Ignacio Ruiz Quintano
Cristiano, que ya es lo más formidable del Madrid desde Puskas y Di Stéfano, se fue al fondo atlético y se señaló el muslamen, y un homérico Hughes proclama que es el muslo más grande desde Jenny Llada.
¿Cómo explicar a los niños la castidad de aquel muslo colosal de Jenny Llada?
Esto no se puede hablar con los periodistas deportivos, pues ellos en seguida se van a la muslera de Chendo, y así no hay manera.
La muslera de Chendo venía a destaparnos el fútbol picapedrero de aquel Madrid como el muslo de Jenny Llada nos tapó aquel destape un poco de caseta durante la Santa Transición: de la ley a la ley… y de la mano a la mano.
Cuando Cristiano se señala el muslo aquilino (de águila y de Aquiles) quiere decir que mejores no hay. Ese muslo oferente y pimpante de Cristiano viene de Valdebebas, pero sale de la Ilíada y de la Odisea, es un muslo griego, como la filosofía antigua o la ruina moderna, mientras que el muslo no menos oferente y pimpante de Jenny Llada venía de Eça de Queiroz, en cuyas páginas Adán apoya la cara sobre el muslo de Eva y Eva rasca con dedos ágiles el pecho de Adán.
Cuando Vicente Zabala, madridista, juanista (amigo de Juan Gómez) y castizo de la calle del Príncipe se declaraba muslero (llamó “Muslera” a una vaca alcurrucena, al cabo madre de “Muslero”, estoqueado por Julián López en Nimes), uno pensaba en Jenny Llada y en los proscenios empalizados de muslos de Alonso Millán.
Hoy te declaras muslero, y todo el mundo piensa en ese Cristiano del río, con pecho como el costado de un acorazado y piernas como fortalezas normandas.