Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El hecho, oh, justicia poética, de que el primer español del 13 naciera catalán, ha excitado el espíritu arbitrista del socialismo carpetovetónico, criadero de esos energúmenos que denunciaba Ortega porque para ellos lo mismo es ensamblar las piezas de un puzle, a fin de formar un cuadro, que coger un cuadro y hacerlo añicos, al objeto de crear un puzle.
La idea, al parecer, es “parecerse más a Alemania”, y para ello hacemos un pastel federal, pero con ese toque tan español que son las collejas a los curas.
Romper España, para hacer con los trozos un puzle, y romper con el Vaticano, para hacernos los interesantes, sería el plan.
La cabra, pues, ya está en el monte.
–El español medio es germanófilo –se quejaba en la posguerra Franco a Pemán, obligado el general a aplicar un programa nietzscheano a un pueblo en ayunas.
¿Por qué es germanófilo el español? Por machismo (“¡los alemanes son unos tíos!”).
El ramo intelectual del socialismo fue el krausismo, que se reducía a sustituir la misa dominical en Madrid por una excursión a Guadarrama. Ser krausistas era para nuestros socialistas de boca de piñón como correr delante de los toros en Pamplona.
Pero no sé cómo vamos a parecernos más a Alemania tirándole el Concordato a la cabeza a un Papa alemán.
“España, espada de Roma…”, gritó una vez nuestro Zaratustra, don Marcelino Menéndez Pelayo, “y ésa es nuestra unidad”:
–El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectones…
Dieciséis (de diecisiete) jefes de tribus autonómicas han soltado este año discurso navideño.
–Nos atraían los monumentos religiosos –escribe Azorín en nombre del 98, de visita de cuatro días en Toledo–. En ellos se encarna la nacionalidad española.
Los del 98 pasaron de El Greco al cardenal Romo (a su libro “Independencia constante de la Iglesia hispana”) y del cardenal Romo a Toledo.
En manos de un tal Jáuregui, nuevo “alemaniador” de España, estamos.