lunes, 2 de enero de 2012

Madrid

Calle de Alcalá
Madrid

Hughes

Madrid son las ganas de sacar el caballete en cada esquina y pararse a pintarlo hiperrealista, allí parado, cateto, rascándose la barbilla como un Antonio López con la boina puesta.

Madrid es el azar español.

La distinta comprensión del periódico, que se lee distinto allí.

Madrid es una acumulación de Españas concéntricas viviendo todas ellas un país distinto.

Madrid es la perfecta ciudad circunvalada, porque se llega a ella siempre desde la nada. Desde unos desmontes que parecen el lomo de un leopardo viejo.

Madrid son las miradas apasionadas de las americanas, las palomas peruanas, y Juan Magán es el nuevo organillero.

Madrid es el Museo de cera, callejón del gato de un esperpento quieto, de taxidermia, con el que la Historia caza a los españoles que se dejan. El esperpento que deja el susto de la inmortalidad en sus caras.

Madrid es el pasmo de la historia.

Madrid es haber sustituido a las viejas de negro por el fondo milenario de los ojos chinos. Miradas que no sabemos interpretar en la madrugada y que le dan a Madrid mucha miga insomne.

Madrid es la mirada hegemónica y ávida de las ancianas de abrigos de nutrio que le miran a uno fieramente en el Embassy (el abecé de las pastelerias, según el gran Espuny), no sea que se les quite su gulusmería última. La mirada de pasión postrera de su gulusmería senil.

Madrid es poder mirar el sol, chuleta y polucionado.

Madrid es una tonalidad celeste: su gloria de oro lívido y estaño, que lame el ladrillo de edificios castrenses como greda urbana.

Madrid es el mundo alucinante del barrio de Salamanca, sus posibilidades ficcionales, ilusorias. Madrid es el irrealismo total de ese barrio.

Madrid es que un taxista nos tome al llegar por un torero de provincias... ¡y que acierte a pesar de nosotros!

En Los Objetos Impares
2 de Enero