miércoles, 10 de julio de 2013

Tocando el guitarrón de la Ciencia en el pasillo del Metro

Ojo avizor 

José Ramón Márquez

Esta mañana, en un bar, antes del encierro de Pamplona, hojeo el ABC y allí sale triste y magullado el CSIC, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, o mejor aún Agencia Estatal Consejo Superior de Investigaciones Científicas, lamentándose la institución entera por boca de Emilio Lora, su presidente, de que les faltan dineros y de que la Ciencia perece ante la falta de grasa, lana en México.
 
Una de las cosas que parecieron óptimas en el nombramiento de Emilio Lora fue el hecho de que la vida -en este caso ese mandarín galaico llamado Mariano- pusiese en las manos del eminente Doctor una segunda oportunidad, como en aquel programa de Paco Costas en la TV en que un tío se metía un piñazo en una curva con el coche por hacerlo mal y luego, tras los consejos del experto, se repetía la misma situación de la que salía airoso, trazando a la perfección la curva con escuadra y cartabón.

 A Emilio Lora le sacó de la dirección del CSIC aquel troll llamado Zapatero para poner en su lugar a Martínez, cuya gran aportación al avance de la ciencia fue conseguir instalar, sin que se viniese abajo, un Chirino en el campus de Serrano; aquel Doctor Martínez, que venía avalado por su chau-chau y por su origen progresista de vietnamita o ciclostil.

Pensábamos que la segunda venida de Lora Tamayo serviría para afrontar con mayor decisión los grandes problemas que arrastra el CSIC, pero la verdad es que apenas puede decirse que salvo el natural trileo de nombres, éste le quito, éste le pongo, apenas haya habido acciones decididas para encarar con firmeza la necesaria regeneración de un sistema bastante poco eficiente y excesivamente burocratizado. Ese canto de demandadero que Lora entonaba esta mañana en las páginas del ABC viene a ser la palmaria demostración de que se ha instalado en el victimismo del ‘dame argo, payo’, tradicional huida hacia adelante con la que salvar un poco los muebles ante la parroquia. Y conste que uno es partidario de que a la Ciencia se la dote de recursos, que es dinero siempre bien empleado,  aunque a veces parezca lo contrario.

Porque lo que se echa de menos en esta segunda venida de Lora Tamayo es su ausencia de decisión en atacar los grandes problemas troncales de la institución, asumiendo, cosa que nadie ha hecho, que el principal problema del CSIC se deriva de la propia condición administrativa del cuerpo científico, de esos científicos que son funcionarios de carrera de los cuerpos propios del Consejo: Científicos Titulares, Investigadores Científicos y Profesores de Investigación.

 He ahí la primera gran falla de un sistema que en vez de fomentar la feroz competencia, permite que se establezcan unas escalas funcionariales que favorecen el patente hecho de que, al lado de algunas valiosas cabezas, haya un número significativo de  investigadores que llevan veinte años o más con la misma monserga, que ni hacia delante ni hacia detrás. Parece que una medida incuestionable de eficiencia sería la laboralización de todo el personal científico y la vinculación de la existencia de esa relación laboral con la institución a la obtención de óptimos resultados, publicaciones, papers, patentes y demás parafernalia.

Y siendo algo extravagante en nuestros días ese caduco modelo curentero de investigador/funcionario, no lo es menos el modelo de crecimiento adoptado por la Institución, que consiste bien en que cuando hay un grupo de Investigadores con suficiente poder, se desgajan de un determinado Instituto para que les creen a ellos uno ad-hoc o bien en que si retorna a España un investigador prestigiado, le crean su Centro para que lo pastoree.

Veamos a modo de demostración de lo primero la línea clara que prácticamente cubre tres cuartos de siglo y que nos lleva desde el Centro de Investigaciones Biológicas -Cajal, Marañón, Ferrán-  al Centro de Biología Molecular -Ochoa, Eladio Viñuela, Mayor Zaragoza-, al Centro Nacional de Biotecnología (Martínez, again) y, en luminosa huída hacia adelante, al nasciturus Instituto de Medicina Molecular Príncipe de Asturias, centro que tenía Martínez preparado en Alcalá de Henares (años 2000) que, hasta donde sabemos, está parado por la cosa de los recortes. Frente a eso, sirva como contramodelo mucho más eficiente el que se practica en Alemania, donde la Sociedad Max Planck para la Promoción de las Ciencias controla de manera muy eficaz tanto la creación de nuevos institutos como la pervivencia de los antiguos, siempre relacionado lo uno y lo otro  con la obtención de resultados medidos de manera muy estricta. Para ejemplo de la eficiencia de la Max Planck baste con comparar el número de Premios Nobel que han desarrollado en ella sus investigaciones.
 
Y lo tercero, por no aburrir, es el consustancial mamoneo. El mamoneo que permite que ancianos que han traspasado con muchas creces la edad máxima de jubilación sigan pidiendo y obteniendo proyectos del Plan Nacional, el mamoneo que permite que  la investigación que se ha hecho estrictamente a base de fondos públicos acabe transformándose en fecundas empresas, que ese birlibirloque jamás lo entendí, el mamoneo de que haya investigadores que crean start-up’s para venderse a ellos mismos las cosas que ellos mismos producen en sus propios laboratorios y que se sufragan con los fondos del Plan Nacional, el mamoneo de que existan Fundaciones vinculadas a Centros de Investigación que se utilizan como gatera de contrataciones de personal sin pasar filtros de equidad y creando compromisos a la Administración, que se ve obligada a contratar a aquellos por sentencias de los Tribunales de lo Social.
 
Todo esto lo conoce, sin duda, Emilio Lora, y a remediar todo eso es a lo que debería haber encaminado sus pasos de manera firme, especialmente porque ha tenido la segunda oportunidad de la que se hablaba al principio. Es cierto que resulta más sencillo ponerse en el pasillo del Metro con el guitarrón de la Ciencia a ver si consigue que los viandantes le echen unas monedas que usar la necesaria cirugía, pero a fin de cuentas también se debe considerar el aspecto humano, puesto que su futuro más o menos inmediato, cuando le destituyan, será el de retornar a su Instituto como Funcionario Investigador.