El español, que ha perdido la finura para entender el alcance global de la institución, capta mejor la filiación. El abuelo, el padre, el hijo; continuidad sucesoria, línea biológica que incorpora historia. Y que se hace común, que se ensancha, que se adensa con la generación. Ese concepto, mecánico, progresista, orteguiano, que milagrosamente aún sigue vivo, lo entiende el español y parece la mejor forma de implicarle, de incumbirle. Una apelación ambiental, cronológica, vital, que simbolizaría el monarca. Un tiempo compartido, transmitido por herencia al sucesor
Hughes
Casi tanto como escuchar al Rey era noticia ver a Hermida. Si Pilar Urbano se encargó de la Reina, parecía proporcionado que él, dueño de otro imponente y clásico flequillo, entrevistara al Rey. Hermida lo hermidiza todo, eso era un riesgo. Se le quedó una parsimonia como de narrador perpetuo de astronauta, como si se hubiera quedado enganchado en la lentitud de gravedad cero de Armstrong.
En el despacho real, donde se grabó el mensaje navideño, ante la librería ornamental, el estudiado desorden de papeles y el retablo de retratos de la desintegración familiar, Hermida sentó al Rey en una silla de oficina (trono ofimático), porque es allí donde mejor se desenvuelve. Con los brazos altos que le permitían su gesticulación clásica (insolencia de manos a punto de volar como manos de folclórica) y ese estar siempre a punto de levantarse de la silla, nerviosamente mal sentado, ha de convenirse que la suya no era la mejor disposición para tratar al Rey. Señor, “nuestra generación”, le decía, y luego desplegaba tres tiempos para cada verbo, de un modo irritante que devolvía un aroma de Transición por aquellas perífrasis verbales, tan secas, de Suárez.
Fue una entrevista sin anécdotas, en la que el Rey señaló con pesar el terrorismo y la “intransigencia de los maximalismos que conducen a políticas rupturistas”, lamentó el paro y tuvo, creo, modestamente, el error de hablar de un “bienestar conseguido”, porque el bienestar, precisamente el bienestar parece que se nos deshace.
Lo más humano y gracioso ha sido el recuerdo del padre y las palabras al hijo. Del primero, el consejo: “Ser Rey de todos para que podamos seguir trabajando” (consejo de profesional de un oficio a su aprendiz). Al segundo, el elogio del padre común: “Mi hijo es el más preparao”.
Hermida ha orientado la entrevista por lo generacional. La monarquía parece conservar o haber ganado esa capacidad simbólica. El español, que ha perdido la finura para entender el alcance global de la institución, capta mejor la filiación. El abuelo, el padre, el hijo; continuidad sucesoria, línea biológica que incorpora historia. Y que se hace común, que se ensancha, que se adensa con la generación. Ese concepto, mecánico, progresista, orteguiano, que milagrosamente aún sigue vivo, lo entiende el español y parece la mejor forma de implicarle, de incumbirle. Una apelación ambiental, cronológica, vital, que simbolizaría el monarca. Un tiempo compartido, transmitido por herencia al sucesor. Con esa impregnación sociológica parece que el español entendería mejor la institución.
La monarquía, limitado simbólicamente el español, se entenderá aún como una representación generacional. La generación y su sentimentalismo es la forma en que aún pueda sobrevivir, y el Rey, entendiéndolo, se ha metido a Rey-sociólogo y ha dado nombre a la suya: Generación de la Libertad. Este énfasis en lo generacional me ha parecido a mí lo más sobresaliente de la entrevista.
En el despacho real, donde se grabó el mensaje navideño, ante la librería ornamental, el estudiado desorden de papeles y el retablo de retratos de la desintegración familiar, Hermida sentó al Rey en una silla de oficina (trono ofimático), porque es allí donde mejor se desenvuelve. Con los brazos altos que le permitían su gesticulación clásica (insolencia de manos a punto de volar como manos de folclórica) y ese estar siempre a punto de levantarse de la silla, nerviosamente mal sentado, ha de convenirse que la suya no era la mejor disposición para tratar al Rey. Señor, “nuestra generación”, le decía, y luego desplegaba tres tiempos para cada verbo, de un modo irritante que devolvía un aroma de Transición por aquellas perífrasis verbales, tan secas, de Suárez.
Fue una entrevista sin anécdotas, en la que el Rey señaló con pesar el terrorismo y la “intransigencia de los maximalismos que conducen a políticas rupturistas”, lamentó el paro y tuvo, creo, modestamente, el error de hablar de un “bienestar conseguido”, porque el bienestar, precisamente el bienestar parece que se nos deshace.
Lo más humano y gracioso ha sido el recuerdo del padre y las palabras al hijo. Del primero, el consejo: “Ser Rey de todos para que podamos seguir trabajando” (consejo de profesional de un oficio a su aprendiz). Al segundo, el elogio del padre común: “Mi hijo es el más preparao”.
Hermida ha orientado la entrevista por lo generacional. La monarquía parece conservar o haber ganado esa capacidad simbólica. El español, que ha perdido la finura para entender el alcance global de la institución, capta mejor la filiación. El abuelo, el padre, el hijo; continuidad sucesoria, línea biológica que incorpora historia. Y que se hace común, que se ensancha, que se adensa con la generación. Ese concepto, mecánico, progresista, orteguiano, que milagrosamente aún sigue vivo, lo entiende el español y parece la mejor forma de implicarle, de incumbirle. Una apelación ambiental, cronológica, vital, que simbolizaría el monarca. Un tiempo compartido, transmitido por herencia al sucesor. Con esa impregnación sociológica parece que el español entendería mejor la institución.
La monarquía, limitado simbólicamente el español, se entenderá aún como una representación generacional. La generación y su sentimentalismo es la forma en que aún pueda sobrevivir, y el Rey, entendiéndolo, se ha metido a Rey-sociólogo y ha dado nombre a la suya: Generación de la Libertad. Este énfasis en lo generacional me ha parecido a mí lo más sobresaliente de la entrevista.