Vicente Llorca
La escena ha sido profusamente difundida. En el estadio del Sadar , de repente, unos mandriles con los colores del Osasuna se acercan dando saltos por los asientos y profiriendo alaridos a una grada, donde cuelgan dos banderas del Madrid. Uno de ellos da golpes al aire y en el pecho, mandril perfecto. Otro, más intelectual, mueve el puño hacia el cielo y afirma, enérgico: “Aquí, eso no”. El partidario de la acción directa intenta arrancar las banderas mientras otro, teórico de la revuelta, dirige la acción con alaridos y puñetazos en las gradas.
Dos niños asisten a la escena, perplejos, y se esconden como pueden detrás de su padre. Éste protege a los enanos y se resiste a que les arranquen los banderines. Son los culpables de la profanación. Son un padre y dos canijos, ecuatorianos, vestidos con la camiseta del Real Madrid, que han colgado, ilusos, sus banderas para ver el partido y soportan, de pronto, los gritos, los insultos, las amenazas de los primates.
Al final, interviene otro espectador cercano. Llega más tarde la seguridad del campo. Los mandriles se retiran por entre las gradas. Siguen aullando y mueven los brazos como aspas de molino. Prosigue el partido. No lo recuerdo bien, pero creo que ya no se ven las banderas blancas en la tribuna.
La escena, pese a su brevedad, es un escándalo, y deja la sensación de lo perfectamente canallesco, y de una violencia simiesca. Las cámaras la repiten. Entonces el locutor, los locutores, reiteran: “Esta escena que ustedes han visto es obra de unos cuantos exaltados. No representan en absoluto a la afición de Pamplona”. Y uno, que ya ha escuchado la teoría de la correcta atribución se piensa, después de ver a los energúmenos con las camisetas de su equipo marcharse por la grada: “ Pues si no representaban a la afición del Osasuna, ¿a quién representaban entonces? ¿A la obra de las Damas Pías? ¿A la orden del Císter?
Nadie es culpable, según lo locutoramente correcto. Pero es que la teoría de la correcta atribución es de largo alcance, y tiene ya una edad respetable.
Hace poco tuve la ocasión de cenar con una antigua amiga, que llevaba unos años viviendo en Ginebra y había vuelto por unos días a Madrid. Después de tanto tiempo, me comentó, había encontrado el país destrozado, física y moralmente, por la obra del zapaterismo y por el progresismo militante. Pero, militante nostálgica ella, al fin y al cabo, se apresuró a explicarme: “Pero es que estos no eran socialistas.” Ante la nueva manifestación de la correcta atribución no tuve más remedio que asentir. “Ya me parecía a mí. Que en el fondo era la Congregación de San Vicente de Paúl”.
Y es que, como me explicara en tiempos una militante de Comisiones, Stalin no era socialista. Yo ya lo había intuido alguna vez y, no sé por qué, me puse a buscar relaciones ocultas entre el Gulag y el Obispado de Sigüenza.
Dos niños asisten a la escena, perplejos, y se esconden como pueden detrás de su padre. Éste protege a los enanos y se resiste a que les arranquen los banderines. Son los culpables de la profanación. Son un padre y dos canijos, ecuatorianos, vestidos con la camiseta del Real Madrid, que han colgado, ilusos, sus banderas para ver el partido y soportan, de pronto, los gritos, los insultos, las amenazas de los primates.
Al final, interviene otro espectador cercano. Llega más tarde la seguridad del campo. Los mandriles se retiran por entre las gradas. Siguen aullando y mueven los brazos como aspas de molino. Prosigue el partido. No lo recuerdo bien, pero creo que ya no se ven las banderas blancas en la tribuna.
La escena, pese a su brevedad, es un escándalo, y deja la sensación de lo perfectamente canallesco, y de una violencia simiesca. Las cámaras la repiten. Entonces el locutor, los locutores, reiteran: “Esta escena que ustedes han visto es obra de unos cuantos exaltados. No representan en absoluto a la afición de Pamplona”. Y uno, que ya ha escuchado la teoría de la correcta atribución se piensa, después de ver a los energúmenos con las camisetas de su equipo marcharse por la grada: “ Pues si no representaban a la afición del Osasuna, ¿a quién representaban entonces? ¿A la obra de las Damas Pías? ¿A la orden del Císter?
Nadie es culpable, según lo locutoramente correcto. Pero es que la teoría de la correcta atribución es de largo alcance, y tiene ya una edad respetable.
Hace poco tuve la ocasión de cenar con una antigua amiga, que llevaba unos años viviendo en Ginebra y había vuelto por unos días a Madrid. Después de tanto tiempo, me comentó, había encontrado el país destrozado, física y moralmente, por la obra del zapaterismo y por el progresismo militante. Pero, militante nostálgica ella, al fin y al cabo, se apresuró a explicarme: “Pero es que estos no eran socialistas.” Ante la nueva manifestación de la correcta atribución no tuve más remedio que asentir. “Ya me parecía a mí. Que en el fondo era la Congregación de San Vicente de Paúl”.
Y es que, como me explicara en tiempos una militante de Comisiones, Stalin no era socialista. Yo ya lo había intuido alguna vez y, no sé por qué, me puse a buscar relaciones ocultas entre el Gulag y el Obispado de Sigüenza.