martes, 8 de noviembre de 2011

La infancia de los políticos. Alfredo y Mariano

Mariano

Alfredito, bajo el terror franquista
de El Pilar, con Gento de testigo

Alfredo bajo el terror franquista
de la Universidad

José Luis

Julio Camba

En estos días, que es costumbre consagrar a la infancia, algunos periódicos se dedican a averiguar lo que hacían, cuando niños, nuestros actuales personajes políticos.

-Yo -dice uno de los interrogados- he sido aprendiz de zapatero.

-Pues yo -declaró otro- fui repartidor de pan.

Y así sucesivamente.

Por regla general nuestros personajes políticos tuvieron los orígenes más humildes, en lo que no hay deshonor alguno, desde luego, pero en lo que tampoco existe, a mi entender, un motivo especial de orgullo ni jactancia. Fueron zapateros, panaderos, toneleros, oficiales de peluquería, dependientes de ultramarinos, etc., y, bien está que ellos mismos lo confiesen, pero no como si nos hicieron con ello una revelación extraordinaria, ya que nadie se imaginaba que procediesen de Eton o que hubieran pasado su niñez, rodeados de ayas y preceptores, en los castillos de sus antepasados.

¿Que ha sido usted zapatero, señor ministro o señor ex ministro? ¿Y qué? ¿Tan baja considera usted la categoría de zapatero o tan alta la de ministro para que nos presente como un hecho excepcional este cambio de condición? ¿Ignora usted acaso que vivimos en una sociedad democrática de tendencias igualatorias donde a medida que los zapateros se van pareciendo a los ministros los ministros van asemejándose cada vez más a los zapateros? Y usted, que alardea de haber sido un pésimo estudiante y de no haber podido jamás con el latín ni la historia de España, ¿se figura usted que esta declaración nos produce la más ligera sorpresa? Cuando Cajal, consagrado por todo el mundo científico, se jactaba desde su laboratorio de haber sido un mal estudiante, nuestra admiración hacia él subía de punto.

-¡Quién lo hubiera dicho! -pensábamos-. ¡Parece mentira!...

Pero cuando un ministro o un personaje ministrable nos hace idéntica declaración, no decimos que parece mentira, sino todo lo contrario; decimos:

-¡Claro, hombre, claro! ¡Naturalmente! Ya nos habíamos figurado...

La infancia de nuestros personajes políticos, revelada estos días por algunos periódicos, no constituye, por tanto, para nadie el menor motivo de extrañeza. Que éste no haya llegado a aprenderse nunca la tabla de multiplicar y que aquél haya estado hasta los dieciocho años detrás de un mostrador cortando rodajas de embutido con unas manos llenas de sabañones, nos parece lo más natural del mundo. La mayoría de dichos personajes conservan todavía eso que los franceses llaman le plus du metier, y si algunos accionan en el Parlamento como si estuvieran cosiendo sus párrafos con una lezna, otros desarrollan sus programas políticos con el mismo braceo elegante y seductor con que pudieran exhibir una pieza de madapolán.

No lo digo para molestar personalmente a ninguno de ellos. Todo lo contrario. Quizá ellos crean que desde un plano muy inferior han ascendido a un nivel muy alto, pero yo opino que ni antes estaban tan abajo ni ahora se encuentran tan arriba, y, si aquéllos a quienes trato me siguen inspirando afecto y consideración, no es a pesar de haber sido zapatero o tonelero o dependiente de ultramarinos o repartidores de pan, sino a pesar de ser o haber sido ministros, directores generales, consejeros de Estado, etc., etc.
HACIENDO DE REPÚBLICA / EDICIONES LUCA DE TENA, 2006