viernes, 11 de enero de 2013

Alivio-luto

Mourinho chico

Pedro Ampudia

Decía Stephen Pinker  en “La tabla Rasa” que “a lo largo de la historia, las batallas de opinión han sido libradas por hipérboles moralizantes y demonizantes, y aún peor”. Jean Françoise Revel dejó escrita aquella máxima que sigue vigente más de veinte años después. “La principal de las fuerzas que hoy dominan el mundo es la mentira”. El esperpento de la prensa española en general y de la deportiva en particular lleva tiempo bordeando la frontera que separa la indigencia moral de las actitudes directamente delictivas, cuando no sobrepasándola con la chulería propia de aquellos que se consideran por encima de la ley amparados en el sacrosanto derecho a la información y en una libertad de expresión que sólo parece corresponderle a ellos. Llamar “nazi” a un entrenador de fútbol es, por un lado, una banalización del Holocausto, un reduccionismo absurdo de una ideología maléfica y quién sabe si no oculta también un antisemitismo latente. Por otro lado, la injuria se define en el artículo 208 del Código Penal como la acción o expresión que lesionan la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación. Comparar el encuentro del cuerpo técnico del Real Madrid y “Bartolín” Meana con las checas instaladas en el Madrid republicano responde exactamente a los mismos parámetros que el caso anteriormente descrito. Si el tal Meana salió de aquella “checa” de la Sala de Prensa del Bernabéu estrechando las manos de sus “captores” alguien podría suponer que lo mismo ocurría en la checa de Bellas Artes, que los secuestrados abandonaban su cautiverio abrazando a los milicianos. Y no.

El lunes celebraba la Uefa uno de esos saraos para entregar un premio, a mayor gloria de los valores del marketing y la moral socialdemócratas, consistente en un balón dorado que, supuestamente, premia la mejor trayectoria deportiva de un jugador durante un año natural. El premio fue a parar, cómo no, a Leonel Messi, cuyos triunfos deportivos durante 2012 podemos contar con un muñón y nos sobra. Apareció el Leo en la gala vestido de jefe de pista del Cirque du Soleil con un traje que Josemi Rodríguez Sieiro ha denominado acertadamente “smoking de alivio-luto”. Un balón plateado fue para Cristiano Ronaldo y uno de bronce  acabará en la casa de ese enamorado de la arquitectura de los gitanos de Rumania que es Andrés Iniesta. José Mourinho, que estaba entre los tres finalistas a mejor entrenador, prefirió quedarse en Madrid y lo único que cabe reprocharle es que no forzara al resto de la expedición madridista a hacer lo mismo teniendo en cuenta que dos días después se disputaba uno de los partidos más importantes de la temporada. Pero la perfidia del entrenador portugués no conoce límites y, gracias a la encomiable labor de unos avezados reporteros del diario As que debieron sentirse Pérez Reverte en Kosovo o Sistiaga en Faluya, nos enteramos de lo que el sociópata de Sétubal estaba haciendo a la misma hora a la que se celebraba el guateque triste y hortera de Platini. No estaba Mourinho reunido con la cúpula de ETA tratando de convencerles de que volvieran al terrorismo. No estaba rodeado de skinheads organizando la presentación de la sección española de Amanecer Dorado. No se encontraba planeando una serie de atracos con violencia al frente de una banda de albano-kosovares. Ni siquiera lo encontraron en un puticlub de Arganzuela. El malvado Mourinho estaba viendo jugar al fútbol a su hijo después de trabajar diez horas en Valdebebas. Qué descaro. Para dar fe del lamentable comportamiento publicó el As fotografías y un vídeo en el que se podía ver a los niños, sin el preceptivo permiso de los padres. Una vez más sobrepasando la línea. En el audio de la grabación se podía escuchar el comentario insultante de uno de los “reporteros”  que Roncero, ese catedrático de Estética de la Universidad  del Txistu, no tardó en adjudicar castizamente a “uno que pasaba por allí”. Le faltó inventar el posterior deceso del anónimo para poder echarle la culpa al muerto. Todo el mundo se ha fijado en lo anecdótico del comentario, ese coloquial “hijo de puta”, y ha dejado de lado lo importante, ese “se está forrando” que nos muestra de nuevo el desprecio de esta sociedad a aquellos que honradamente y en virtud de las leyes del mercado multiplican su patrimonio y hacienda. Lo que vale para Mourinho en este caso lo podemos aplicar a, por ejemplo, Amancio Ortega.

El partido de vuelta de octavos de la Copa del Rey contra el Celta lo finiquitó Cristiano con finiquito telemático para evitar trabajo al funcionariado del balón. Su gol en el minuto 2 de partido sirvió para calmar las posibles ansiedades de un equipo que no remontaba una eliminatoria copera desde hace diez años y nos había proporcionado espectáculos bochornosos como aquel enfrentamiento con el Alcorcón. Fue una primera parte en la que se bailaron lentos al ritmo de los kolos croatas que componía Modric para que fuera Cristiano otra vez el que rematara la jugada en arranques anfetamínicos en contraposición con el estado opiáceo de un Benzema que parece decidido a regalarle la titularidad a Higuaín. Tras el descanso se instaló el Madrid en el descontrol merced a la ausencia de Xabi Alonso que se tuvo que quedar en el vestuario a causa de un golpe recibido en las postrimerías del primer acto. La ausencia de Xabi puede pasar más o menos desapercibida en partidos frenéticos de ida y vuelta pero resulta trascendental cuando se trata de controlar el juego y administrar los tiempos. El  Madrid le entregó el balón al Celta por la sencilla razón de que no sabía qué hacer con él y durante unos minutos apareció en mi mente el recuerdo del partido contra el Bayern de la temporada pasada. Los miedos se acrecentaron cuando Ramos se olvidó de que tiene piernas y fue expulsado tras una segunda amarilla que castigaba, más que su acción, su estupidez. Fue entonces cuando el mejor jugador del mundo, diga lo que digan los corresponsales de France Football, se hizo con el control del partido como si tuviera en sus manos el mando de la Play. Su tercer gol resultó el compendio de todo su talento, entendido a la manera de los scouters de las grandes ligas americanas, y su reacción ante la incomprensible y miserablemente tardía rendición del Bernabéu a su figura me recordó a otro genio al que también trataron de domar en nombre del puto señorío y la hipocresía buenista, Drazen Petrovic. Aún tuvo tiempo ese jugador providencial de dar una asistencia a Khedira que, como hizo en el anterior partido, resolvió aparcando el Panzer alemán y sacando a relucir la sangre tunecina. A pesar del regreso de Casillas a la titularidad, el piperío la tomó con Mourinho al que llegaron a pitar por salir a dar instrucciones a sus jugadores. Nosotros seguiremos siendo los de los versos del beatnik Gregory Corso y no es poco.

“Recordad,
temblorosas aristocracias condenadas
obligadas a matar moscas a golpe de risa”.