepiño, es Chacón Piqueras.
Al comentar la veneración por el militarismo de Kipling, que era un militarismo por amor no al valor, sino a la disciplina, decía Chesterton que lo malo del militarismo no es que muestre que algunos hombres son altaneros: lo malo es que muestra que la mayoría de los hombres son mansos.
¿Y la veneración española por el militarismo?
—Un gobierno militar tendría la ventaja de acabar con estas farsas parlamentarias que tanto nos repugnan... Son los militares los que deben imponer silencio y orden en este galimatías político, dando con su sable en los consejos ministeriales...
Esto escribía en «El Sol» don José Ortega y Gasset el 13 de febrero de 1920.
—Mi segunda discrepancia fue con ocasión del golpe de Estado. El general Primo de Rivera me concedió el honor de notificarme su pensamiento. Le escuché con toda atención y respeto que merecía; pero le hice presente que no era partidario de la dictadura ni de la intromisión del ejército en política nacional, y que a este criterio había atemperado yo siempre mi conducta. El general no insistió más.
Y esto escribía en sus «Memorias inéditas» Millán Astray.
De momento el zapaterismo ya ha tomado militarmente las torres de control bajo el mando supremo de Rubalcaba el Perpetuo, españolazo con alma de coronel de Caballería que quiere llegar a mariscal, y que habría rechazado el regalo de una tortuga:
—No la quiero en casa, porque luego se les toma cariño y se sufre mucho cuando la tortuga se muere.
—Un gobierno militar tendría la ventaja de acabar con estas farsas parlamentarias que tanto nos repugnan... Son los militares los que deben imponer silencio y orden en este galimatías político, dando con su sable en los consejos ministeriales...
Esto escribía en «El Sol» don José Ortega y Gasset el 13 de febrero de 1920.
—Mi segunda discrepancia fue con ocasión del golpe de Estado. El general Primo de Rivera me concedió el honor de notificarme su pensamiento. Le escuché con toda atención y respeto que merecía; pero le hice presente que no era partidario de la dictadura ni de la intromisión del ejército en política nacional, y que a este criterio había atemperado yo siempre mi conducta. El general no insistió más.
Y esto escribía en sus «Memorias inéditas» Millán Astray.
De momento el zapaterismo ya ha tomado militarmente las torres de control bajo el mando supremo de Rubalcaba el Perpetuo, españolazo con alma de coronel de Caballería que quiere llegar a mariscal, y que habría rechazado el regalo de una tortuga:
—No la quiero en casa, porque luego se les toma cariño y se sufre mucho cuando la tortuga se muere.