martes, 9 de julio de 2013

Florida Park

José-Miguel Ullán

Hughes
Abc

El escenario del Florida Park es hoy como un gran lago de madera flexible con vaporosos márgenes azules. Finas olas de luz inaugural. Caras marcadas tenuemente por las arrugas de la fama. Chapotear congelador de alcoholes contra el mantel de los residuos tristes». En Ullán pensaba yo (gracias, Ruiz-Quintano) cuando veía a Alaska, ubicua, ubérrima y unimismante despedirse del Florida Park con lo que parecía un plato de croquetas en la mesa. Ullán fue uno de los grandes cronistas de las salas de fiesta, que mueren como los clubes de jazz, donde el cuchillo histerizaba los solos de piano y los hielos del copazo mejoraban el swing del batería. A Ullán habría que recordarlo también como gran lector de la copla y de las pulpas lascivas de la canción cubana, con su didáctica de la papaya y el mamey («Mango, manguito, mangué»). «Dulce es plátano pajizo, y blanco como el granizo, dulce es el coco poroso; / dulce el mamey delicioso». Ullán, sensible al nacimiento del mango soriano, no sé qué hubiese pensado al ver el desfilar carrozón de las musculaturas del Orgullo (rosa egregor). «Son malos tiempos cuando hay que luchar por lo evidente» (¿lo dijo el Ché?). La gloriosa libertad, por fin, pero también la decepcionante conquista de las evidencias. El torso ahistórico y helénico de los macistes, ¿no banaliza el ideal cerámico y griego del muchacho?
 
«El celuloide oculto» (documental que pasa TCM) sigue la huella de lo gay en el cine de Hollywood. Antes del Código Hays, el mariquita estaba admitido como figura grotesca si se quiere, pero sobreentendida en el alegre cine de los años 20 y 30. Luego llegó el placer del subtexto. Garbo, Dietrich, la electricidad de Sal Mineo o la «joseantoniana» Joan Crawford de «Johnny Guitar». La reticencia sutil de Dirk Bogarde y de Montgomery Clift.

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