martes, 3 de abril de 2012

Toros

Domingo de Ramos
Mora y Fandiño en Las Ventas

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La estampa de un toro feble es tan deprimente como la de una mujer bebida. El Indio Fernández (Indio Tragafuegos, por beber aguardiente y masticar chiles, lo llamaba Sam Peckinpah) nunca permitió que una mujer saliera de su casa en mal estado: baño de tina con sales, frotada de Chanel y dormida entre jorongos de colores vistosos para levantar el ánimo.

Entonces, ¿por qué traen a Madrid esta pendejada de toros? –preguntaba en la grada del 6 un mexicano que acabaría derramando su tequila sobre nuestras cabezas.

Es que son del ministro –le aclaró un castizo, entre clase y clase de tauromaquia (“no, no, son palmas de protestar, no de animar”) a una turista caribeña y descalza.

Toros de Jandilla, qué merendilla.

Y yo casi consigo engañar a un húngaro que busca a España en los toros para llevarlo al mano a mano en Las Ventas. “¡Es Mallarmé!”, dijo en su día Salvador Rueda para convencer a Rubén de que tenía que acompañarlo a ver al Guerra. “Son Indíbil y Mandonio”, dije yo al húngaro que eran Mora y Fandiño. Luego, a la salida, Jorge Laverón nos haría la pregunta definitiva: “Este Fandiño, ¿es vasco o es gallego?”

La de Laverón era la media que remataba la eterna pregunta de lance que a media tarde se deja oír en el 7: “¿A quién defiende la Autoridad?”

El domingo, la Autoridad defendía al débil, que era el toro feble y ministerial, pero por ministerial, no por feble. Por feble lo defendían unas damas muy despeinadas que muy de mañana, al sacar las entradas, nos dijeron que no podemos matar toros.

Esos, no.

Pero nos quedan los victorinos de Sevilla.

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