"espiezando la machorra"
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Para uno, la Navidad siempre fue San Esteban Protomártir y un pueblo de luces tenues enterrado en nieve. De niños queríamos llegar a quintos, bailar jotas de espaldas ante nuestro Santo Patrón y pasear una burra por las puertas con botellas de orujo y moscatel, pidiendo una soldada que nos alcanzara hasta reventar de lechazo y clarete. El día de los Inocentes, los quintos pagaban la orquesta, eran los amos del baile de la escoba y comían un guiso de gatos con mucho apetito. Con la Constitución recién nacida, en 1978, fui quinto, bailé con las pinariegas de la Demanda y comí gato hasta hartarme. El 28 de Diciembre de 1978 las mozas de la Sierra me sacaron a bailar sin perdonar pieza..., porque en mi pueblo el 28 de diciembre las mozas sacan a bailar a los mozos.
Desde que entré en el matrimonio, he continuado huyendo de las luces de la ciudad y paso las Navidades en esos Montes de Toledo donde las grullas escandalizan los cielos y donde el ciervo, el corzo ó la gineta no entienden de pasos-cebra y les da lo mismo asustar a los pilotos veinteañeros que vienen de Madrid que a los lugareños harto acostumbrados al suicidio de la fauna. Me entero de que mi tierno infante es quinto en un tiempo sin mili y como hijo de su madre es considerado del pueblo. Los Quintos de por aquí matan, “espiazan” y guisan una cabra “machorra” en caldereta, encienden un fuego de cinco tractores de leña, y guisan sartenes de migas al amanecer de Año Nuevo. Sacan unas perras para pasar estos días y son bien mirados por los abuelos que olieron la Guerra.
Personalmente, lo que más me ha llamado la atención es el guiso de la “machorra”, que al decir de los pastores del lugar, si se orea bien y se guisa con mucha paciencia, no hay mejor manjar en el mundo.
Para uno, la Navidad siempre fue San Esteban Protomártir y un pueblo de luces tenues enterrado en nieve. De niños queríamos llegar a quintos, bailar jotas de espaldas ante nuestro Santo Patrón y pasear una burra por las puertas con botellas de orujo y moscatel, pidiendo una soldada que nos alcanzara hasta reventar de lechazo y clarete. El día de los Inocentes, los quintos pagaban la orquesta, eran los amos del baile de la escoba y comían un guiso de gatos con mucho apetito. Con la Constitución recién nacida, en 1978, fui quinto, bailé con las pinariegas de la Demanda y comí gato hasta hartarme. El 28 de Diciembre de 1978 las mozas de la Sierra me sacaron a bailar sin perdonar pieza..., porque en mi pueblo el 28 de diciembre las mozas sacan a bailar a los mozos.
Desde que entré en el matrimonio, he continuado huyendo de las luces de la ciudad y paso las Navidades en esos Montes de Toledo donde las grullas escandalizan los cielos y donde el ciervo, el corzo ó la gineta no entienden de pasos-cebra y les da lo mismo asustar a los pilotos veinteañeros que vienen de Madrid que a los lugareños harto acostumbrados al suicidio de la fauna. Me entero de que mi tierno infante es quinto en un tiempo sin mili y como hijo de su madre es considerado del pueblo. Los Quintos de por aquí matan, “espiazan” y guisan una cabra “machorra” en caldereta, encienden un fuego de cinco tractores de leña, y guisan sartenes de migas al amanecer de Año Nuevo. Sacan unas perras para pasar estos días y son bien mirados por los abuelos que olieron la Guerra.
Personalmente, lo que más me ha llamado la atención es el guiso de la “machorra”, que al decir de los pastores del lugar, si se orea bien y se guisa con mucha paciencia, no hay mejor manjar en el mundo.
La leña
El fuego