San Fermín
Beatriz Manjón
Al Toronto Star contó Hemingway que en Pamplona «hay una lista de accidentados por lo menos igual que en unas elecciones en Dublín». Y eso que no llegó a ver a los reporteros de TVE en las retransmisiones del chupinazo. Este año tocó compadecerse de un sevillano, sitiado no por una marea nívea y silenciosa, como los de «The Leftovers», sino por una marabunta rosa, como de orgullo grape, donde no faltó el torero y La Máscara. Al mejunje cultural contribuyó la presentadora, Elena Sánchez, hablando de la «alegría casi andaluza» que nos contagia San Fermín, tal vez influida por aquel episodio de «La familia Addams» donde unos pamplonicas bailaban flamenco y Cosa tocaba las castañuelas. Yo del reportero, que aguantó con resignación alcohol en los ojos y sandía en la coronilla, habría roto a llorar como el político japonés. «Dejarme un momentito», imploraba. Le faltó la fórmula Faraona: «Si me queréis, irse».
Algo similar viví yo yendo a cubrir el carnaval de Laza, donde llovían hormigas con el genio de Luis Suárez y acabé como Isabelle Adjani en la escena del metro de «Possession». En este tipo de conexión en directo sirve el periodista de poco más que de bufón –ni puede hablar ni se le escucha–, aunque retrata fielmente en qué han devenido algunas tradiciones. Más que el chupinazo, muchos celebran el «chupitazo» –y Solano, Uribarri sanferminero, diciendo que apenas hay diferencia con unas imágenes de los años 50–, pero esto ya se le perdonó a Hemingway, que gustaba de correr tras meretrices en encierros de hotel.
Algo similar viví yo yendo a cubrir el carnaval de Laza, donde llovían hormigas con el genio de Luis Suárez y acabé como Isabelle Adjani en la escena del metro de «Possession». En este tipo de conexión en directo sirve el periodista de poco más que de bufón –ni puede hablar ni se le escucha–, aunque retrata fielmente en qué han devenido algunas tradiciones. Más que el chupinazo, muchos celebran el «chupitazo» –y Solano, Uribarri sanferminero, diciendo que apenas hay diferencia con unas imágenes de los años 50–, pero esto ya se le perdonó a Hemingway, que gustaba de correr tras meretrices en encierros de hotel.