que es el espíritu inmortal y reencarnable del individuo humano”
¿Ustedes nunca se han preguntado cómo celebra la Navidad el señor Tom Cruise o el señor John Travolta? Yo tampoco, pero paseando el lunes por el barrio topé con la suntuaria sede –media manzana a un tiro de gapo del Congreso– que la Iglesia de la Cienciología levanta en la calle Santa Catalina de la capital de España. No sabemos qué opinaría Santa Catalina, doctora de la Iglesia católica, sobre la Cienciología, pero uno, que se pasó media mañana con el cienciólogo mayor del reino, ha formado ya juicio y puede decir que el tinglado viene a antojársele en lo teórico una rueda de prensa de Guardiola y en lo práctico un gabinete freudiano que combina hábilmente la sentimentalidad de Walt Disney con la avidez de J. P. Morgan.
Paseaba curioso por entre los stands audiovisuales de la exposición permanente que con fines proselitistas tienen montada en la planta calle, pero en cuanto el conserje me vio sacar la libreta me preguntó si era periodista y llamó al presidente, cabeza visible de la Cienciología ibérica, que resultó ser un treintañero de Tarragona llamado Iván, de tez entre lechosa y congestionada y expresión ratonil como de coadjutor de provincias con fantasías vaticanas.