lunes, 7 de enero de 2013

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He visto todos los partidos que ha jugado el Madrid en lo que llevamos de la presente temporada y estoy dispuesto a jurar, con mi diestra sobre la Biblia, que ninguno de los porteros rivales era peor que Casillas. El "otro" siempre domina mejor el juego aéreo, se arriesga a salir, demuestra andar bastante bien de reflejos -e incluso superar a "El Santo" en este apartado, el que hasta hace bien poco era su punto fuerte-, tiene mejor colocación, juega el balón con los pies -cuando Casillas chuta, lo raro es que el esférico llegue a un jugador de nuestro equipo-, e incluso se arriesga a abandonar la protección del larguero. Igual luego se largan con un saco de goles, pero habrá sido porque les han tirado mucho a puerta y porque mal que le pese a alguno, todavía somos el Real Madrid (...) En efecto, estoy hasta los cojones de Íker Casillas. Pero hasta los cojones. Si sólo hubiera perdido reflejos estaría pidiendo su sustitución, llegaría a estar harto como mucho. Pero esa desidia, ese pasotismo, esa conversión de voceras de obviedades ("¡échala fuera, joder!" pues claro que la echará fuera, ¿que te crees, que te va a chutar a puerta o a ponerse a regatear en el área pequeña?) a gallo claudio pidiendo hielo en un botellón "si hay, si no no pasa ná", ese aire a funcionario vitalicio con puesto ganado por enchufe paterno, ese fallar continuado, esa planta de espantapájaros cada vez que hace como que va a parar un tiro raso a puerta, todo eso hace que esté hasta los cojones...

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