Hughes
Leo en Manuel Jabois el sucedido de Torres-Dulce y su imitador en Twitter con mucha sorpresa. Primero, disfruto de la delicia del artículo, sonriendo con las ocurrencias entreveradas de ese homenaje al cinéfilo conservador, pero luego me extraño por la denuncia de don Eduardo.
Yo retuiteaba frenéticamente los tuits del a sí llamado fake porque instintivamente simpatizo con Eduardo Torres-Dulce, ya desde la primera vez que le vi en las tertulias de Qué grande es el cine. Yo le decía a mis amigas perplejas que quién les parecía más atractivo, si él o Miguel Marías, para decidir quién iba a ser de mayor, porque no admitía otros modelos: la pipa o las gafas y una vida con la resignada imaginación del cine y su pasión gregaria.
La diferencia entre un cinéfilo y alguien que no lo es la explica quizás que no temblemos al saber que el nuevo Fiscal General del Estado admira al John Wayne de Centauros del Desierto, que en principio es como para pensárselo. ¿Será don Eduardo el primer Fiscal General fordiano?
La justicia en Ford era primaria y natural, pero dulce y sabia. Había, como en todas las grandes obras, un sentido de la justicia que surtía el efecto de una música, una vigorización sutil del ánimo. Termina Ford y nos levantamos del sofá con una infinita misericordia para quitar el disco del dvd, porque los fordianos somos de meterlo en la cajita y nos da vergüenza comentar nada porque estamos emocionados y nos sentimos grandiosos y magnánimos, pero sólo vamos en zapatillas de estar por casa. Somos hombres enaltecidos, ansiosos de praderas, epopeyas o encrucijadas, pero sólo tenemos por delante la merienda o la lectura de alguna novela tediosa. El fordismo es una gran nostalgia de exteriores.
Lo más propio hubiera sido que don Eduardo hiciese la vista gorda o sólo pretendiera averiguar la identidad del homenajeador para invitarle a comer y firmarle uno de sus raros libros de cinefilia. No ha sido así, y cruzamos los dedos para que nada, absolutamente nada de la trifulca política manche -recordemos el ejemplo rociero y nefasto del polvo del camino- el impoluto tweed del amable señor, para seguir imaginándolo como un amigo posible que naufraga en un martini su mirada enfrascada o como alguien que chasquea los dedos y se permite un paso de baile a lo Dean Martin cuando se queda solo ante el espejo, pugnando siempre ferozmente entre el envaramiento y el swing, porque el swing es la euforia civilizada del Gran Estilo Americano.
Los maitines plácidos del pepé que fueron se están convirtiendo en viernes convulsos donde De Guindos saca gráficos que siempre van hacia abajo y Montoro manipula febril su mejor calculadora. Vamos hacia un gran encabronamiento y para todo habrá un film de Ford si se quiere ser justo. Una de las primeras cosas que tendrá que resistir en esta legislatura será, pues, el fordismo.
En Los Objetos Impares
3 de Enero
Leo en Manuel Jabois el sucedido de Torres-Dulce y su imitador en Twitter con mucha sorpresa. Primero, disfruto de la delicia del artículo, sonriendo con las ocurrencias entreveradas de ese homenaje al cinéfilo conservador, pero luego me extraño por la denuncia de don Eduardo.
Yo retuiteaba frenéticamente los tuits del a sí llamado fake porque instintivamente simpatizo con Eduardo Torres-Dulce, ya desde la primera vez que le vi en las tertulias de Qué grande es el cine. Yo le decía a mis amigas perplejas que quién les parecía más atractivo, si él o Miguel Marías, para decidir quién iba a ser de mayor, porque no admitía otros modelos: la pipa o las gafas y una vida con la resignada imaginación del cine y su pasión gregaria.
La diferencia entre un cinéfilo y alguien que no lo es la explica quizás que no temblemos al saber que el nuevo Fiscal General del Estado admira al John Wayne de Centauros del Desierto, que en principio es como para pensárselo. ¿Será don Eduardo el primer Fiscal General fordiano?
La justicia en Ford era primaria y natural, pero dulce y sabia. Había, como en todas las grandes obras, un sentido de la justicia que surtía el efecto de una música, una vigorización sutil del ánimo. Termina Ford y nos levantamos del sofá con una infinita misericordia para quitar el disco del dvd, porque los fordianos somos de meterlo en la cajita y nos da vergüenza comentar nada porque estamos emocionados y nos sentimos grandiosos y magnánimos, pero sólo vamos en zapatillas de estar por casa. Somos hombres enaltecidos, ansiosos de praderas, epopeyas o encrucijadas, pero sólo tenemos por delante la merienda o la lectura de alguna novela tediosa. El fordismo es una gran nostalgia de exteriores.
Lo más propio hubiera sido que don Eduardo hiciese la vista gorda o sólo pretendiera averiguar la identidad del homenajeador para invitarle a comer y firmarle uno de sus raros libros de cinefilia. No ha sido así, y cruzamos los dedos para que nada, absolutamente nada de la trifulca política manche -recordemos el ejemplo rociero y nefasto del polvo del camino- el impoluto tweed del amable señor, para seguir imaginándolo como un amigo posible que naufraga en un martini su mirada enfrascada o como alguien que chasquea los dedos y se permite un paso de baile a lo Dean Martin cuando se queda solo ante el espejo, pugnando siempre ferozmente entre el envaramiento y el swing, porque el swing es la euforia civilizada del Gran Estilo Americano.
Los maitines plácidos del pepé que fueron se están convirtiendo en viernes convulsos donde De Guindos saca gráficos que siempre van hacia abajo y Montoro manipula febril su mejor calculadora. Vamos hacia un gran encabronamiento y para todo habrá un film de Ford si se quiere ser justo. Una de las primeras cosas que tendrá que resistir en esta legislatura será, pues, el fordismo.
En Los Objetos Impares
3 de Enero