El caso es que Cristiano supera a Pirri, porque con su golpeo de Puskas y su carrera de Gento se está recorriendo, fulgurante, la historia blanca y ahora le tocaba a los yeyés
Hughes
Abc
Fue empezar el partido llegarle el balón y chutar, y como no le salió a la primera lo intentó a la siguiente. Cristiano le estaba dando al balón de copa, el que disgusta a Tito, el puntapié que llevaba guardado y que era el puntapié para el balón de oro, ese premio del que Cristiano podría decir lo que Cela del Cervantes o pensar que también ha tenido sus Echegarays y su politiqueo y su burocracia sueca, docta y blanda.
El caso es que Cristiano supera a Pirri, porque con su golpeo de Puskas y su carrera de Gento se está recorriendo, fulgurante, la historia blanca y ahora le tocaba a los yeyés.
Cristiano, que para tantas cosas no es Messi, sí puede decir que le pega a la pelota como nunca le pegará el argentino, como no le ha pegado nadie. Cristiano ha inventado una nueva folha seca, una hoja que no cayera dulcemente, sino que cogiera un efecto como de viento frío, de aire de invierno. A Cristiano, apolíneo entre tanto derroche, el balón se lo lleva algún viento divino -Bóreas quizás- que regala a la pelota una contrariedad de objeto animado, con soplo de espíritu, efecto que nace de la misma contrariedad de su golpeo. Si nos fijamos, Cristiano sonríe cuando corre y luego es todo concentración de mala uva. ¿Pero cómo se le saca al balón esos claroscuros si no es con mala uva?
Cristiano parece que chuta otro balón que no existe, un balón futuro, y por eso los nuevos balones que saca la FIFA agarran esos efectos desquiciantes tan suyos. Se puede decir, sin exagerar, que Cristiano es quien más lejos está llevando la cosa del balón.
El caso es que Cristiano supera a Pirri, porque con su golpeo de Puskas y su carrera de Gento se está recorriendo, fulgurante, la historia blanca y ahora le tocaba a los yeyés.
Cristiano, que para tantas cosas no es Messi, sí puede decir que le pega a la pelota como nunca le pegará el argentino, como no le ha pegado nadie. Cristiano ha inventado una nueva folha seca, una hoja que no cayera dulcemente, sino que cogiera un efecto como de viento frío, de aire de invierno. A Cristiano, apolíneo entre tanto derroche, el balón se lo lleva algún viento divino -Bóreas quizás- que regala a la pelota una contrariedad de objeto animado, con soplo de espíritu, efecto que nace de la misma contrariedad de su golpeo. Si nos fijamos, Cristiano sonríe cuando corre y luego es todo concentración de mala uva. ¿Pero cómo se le saca al balón esos claroscuros si no es con mala uva?
Cristiano parece que chuta otro balón que no existe, un balón futuro, y por eso los nuevos balones que saca la FIFA agarran esos efectos desquiciantes tan suyos. Se puede decir, sin exagerar, que Cristiano es quien más lejos está llevando la cosa del balón.
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Se puede decir, sin exagerar, que Cristiano es quien más lejos está llevando la cosa del balón