viernes, 3 de enero de 2020

Castilla

Castilla hizo a España y España (con Suárez, su paisano) deshizo a Castilla


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    De uno de sus hermanos cuenta Santa Teresa que, al volver de Indias, ya no quiso trabajar sus tierras: si allá había sido señor, ¿iba a volver a ser labriego acá?

    Castillos y miseria, anota Ruano en visita funeral. Roña de siglos y ambición de raza. Una sensualidad feroz y pastosa se opone a la liberación del hombre castellano. La sobriedad de Castilla, se despide, es la agonía de quien presiente el mar y lo sabe muy lejos.

    –Viene Castilla sufriendo en silencio toda suerte de vejámenes, ultrajes y menosprecios de Cataluña, donde parecen haberse conjurado para hacer odioso el nombre castellano, comprendiendo en él todo lo que es español, y a todo ha callado, sacrificándose en aras de la unión –arrancaba el mensaje que las Diputaciones castellano-leonesas entregaron a Romanones en el 18.
    
Frente a la abnegación castellana, el chalaneo catalán, expresado por Pi y Margall, el “avi” proudhoniano, en las Cortes a la caída de Cuba: “Si nos uniésemos con los unos, tendríamos enfrente a los otros. ¿A título de qué hemos de inmiscuirnos en las contiendas y buscarnos nuevas dificultades, cuando tantas hemos tenido y tan caras nos han salido? Lo que necesitamos es cultura, pan y trabajo”.

    “Castilla hizo a España y la deshizo”, fue luego la “boutade” de Ortega, contestada y corregida (corrección que hicieron suya Unamuno y el propio Ortega) en las Constituyentes del 31 por don Claudio Sánchez-Albornoz:
    
Castilla hizo a España y España deshizo a Castilla.
    
Los destazadores del 78, con un señor de Ávila a la cabeza, y para satisfacer a catalanes y vascos, que temían a “la Gran Prusia”, a Castilla, ya descolgada de Madrid, le quitaron Cantabria (¡el mar que señalaba Ruano!) y La Rioja, su Alsacia y su Lorena, unciéndola, a modo de compensación, a León, en cuyo Ayuntamiento socialista los camarones se han puesto, de pronto, a silbar la independencia.

    –No olvidamos el marxismo-leninismo –dijo un día Khrushchev–. Eso sólo ocurrirá cuando los camarones aprendan a silbar.